El periodista Antonio Azorín -heterónimo de José Martínez Ruiz (1873-1966)- ha abandonado el Madrid de principios de siglo, que le aturde. Regresa a Alicante, su provincia natal. Allí describe su estancia en Monóvar, Petrel y en otras localidades.
De vuelta en la Capital escribe a Pepita, hija de su amigo Sarrió, que ha enamorado a Azorín. El autor viaja a Torrijos (Toledo) e Infantes (Ciudad Real) relatando sus impresiones.
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Las obras de José Martínez
Las obras de José Martínez Ruiz, Azorín, son descripciones de lugares, ambientes y personajes. El autor busca la excelencia literaria a través de una afectada perfección y originalidad en el lenguaje. Utliza para ello cultismos -palabras cultas ajenas al lenguaje habitual-, casticismos -términos del habla popular-, regionalismos -vocablos de uso en una determinada región- y neologismos.
No podemos renunciar a la idea de que Azorín utiliza vocablos inventados por él mismo. Sería necesario un diccionario que tradujese las palabras que utiliza el autor y no son de uso común. Lo artificial del lenguaje de Azorín se pone de relieve al compararlo con las cartas que envía a Pepita Sarrió (págs.163 y ss) en las que utiliza un lenguaje normal, sin preciosismos.
"Antonio Azorín" no es un relato sino una sucesión de escenas que el autor divide en tres partes. La primera transcurre en Monóvar y Petrel; en la segunda relata sus andanzas por la provincia alicantina con la intervención de Vicente Verdú, su pariente, y de su amigo Sarrió. En la tercera ha vuelto a Madrid y desde allí escribe a Pepita y viaja a Torrijos y a Infantes (hoy Villanueva de los Infantes).
Azorín se vé a sí mismo como un galeote atado al mundo de la escritura y de los libros. Es muy gráfica la frase en la cual se sienta delante de "un mazo de cuartillas" (pág.223). Citando a Gracián se considera "el hombre de todas horas, en perpetua renovación, siempre nuevo, siempre culto, siempre ameno" (pág.224). Al autor le salva su deseo de ofrecer belleza a través de la palabra: "Nosotros damos a la humanidad lo más preciado: La belleza" (pág.142).
Azorín ha leído a Espinoza, Voltaire, Rousseau, Schopenhauer o Nietsche y siente el vacío que esas lecturas han dejado en su alma. A través del personaje de Verdú, el autor lamenta la pérdida de fe: "Yo no quiero creer -dice Verdú- que sea todo perecedero, todo mortal y deleznable, que sea todo materia. (...) Las ideas consoladoras se disgregan, se pierden, huyen de las universidades y las academias, desertan de los libros y los periódicos y se refugian en las almas de los labriegos y las mujeres sencillas (...) No, no, Azorín; todo no es perecedero ¡El espíritu es inmortal! ¡El espíritu es indestructible!" (págs.214 y 215).
Alicantino, Azorín se siente aterrado al comprobar la pobreza de la agricultura en la España interior si se la compara con la región valenciana, especialmente la falta de regadíos, y fustiga al agricultor castellano por haberse dejado prender de un catolicismo que le inculca resignación y conservadurismo: "Levante -escribe- es una región que se ha desenvuelto y ha progresado por su propia vitalidad" (pág.193).
El autor contempla la decadencia de los pueblos castellanos y le viene a las mientes compararlos con Cataluña: "El problema catalanista [que ya estaba presente], en el fondo, no es más que la lucha de un pueblo fuerte y animoso con otro débil y pobre, al cual se encuentra unido por vínculos acaso transitorios" (pág.194). A ello podemos decir que la debilidad castellana puede ser sólo aparente, porque Castilla se dobla y se dobla, pero no se rompe. Algo querrá significar esto.
Para amantes de la literatura y el lenguaje.