La finca de Whistlefield es famosa no solo por su belleza, sino también por el laberinto vegetal que diseñaron sus primeros propietarios. El recorrido, delimitado por altos setos que se entrecruzan en caminos sin salida o que regresan al punto de partida, conduce a dos centros distintos en los que un cómodo banco recompensa a quienes logran alcanzar la meta. Y es allí donde, en una calurosa tarde de verano, aparecen los cuerpos sin vida de Roger Shandon, dueño de la heredad, y de Neville, su hermano gemelo y conocido abogado. Ambos han sido asesinados con la misma arma: un dardo impregnado de curare. Dado que, de los miembros de la familia los únicos capaces de orientarse en el laberinto parecen tener una sólida coartada, serán necesarias una mirada aguda y una inquebrantable profesionalidad para averiguar quién ha cometido el doble crimen. Estas cualidades la posee el jefe de policía, sir Clinton Driffield, bajo una apariencia anodina.
Comentarios
Relato policiaco de corte muy
Relato policiaco de corte muy tradicional en cuanto a su ambientación, desarrollo de la acción y planteamiento de la historia, al más puro estilo de la literatura inglesa del género en la primera mitad del siglo XX.
Junto al jefe de policía -investigador principal- aparece como contrapunto, otro personaje -Escudero- en el desarrollo de la trama. La intriga se desenvuelve muy lentamente hasta su resolución final que exige una explicación global por parte del jefe de policía para el esclarecimiento total de la historia, haciendo encajar todas la pruebas, marcando un hilo conductor que da coherencia al caso.
La novela se lee bien, aunque peca de cierta lentitud en presentar y entrar en materia, con una prosa demasiado ligera y ambigua que proyecta cierta oscuridad, velando los hechos hasta su esclarecimiento final.