El joven inglés Thomas de Hookton sobrevive a un extraño saqueo de los normandos y atraviesa el Canal para unirse a las tropas de Eduardo III y, de paso, intentar encontrar al culpable; los acontecimientos le obligan a elevar el tiro e ir detrás de “aquello en lo que todos los caballeros de la mesa redonda fracasaron: encontrar el Grial”, quizá demasiado. Thomas es un expertísimo arquero y lleva consigo a todas partes su arco largo, el arma que dará muchas victorias a los ingleses en aquella guerra.
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Arqueros del rey (que pertenece al nuevo ciclo La búsqueda del Grial) se encuentra a medio camino entre la saga de Sharpe y la del Señor de la guerra. Por una parte, supone el regreso del Cornwell menos complaciente y más socarrón: su héroe, un arquero inglés, se pasa tres cuartos del libro eludiendo sus deberes para con la Iglesia y sus promesas a una dama de buen ver, y sólo al final, y más debido a la casualidad de encontrarse con su archienemigo en la batalla de Crécy (1346) que por sus ansias justicieras, cumple en parte su misión. No da cuartel al rival, tiende emboscadas traicioneras, se salta a la torera las reglas de la guerra (si es que en la Guerra de los Cien Años había alguna...) y sólo muestra un poco de humanidad cuando se encuentra entre camaradas o acompañado de su última conquista sentimental. No es un pícaro, no hay demasiado humor en Thomas de Hookton, sino un superviviente desesperado que dice sentirse movido por la venganza (su aldea fue arrasada por un pariente al que no conocía), pero al que motiva más ver un nuevo amanecer.