Probablemente Dios no existe, reza la publicidad en algunos autobuses. Sin embargo, los creyentes creen que Dios no calla y que, cuando quiere, sabe hacerse sentir.
Eso pensaban ateos y agnósticos como Chesterton y Dostoievski, Sábato y Francis Collins, Tatiana Goricheva y C. S. Lewis, André Frossard y Edith Stein, Messori y Narciso Yepes. Hasta que pasaron de esa opinión a la seguridad de la existencia de Dios.
Ese misterioso salto no lo dieron en medio de una vida fácil, sino en las circunstancias dramáticas de quienes han sufrido en sus carnes la persecución, la cárcel o una guerra. Ellos mismos, escritores notables, nos cuentan su cambio de vida y de autobús.
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La primera cuestión y probablemente la más importante que plantea este libro es la cuestión del racionalismo y el cientifismo como argumentos en contra de la fe. El cientifismo niega la existencia de cuanto no se puede ver, medir o comprobar. Algunos de los personajes que aparecen en este libro justifican intelectualmente su fe, como es el caso de Francis Collins, investigador sobre el genoma humano. No está mal y puede servir de argumento a efectos dialécticos: Dios ha construido un mundo que sólo una inteligencia superior a la humana podía haber realizado. No obstante es mucho más hermosa la fe a la que se llega a través de imágenes. Es el caso de Frossard: "Me es mostrado un mundo distinto, de un resplandor y de una densidad que arrinconan al nuestro entre las sombras frágiles de los sueños…". Las imágenes respetan el Misterio, en tanto que los argumentos tratan de explicar que no existe tal misterio. Si lo pensamos bien, Dios nos habla en la Sagrada Escritura con imágenes y nuestro señor Jesucristo se dirigía a sus oyentes por medio de parábolas, que también son imágenes. Mientras la razón se esfuerza por entender la "causa incausada", el corazón siente simpatía por la imagen del "buen samaritano". Nuestro corazón y nuestra alma empatizan con las imágenes de lo verdadero y de lo bello, imágenes que no destruyen el Misterio y sin embargo lo explican por afinidad con lo humano. Los argumentos sólo suponen una ayuda, una confirmación. Han pasado siete siglos desde que Santo Tomás formuló sus pruebas sobre la existencia de Dios y no se han producido conversiones masivas por esa causa. La razón puede ser muy dura cuando no desea creer, pero el corazón deslumbrado la convence en un instante. En todos los personajes del libro se produce un impulso de conversión que hace ver a sus protagonistas que Dios los conoce individualmente y los busca. Esto lleva a decir a Frossard que, en comparación con las tentaciones de Dios, las del diablo son un juego de niños. Pero es necesaria la sencillez del alma para caer en las "tentaciones de Dios". Impacta la humildad del guitarrista español Narciso Yepes cuando, mientras veía discurrir el agua del río Sena, escucha en su oído unas palabras: "¿Qué estás haciendo?". Añade Yepes: "En ese momento todo cambió para mí. Sentí la necesidad de plantearme por qué vivía, para quién vivía…". El alma sencilla respeta el misterio y no trata de atravesar la cortina tras la que se esconde la grandeza de Dios. Por el contrario resulta desasosegante leer cómo algunos niegan la existencia de Dios en base a la existencia del mal y del dolor en el mundo. Por un lado, y dado que también existe el bien, sería más lógico profesar el maniqueismo: Admitir la existencia de un principio del Mal y otro principio del Bien. En segundo lugar negar a Dios a causa de los desastres naturales o sociales, sólo por el efecto negativo que éstos producen en el hombre, supone negar la realidad, los datos de hecho; algo que un científico no debería hacer nunca. Es como modificar los datos de un problema sólo para que la solución resulte correcta. Por último es psicológicamente infantil pensar que nada nos pueda dañar en esta Arcadia no siempre feliz.
Es bastante interesante. Da gusto conocer las motivaciones o la espontaneidad de las conversiones de personas tan cultas. Como se vale Dios de amigos, de situaciones, de estudios y lecturas para dejarse oir. Siempre me gusta leer libros sobre otros libros o sus autores.
Francis Collins, Ernesto Sábato, Fiódor Dostoievski, Tatiana Goricheva, C. S. Lewis, André Frossard, Edith Stein, Vittorio Mesori, Narciso Yepes y Gilbert K. Chesterton crecieron agnósticos, ateos o indiferentes al hecho religioso hasta que en un momento de sus vidas se convirtieron al cristianismo. José Ramón Ayllón cuenta cómo se produjo ese cambio radical y las respuestas de ellos a los interrogantes que hoy se plantean sobre la existencia de Dios, Jesucristo, la Iglesia... Libro muy oportuno, claro y a la vez riguroso, que puede hacer mucho bien. Parte del libro está sacado de una obra anterior del autor, hoy descatalogada: "Dios y los náufragos".