"Las queridas gafas de leer" -me sorprendió el empleado de la óptica mientras me acercaba a él con las gafas en la mano. Me había sentado encima inadvertidamente y habían quedado hechas un churro, los cristales seguían sirviendo pero las patillas no se mostraban compatibles con mis orejas.
En el club del lector se han publicado artículos acerca de los libros y las bibliotecas, pero se ha pasado por alto algo tan importante como lo anterior que suele pasar desapercibido, y son las gafas de leer.
Hacía tiempo que yo había renunciado a leer libros con letra pequeña, cuando por alguna razón -posiblemente por consejo de la óptica- me hice unas gafas de cerca. Fue estupendo, podía leer lo que me pusieran por delante. Pero hay más, ordinariamente me afeitaba al tacto, pasaba la mano por la cara donde había estado la barba y estimaba si había quedado bien afeitado. Un día, probablemente por despiste, me asomé al espejo con las gafas puestas y ¡sorpresa!, allí estabamos yo y mi barba, y podía afeitarme de visu y no por intuición.
La óptica me había hecho unas gafas -me dijo- para ver la televisión, otras para conducir y también unas progresivas a las cuales no me acostumbré en un primer momento y que nunca me han servido para leer.
Cualquiera que use gafas de cerca sabe que el problema es que se pierden y corres el peligro de sentarte encima, como me pasó a mí. Mi esposa me sugirió que les pusiera un cordón y las llevara al cuello para no perderlas, pero entenderéis que uno hace muchas cosas al cabo del día además de leer, escribir o afeitarse, por lo que no es práctico llevarlas permanentemente colgadas del cuello.
En la actualidad tengo unas junto al ordenador y otras en la mesa de trabajo. Hay un tercer par que utilizo fuera de casa, que son de imán. Me explico, hay un imán entre las dos lentes que las mantiene unidas y delante de los ojos, y las patillas se sujetan entre sí con una goma que pasa por detrás de la cabeza. Si no estás leyendo, sino por ejemplo, hablando con alguien, separas las lentes que caen a ambos lados del pecho y quedan sujetas por la goma. Supongo que las conocéis, las puso de moda Mario Conde en televisión.
Con estas gafas me ocurrió algo especial. Había ido al parque a pasear a la perra y, mientras tanto, esperaba leer unas páginas que había llevado conmigo junto con las gafas de imán; en un momento se me acercó una joven, aquejada de súbita curiosidad, que se colocó a mi lado en actitud de gran confianza para hacerme algún tipo de consulta; mientras tanto las gafas de imán colgaban de mi cuello. Atendida su necesidad la joven se alejó y la vi acercarse a un grupo de señoras que había lejos, las que ya no estaban eran mis gafas. Quiero suponer que aquella joven estaría haciendo prácticas de hurto, estilo Oliver Twist, porque por unas gafas graduadas de segunda mano no creo que le dieran mucho dinero. O a lo mejor era una lectora empedernida sin recursos propios, quién sabe.
Juan Ignacio Encabo Balbín