La presente obra nos ofrece nueve capítulos que son nueve actitudes morales fundamentales para el arte de vivir bien. Se trata de una síntesis de su obra mayor: Ética, de la editorial Encuentro, Madrid 1983.
Con un estilo fluido, hermoso y profundo, característico de alguna de sus obras más conocidas, como El corazón, Dietrich von Hildebrand (con la colaboración de su esposa Alice) describe en este delicioso texto alguna de las actitudes morales fundamentales que una persona debe tener para que su vida logre una plenitud de sentido.
Se analiza, en primer lugar, la reverencia, porque nos abre la puerta del mundo de los valores. A continuación, la fidelidad, la respuesta permanente ante los valores importantes en sí mismos que proporciona firmeza ante las dificultades y las pruebas que acompañan a nuestros compromisos.
La responsabilidad permite "apreciar debidamente el impacto de las exigencias del mundo de los valores". Ser responsable es caer en la cuenta de que se debe rendir cuentas a Alguien que está por encima.
La ausencia de veracidad genera personas falaces, incapacitados para las actitudes anteriores. La bondad se define como "el verdadero núcleo de todo el reino de los valores morales". En contra de algunos filósofos demasiado racionalistas, la bondad es más que sabiduría, como sostiene Edith Stein.
La comunión se presenta como el valor opuesto al solipsismo. Le siguen la esperanza y la humildad. "Solo con la humildad como fundamento pueden las otras virtudes desplegar su belleza: la humildad da un tono absolutamente nuevo a todo el ethos de una persona, la eleva de una manera misteriosa, le confiere una sublime libertad interior y derriba los muros que le aprisionaban".
Del corazón humano se ocupa el último y más brillante capítulo. El corazón es el ubi donde se dan las respuestas afectivas al valor. Para Hildebrand, "el corazón constituye el yo real de la persona más que su intelecto o su voluntad", pues la felicidad "tiene su lugar en la esfera afectiva".
Sencillamente quería indicar lo adecuado del texto para una aproximación serena, sensata, con la frescura de la descripción de la realidad y los anhelos de crecimiento humano que anidan en todos, a cuestiones clave. Pueden considerarse éticas, o sencillamente antropológicas. Cada vez distingo menos.
Es ésta una síntesis accesible por su sencillez para el lector que quiera profundizar en el mundo de los valores morales.
Los autores presentan nueve valores principales para el actuar de hoy. Son valores que, precisamente por su ausencia, son necesarios para reconstruir la sociedad, empezando por la persona. Por eso, solo la persona es capaz de portar valores morales.
El primer valor que analiza es el de la reverencia, y no es el primero por azar, sino porque según los von Hildebrand la reverencia nos abre al mundo de los valores. En otra obra de Dietrich von Hildebrand, Sittliche Grundhalttungen (Santidad y Virtud en el Mundo), dice que el respeto es "(...) aquella actitud fundamental que también puede ser llamada madre de toda vida moral, porque en él adopta el hombre primordialmente ante el mundo una actitud de apertura que le hace ver los valores". Ahora ya no habla de respeto sino de reverencia, al cual añade una nota algo más solemne que la del respeto. La profundidad de la persona, su madurez queda excluida si no se es reverente (p.28).
El segundo valor que estudia es la fidelidad. La fidelidad consiste en dar una respuesta adecuada y permanente ante los valores objetivos e importantes en sí mismos. De lo contrario, es decir, una respuesta que no es permanente ante un valor objetivamente importante es una respuesta inmadura, y es inmadura porque ha sido, en definitiva, una respuesta irreverente. La fidelidad es lo que da firmeza ante las dificultades y las pruebas de cualesquiera de nuestros compromisos (p.38-39). Además sólo la persona fiel puede generar confianza. Por el contrario, ¿es posible que una persona permanentemente inconstante inspire confianza?
El tercer valor moral fundamental es la responsabilidad. Sólo la persona que tiene sentido de responsabilidad "puede apreciar debidamente el impacto de las exigencias del mundo de los valores" (p.48-49). Ser responsable es caer en la cuenta de que se debe rendir cuentas a Alguien que está por encima, es dar respuestas adecuadas a eso que se ha recibido (dones). La persona irresponsable juega –con sus propias normas- con su vida, la responsable juega con las normas de la vida. Se trata pues de responder con reverencia y fidelidad a lo que la vida nos ofrece.
