Un encuentro esperado
Lose Yourself - Eminem, play. La canción comienza a sonar y las ganas de llorar de Julia son cada vez más inminentes. Aún sigue tratando de asimilar lo que acaba de suceder en casa de su padre. Esa, sin duda, ha sido la pelea más fuerte que han tenido nunca y por ahora no parece que vaya a tener arreglo.
Las palabras de Eminem resuenan en su cabeza como si estuviera buceando en una piscina y ya no lo soporta más. Por mucho que ha intentado aguantar el nudo que habita su garganta, y pese a lo que detesta llorar en público, las lágrimas se abren paso por sus mejillas hasta resbalar en su mentón y caer al suelo. Aunque tiene la cabeza gacha puede intuir las miradas de los transeúntes que pasean tranquilamente, no hay nada que le dé más rabia que sentirse observada, lo odia. Se seca las lágrimas con las manos tratando de volver a parecer invisible pero el roce de esas gotas con su mano derecha le hace recordar la extraña herida que tiene en ella desde hace unos días. Es una especie de mancha, no muy grande pero con una forma peculiar, aún así le escuece. Maldice su mala suerte y su cabezonería que no le ha permitido dejar de rascarse ni un minuto.
Casi sin darse cuenta, ha llegado al lugar donde dejó su bicicleta hace poco más de una hora, amarrada en una farola justo en frente del edificio “Schweppes” en plena plaza de Callao a tres minutos de la casa de su padre, de su casa, o al menos de la que era su casa hasta ese momento.
La voz de su cantante preferido deja de sonar, la canción ha terminado y salta un anuncio de Spotify, siempre tan oportunos. Le molestan tanto los anuncios que, sumándole la situación en la que se encuentra, tiene que controlarse mucho para no lanzar el móvil al suelo y hacerlo añicos. No puede permitirse romper el móvil, lo necesita y más en este momento.
Abre la cerradura del seguro y se monta en su bici.
Los anuncios han terminado por fin así que opta por Let her go de Passenger y sube el volumen a tope tratando de que la música anule sus pensamientos. Sin embargo, por muy bueno que es este grupo, no logra cumplir el cometido que Julia le había encomendado. No es capaz de dejar de pensar.
Su padre no le deja ser feliz, no le deja hacer lo que sabe que le hace feliz. Y mientras comienza a pedalear resuena en su cabeza la conversación que ha tenido hace poco más de una hora, puede que la conversación más importante de su vida.
¿Es porque te recordaría más a ella, verdad? - Julia sigue lanzando preguntas al aire que no obtienen ninguna respuesta - Como ya no está, ¿no puedo ser feliz? - Su padre quiere tomar la palabra pero Julia de nuevo no se lo permite - ¿Por qué siempre me has ocultado cosas de ella? ¿Qué hizo? ¿Quién era? ¡Nunca me has contado la verdad!
El portazo es lo último que recuerda. El corazón le late cada vez más deprisa y lo mismo sucede con la velocidad de la bici, no es capaz de ver nada entre tantas lágrimas, ha perdido el control. Sólo quiere huir, escapar y dejarlo todo. Ahora va tan deprisa que no está segura de si los frenos podrían pararla.
En ese instante, mientras se replantea cómo parar ese trasto, un gato se cruza en su camino como una flecha y Julia, tratando de evitar atropellarlo, gira bruscamente y cae al suelo. No le ha pillado de milagro. Vaya susto. Se intenta levantar sin éxito olvidando por un momento toda su desdicha, agradecida de que ese precioso gatito naranja esté sano y salvo.
Aunque parecía un gato callejero, sorprendentemente es muy amigable. Julia comienza a acariciarlo y se da cuenta de que tiene un collar, definitivamente no es un gato callejero. Examinando el pequeño colgante del animal, hay algo que llama su atención. En la chapita del collar puede distinguir un símbolo. Se trata de una serpiente. Juraría que no es la primera vez que lo ve. Por alguna razón le resulta familiar.
Extrañada pasa los dedos por aquel dibujo tan peculiar. De pronto, la mancha de su mano le quema, un dolor casi insoportable se apodera de ella. Siente como si miles de agujas afiladas se estuvieran clavando en su piel. Tiene que cerrar los ojos para tratar de soportar el dolor.
Cuando vuelve a abrirlos mira su mano. La mancha ha cambiado. Ahora ha adquirido una forma curva, como una serpiente. Es muy parecida al símbolo que tenía el gato en el collar.
Confundida y aturdida tiene que reflexionar unos segundos sobre lo que acaba de ocurrir. Un poco más serena, echa una mirada al frente y para su sorpresa distingue unos pies parados justo delante de ella. Comienza fijándose en los zapatos, unas manoletinas verde oscuro de un tamaño extremadamente pequeño. Sigue subiendo la mirada. Delante suyo, con el gato en los brazos, ha aparecido una mujer.
Se trata de una señora de mediana edad, no muy alta. Tiene el pelo rubio y alborotado, parece que no se hubiera peinado en varios días. Su vestimenta también es extraña. Unos pantalones bombachos del mismo tono que las manoletinas, una chaqueta que llega hasta el suelo y el cuello repleto de collares de colores, formas y composiciones muy diversas.
Sin duda, una mujer extraña. ¿Estará soñando?. Justo cuando Julia va a darse un pellizco en el brazo para comprobarlo, la mujer comienza a hablar.
La voz de la mujer es agradable, un poco grave y serena. Julia, que todavía trata de recomponerse se levanta despacio.
María Lorenzo García
1º Educación Primaria