Desde sus orígenes, el hombre ha sido viajero, peregrino, aventurero, descubridor de nuevos territorios. Se refleja también en la literatura desde la antigüedad. La Biblia es, en parte, el largo periplo del pueblo elegido hacia la tierra prometida y los Hechos de los apóstoles, al contarnos los comienzos de la expansión del cristianismo y los viajes de San Pablo, nos ofrecen, además, valiosa información sobre la navegación y el comercio de entonces en el Mediterráneo. La Odisea es el relato del regreso de Ulises a casa tras muchas peripecias.
También la Divina Comedia o el Quijote tienen un trasfondo viajero, real o simbólico y, en el caso de Cervantes, es patente en Los trabajos de Persiles y de Segismunda. La lista a lo largo de la historia es interminable, en todas la épocas y en todas las culturas.
Recientemente, se han editado dos textos muy interesantes: Asombro y desencanto (Libros del Asteroide) de Jorge Bustos, en el que el autor rememora el centenario del viaje de Azorín por tierras manchegas, editado entonces con el título de La ruta de don Quijote, y narra luego una estancia fascinante por el noroeste de Francia; y Breviario provenzal (Periférica) de Vicente Valero, magnífico recorrido por esa región gala que ha encandilado a tantos artistas y escritores.
Se ha reeditado recientemente Viajes alrededor de mi habitación (Mármara), parodia de Xavier de Maestre sobre la afición viajera en los siglos XVIII y XIX, porque hay muchas formas de desplazarse y los libros de viajes nos permiten hacerlo incluso sin salir de casa, lo que permite aproximarse bien a lugares remotos a los que no es fácil llegar a la mayoría de los mortales, bien al pasado, como en Mi amor, la osa blanca (Galaxia Gutenberg) del ruso Vitali Shentalinski o en Que el bien os acompañe, interesante peregrinaje por Armenia, cuando era una república soviética, de Vassili Grossman.
Si nos fijamos en otros autores europeos contemporáneos, tenemos muchos textos valiosos como El camino de Roma de Hilaire Belloc o El maravilloso viaje de Nils Holgersson de Selma Legerlöff o El desvío a Santiago del neerlandés Cees Nooteboom y, en lugar destacadísimo, El Danubio de Claudio Magris, por citar solo unos pocos.
En España, están los numerosos textos, ya clásicos, de Josep Pla, los de Cela, sobre todo Viaje a la Alcarria... De autores más recientes, entre otros, se pueden mencionar: El Transcantábrico de Juan Pedro Aparicio, Los últimos (voces de la Laponia española) de Paco Cerdà, varios libros de Julio Llamazares como El río del olvido, Cuaderno del Duero, Trás os Montes y El viaje de don Quijote. También sobre las tierras del Duero, cabe destacar Corazón de roble (viaje por el Duero desde Urbión a Oporto) (Gadir) de Ernesto Escapa y A pie por Castilla en Soria de Josep Maria Espinás. Otros libros excelentes son Mediterráneos (Debate) de Rafael Chirbes, Castilla en Canal (Alianza) de Raúl Guerra Garrido, Por la ruta serrana del Arcipreste (entre Hita y Segovia) (Gadir) de Rubén Caba y En tierra de Dioniso (Acantilado) de María Belmonte..., pero seguro que los lectores podrán añadir otros títulos valiosos.
Luis Ramoneda