El cuarto valor es la veracidad. En este capítulo los von Hildebrand se centran más en la persona falaz que en la veraz para ver con nitidez la consistencia de este valor. En efecto, el alma mentirosa es irreverente, infiel e irresponsable. ¿Quién puede confiar en alguien que es mentiroso? Sobre la mentira no se puede edificar más que más mentiras. El falaz considera la realidad únicamente bajo su propio arbitrio, capricho o antojo. Vive en un continuo simulacro del que no puede salir porque no lo puede ni lo quiere reconocer. Son las personas que se comportan como fantasmas sin substancia (65).
El quinto valor es la bondad, y la define como "el verdadero núcleo de todo el reino de los valores morales (...) no hay ninguno que encarne más completamente el mundo moral que la bondad" (75). Parece obvio que este sea un valor moral y fundamental, pues la persona bondadosa quiere siempre el bien suyo y del otro. Por eso está siempre dispuesta a echar una mano, no soslaya los problemas, da su tiempo con generosidad, es capaz de olvidarse de sí enteramente, es compasiva, perdona y, por ende, se le perdona más. Se podría decir, de alguna manera, que la bondad es fin. En contra de algunos filósofos demasiado racionalistas, pienso, y supongo que Hildebrand también, que la bondad es más que sabiduría, como sostiene Edith Stein.
A partir de este capítulo se comienza a hablar de temas que no tienen que comportar una jerarquía como hasta ahora. El capítulo VI es un estudio de la comunión, en contra de cualquier vida que apueste por un solipsismo carente de todo sentido.
En el capítulo VII se discurre sobre la esperanza. La esperanza confirma la inmortalidad del alma, o, sin inmortalidad la muerte sería algo definitivo. Una vida sujeta al placer es una vida trágica, pues el placer es esencialmente efímero y choca con la sed de eternidad propia del hombre. Por el contrario, "Nuestro esperar que está fundado en el Dios vivo, según la expresión de San Agustín, el Dios que se nos ha revelado en Cristo. Lejos de toda ilusión, plenamente consciente de la tragedia de la muerte, el verdadero cristiano mantiene sus ojos fijos en la realidad última, sobrenatural, que da a todo el universo su sentido propio" (p. 140).
En el penúltimo capítulo nos habla de la virtud hoy. Se trata aquí de ver que existe una virtud capaz de revolucionar la vida moral ausente hoy en muchos aspectos. Hay un papel decisivo en la virtud de la humildad, su importancia "es tal que transforma toda la moral, empapa a todas las otras virtudes y concede a cada una de ellas un valor incomparable. (...) Solo con la humildad como fundamento pueden las otras virtudes desplegar su belleza: la humildad da un tono absolutamente nuevo a todo el ethos de una persona, la eleva de una manera misteriosa, le confiere una sublime libertad interior y derriba los muros que le aprisionaban" (p. 161-162).
Por último, nos habla del corazón humano. Sin duda, y comparto el gusto de Aurelio Ansaldo en el prólogo, es el capítulo más brillante. Se ve en este apartado la síntesis de la primera parte de The Heart (El corazón). El colofón del libro es un análisis de los distintos niveles de la esfera de la afectividad. El corazón es el ubi donde se dan las respuestas afectivas a lo importante en sí mismo, al valor. Para Hildebrand "(...) el corazón constituye el yo real de la persona más que su intelecto o su voluntad" . Y no puede ser de otra manera, pues la felicidad, que es el objetivo principal de todo hombre, "tiene su lugar en la esfera afectiva, sea cual sea su fuente y su naturaleza específica, puesto que el único modo de experimentar la felicidad es sentirla. (...) El conocimiento sólo podría ser la fuente de la felicidad, pero la felicidad misma, por su propia naturaleza tiene que quedarse en una experiencia afectiva. Una felicidad "pensada" o "querida" no es felicidad; se convierte en una palabra sin significado si la separamos del sentimiento, la única forma de experiencia en la que puede ser vivida de modo consciente" .
