La biografía de Juan Belmonte, célebre torero del siglo pasado, escrita maravillosamente por Manuel Chaves Nogales, es tan completa que nos permite conocer al personaje desde niño y hasta los años de madurez, al final de su vida. Permite entender muy bien cómo es una persona, no solo cómo vivió sino para qué vivió, cuáles fueron sus sentimientos, sus momentos buenos y malos. No es una cuestión fácil, ser capaz de conocer a alguien en su interioridad. El autor consiguió hacer varias entrevistas de enjundia al personaje, lo que le permite redactar el libro en primera persona, como si el narrador fuera el mismo torero.
Después de leerlo completo, una joya del castellano que vale la pena aun solo por disfrutar del idioma, podemos concluir que estamos ante un hombre vacío. Un personaje que recorre todos los años de su vida buscando el éxito, disfrutando del éxito, temiendo perder la gloria. Tiene mujer e hijas, pero da la impresión de que no cuentan demasiado en su vida. No parece que viva en ningún momento para la familia.
Por supuesto no vive para Dios. Tiene tal horror de encontrarse ante lo religioso que hasta para casarse procura dejar bien lejos a la Iglesia y decide casarse por poderes, solo para no ponerse delante de un sacerdote. Las poquísimas alusiones a lo sobrenatural existentes en una biografía larga y detallada son para manifestar su rechazo o es una alusión a su mujer en donde queda claro que ella sí rezaba para que a él no le pasara nada.
Un hombre que desde muy pequeño se dedica a jugarse la vida ante un toro. Que en algún momento de su vida piensa que si no muere en la plaza es un desprestigio. Que solo una vez en tantos años llora el dolor de la muerte, cuando un toro coge fatalmente a su gran amigo Joselito. Sabiendo que le puede ocurrir cualquier día, pues pasaba temporadas toreando casi a diario, no se plantea el después, la trascendencia, el sentido último de su vida.
Indudablemente eso tiene su precio. Hay momentos en los que aprecia el vacío. “A medida que crecía mi dominio profesional disminuía el íntimo fervor con que antes toreaba. Aquella desgana me producía una tortura indecible, porque simultáneamente yo había empezado a obtener un sentido de la responsabilidad y del espíritu de continuidad que antes no tenía y me preocupaba ya profundamente el prestigio del nombre y el deber de mantenerlo a una misma altura” (p. 77). Solo le preocupa el nombre. El éxito en la vida. Y con el paso de los años es más consciente del sinsentido. Ha vivido solo para el prestigio, para el éxito.
Es una historia muy útil para hacer notar al lector lo que es una vida vacía. Sabemos que hay mucha gente que vive de manera parecida. Si no hay fines, si no se trabaja por los demás, por amor de Dios, por cuidar de una familia, pensando en gente necesitada, sin un sentido distinto del propio egoísmo, el descontento íntimo es trágico.
“Creo que fue aquel el momento más crítico de mi vida taurina. Al entusiasmo desbordante, al fervor y a la iluminación de los primeros años sucedía la necesidad reflexivamente impuesta de torear bien, no por un arrebato lírico del instante, sino por un agudo sentido de la responsabilidad contraída y del prestigio conquistado. Al nudo en la garganta que antes sentía cuando me iba hacia el toro, sustituía ahora un grave y penoso concepto del deber. Triunfar así era más difícil, más doloroso” (p. 78).
Creo que leer esta historia es de utilidad para una reflexión sobre el porqué de la existencia.
Ángel Cabrero Ugarte
Manuel Chaves Nogales, Juan Belmonte, matador de toros, Libros del Asteroide 2018.