La fama de santidad y de favores es el motor de una causa de beatificación y canonización, pues como se suele decir: “donde hay fuego hay humo”. Es decir, cuando los comentarios se extienden, se ponen por escrito, se difunde la fama, es que puede ser que el Espíritu Santo desee ese proceso. Si, por el contrario, quedan en el ámbito de la familia y allegados, a lo mejor es que el Espíritu Santo desea que se escriban biografías y se conserve la memoria de hombres de bien.
Así pues, esa fama de santidad, como recuerda la Instrucción Sanctorum Mater, debe ser espontánea, estable y debe haber trascendido al ámbito de la familia, los amigos, el entorno de ese candidato para llegar a una parte significativa del pueblo de Dios o a la totalidad del Pueblo de Dios. Lo más interesante es que pasan los siglos y continua la extensión de esa fama.
Hasta el pontificado de san Juan Pablo II y las famosas “Normae Servandae”, había que esperar 30 años para abrir el proceso diocesano de beatificación, pues se entendía que ese era un tiempo suficiente para comprobar que esa fama se había extendido suficientemente y estaba bien consolidada.
Precisamente, esos treinta años iban en detrimento de los testigos de visu, pues treinta años implicaba muy pocos testigos en la fase testifical y muchos “ex auditu” o por escrito, lo que se denomina jurídicamente un proceso “ne pereant probationes”, por el cual se toma declaración a un testigo enfermo, impedido, etc., para que pueda incorporarse al proceso en su momento o si viviera, bastaría con ratificarse.
Indudablemente, haber disminuido los tiempos a cinco años ha facilitado encontrar testigos abundante “de visu” que pueden narrar hechos concretos, anécdotas significativas, relatadas con la perspectiva de la vida y del tiempo necesario para madurar las enseñanzas y los recuerdos instructivos.
Asimismo, el postulador puede pedir a quienes redactan sus recuerdos o hacen semblanzas en la prensa, que redacten más a fondo esos testimonios que han llegado por escrito. Es decir, pueden ser inducidos por el postulador el hecho de pedir a una persona que redacte con más calma y que ordene con profundidad y de acuerdo con la vida y con el esquema tradicional de las virtudes teologales, las virtudes cardinales y las anexas.
Como afirma el refrán: “Tirando del hilo sale el ovillo”, de ahí que al hablar con los familiares y amigos, surgen otros nombres y testigos, incluso alguno que puede haber hablado mal, seguramente por un malentendido, lo que enriquecerá todavía más la investigación y aflorará una buena tabla de testigos para presentar al Delegado episcopal cuando llegue la fase instructora.
Así pues, la lectura de esos testimonios alumbrará la heroicidad de las virtudes y la heroica armonía de las mismas, es decir la perseverancia por amor a Dios y a las almas hasta llegar a la santidad, como mostrará el arco de la vida del Siervo de Dios y las diversas facetas de la vida. Evidentemente los santos no nacen, sino que se hacen con la gracia de Dios y la respuesta libre del hombre.
José Carlos Martín de la Hoz