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Con un estilo fluido, hermoso
Con un estilo fluido, hermoso y profundo, característico de alguna de sus obras más conocidas, como El corazón, Dietrich von Hildebrand (con la colaboración de su esposa Alice) describe en este delicioso texto alguna de las actitudes morales fundamentales que una persona debe tener para que su vida logre una plenitud de sentido.
Se analiza, en primer lugar, la reverencia, porque nos abre la puerta del mundo de los valores. A continuación, la fidelidad, la respuesta permanente ante los valores importantes en sí mismos que proporciona firmeza ante las dificultades y las pruebas que acompañan a nuestros compromisos.
La responsabilidad permite "apreciar debidamente el impacto de las exigencias del mundo de los valores". Ser responsable es caer en la cuenta de que se debe rendir cuentas a Alguien que está por encima.
La ausencia de veracidad genera personas falaces, incapacitados para las actitudes anteriores. La bondad se define como "el verdadero núcleo de todo el reino de los valores morales". En contra de algunos filósofos demasiado racionalistas, la bondad es más que sabiduría, como sostiene Edith Stein.
La comunión se presenta como el valor opuesto al solipsismo. Le siguen la esperanza y la humildad. "Solo con la humildad como fundamento pueden las otras virtudes desplegar su belleza: la humildad da un tono absolutamente nuevo a todo el ethos de una persona, la eleva de una manera misteriosa, le confiere una sublime libertad interior y derriba los muros que le aprisionaban".
Del corazón humano se ocupa el último y más brillante capítulo. El corazón es el ubi donde se dan las respuestas afectivas al valor. Para Hildebrand, "el corazón constituye el yo real de la persona más que su intelecto o su voluntad", pues la felicidad "tiene su lugar en la esfera afectiva".
Sencillamente quería indicar lo adecuado del texto para una aproximación serena, sensata, con la frescura de la descripción de la realidad y los anhelos de crecimiento humano que anidan en todos, a cuestiones clave. Pueden considerarse éticas, o sencillamente antropológicas. Cada vez distingo menos.
Es ésta una síntesis accesible por su sencillez para el lector que quiera profundizar en el mundo de los valores morales.
Los autores presentan nueve valores principales para el actuar de hoy. Son valores que, precisamente por su ausencia, son necesarios para reconstruir la sociedad, empezando por la persona. Por eso, solo la persona es capaz de portar valores morales.
El primer valor que analiza es el de la reverencia, y no es el primero por azar, sino porque según los von Hildebrand la reverencia nos abre al mundo de los valores. En otra obra de Dietrich von Hildebrand, Sittliche Grundhalttungen (Santidad y Virtud en el Mundo), dice que el respeto es "(...) aquella actitud fundamental que también puede ser llamada madre de toda vida moral, porque en él adopta el hombre primordialmente ante el mundo una actitud de apertura que le hace ver los valores". Ahora ya no habla de respeto sino de reverencia, al cual añade una nota algo más solemne que la del respeto. La profundidad de la persona, su madurez queda excluida si no se es reverente (p.28).
El segundo valor que estudia es la fidelidad. La fidelidad consiste en dar una respuesta adecuada y permanente ante los valores objetivos e importantes en sí mismos. De lo contrario, es decir, una respuesta que no es permanente ante un valor objetivamente importante es una respuesta inmadura, y es inmadura porque ha sido, en definitiva, una respuesta irreverente. La fidelidad es lo que da firmeza ante las dificultades y las pruebas de cualesquiera de nuestros compromisos (p.38-39). Además sólo la persona fiel puede generar confianza. Por el contrario, ¿es posible que una persona permanentemente inconstante inspire confianza?
El tercer valor moral fundamental es la responsabilidad. Sólo la persona que tiene sentido de responsabilidad "puede apreciar debidamente el impacto de las exigencias del mundo de los valores" (p.48-49). Ser responsable es caer en la cuenta de que se debe rendir cuentas a Alguien que está por encima, es dar respuestas adecuadas a eso que se ha recibido (dones). La persona irresponsable juega –con sus propias normas- con su vida, la responsable juega con las normas de la vida. Se trata pues de responder con reverencia y fidelidad a lo que la vida nos ofrece.
El cuarto valor es la veracidad. En este capítulo los von Hildebrand se centran más en la persona falaz que en la veraz para ver con nitidez la consistencia de este valor. En efecto, el alma mentirosa es irreverente, infiel e irresponsable. ¿Quién puede confiar en alguien que es mentiroso? Sobre la mentira no se puede edificar más que más mentiras. El falaz considera la realidad únicamente bajo su propio arbitrio, capricho o antojo. Vive en un continuo simulacro del que no puede salir porque no lo puede ni lo quiere reconocer. Son las personas que se comportan como fantasmas sin substancia (65).
El quinto valor es la bondad, y la define como "el verdadero núcleo de todo el reino de los valores morales (...) no hay ninguno que encarne más completamente el mundo moral que la bondad" (75). Parece obvio que este sea un valor moral y fundamental, pues la persona bondadosa quiere siempre el bien suyo y del otro. Por eso está siempre dispuesta a echar una mano, no soslaya los problemas, da su tiempo con generosidad, es capaz de olvidarse de sí enteramente, es compasiva, perdona y, por ende, se le perdona más. Se podría decir, de alguna manera, que la bondad es fin. En contra de algunos filósofos demasiado racionalistas, pienso, y supongo que Hildebrand también, que la bondad es más que sabiduría, como sostiene Edith Stein.
A partir de este capítulo se comienza a hablar de temas que no tienen que comportar una jerarquía como hasta ahora. El capítulo VI es un estudio de la comunión, en contra de cualquier vida que apueste por un solipsismo carente de todo sentido.
En el capítulo VII se discurre sobre la esperanza. La esperanza confirma la inmortalidad del alma, o, sin inmortalidad la muerte sería algo definitivo. Una vida sujeta al placer es una vida trágica, pues el placer es esencialmente efímero y choca con la sed de eternidad propia del hombre. Por el contrario, "Nuestro esperar que está fundado en el Dios vivo, según la expresión de San Agustín, el Dios que se nos ha revelado en Cristo. Lejos de toda ilusión, plenamente consciente de la tragedia de la muerte, el verdadero cristiano mantiene sus ojos fijos en la realidad última, sobrenatural, que da a todo el universo su sentido propio" (p. 140).
En el penúltimo capítulo nos habla de la virtud hoy. Se trata aquí de ver que existe una virtud capaz de revolucionar la vida moral ausente hoy en muchos aspectos. Hay un papel decisivo en la virtud de la humildad, su importancia "es tal que transforma toda la moral, empapa a todas las otras virtudes y concede a cada una de ellas un valor incomparable. (...) Solo con la humildad como fundamento pueden las otras virtudes desplegar su belleza: la humildad da un tono absolutamente nuevo a todo el ethos de una persona, la eleva de una manera misteriosa, le confiere una sublime libertad interior y derriba los muros que le aprisionaban" (p. 161-162).
Por último, nos habla del corazón humano. Sin duda, y comparto el gusto de Aurelio Ansaldo en el prólogo, es el capítulo más brillante. Se ve en este apartado la síntesis de la primera parte de The Heart (El corazón). El colofón del libro es un análisis de los distintos niveles de la esfera de la afectividad. El corazón es el ubi donde se dan las respuestas afectivas a lo importante en sí mismo, al valor. Para Hildebrand "(...) el corazón constituye el yo real de la persona más que su intelecto o su voluntad" . Y no puede ser de otra manera, pues la felicidad, que es el objetivo principal de todo hombre, "tiene su lugar en la esfera afectiva, sea cual sea su fuente y su naturaleza específica, puesto que el único modo de experimentar la felicidad es sentirla. (...) El conocimiento sólo podría ser la fuente de la felicidad, pero la felicidad misma, por su propia naturaleza tiene que quedarse en una experiencia afectiva. Una felicidad "pensada" o "querida" no es felicidad; se convierte en una palabra sin significado si la separamos del sentimiento, la única forma de experiencia en la que puede ser vivida de modo consciente" .
Alberto Sánchez León
www.arvo.net