Magistral relato de Helen Rappaport sobre el estallido de la Revolución Rusa a través de testimonios directos dejados por ciudadanos extranjeros que vivieron el drama en primera persona. Entre el primer estallido de febrero de 1917 y el golpe bolchevique de Lenin en octubre, Petrogrado (el antiguo San Petersburgo) estaba en plena ebullición. Allí, los visitantes extranjeros que llenaban hoteles, clubes, oficinas y embajadas eran muy conscientes del caos que brotaba fuera de sus puertas y debajo de sus ventanas.
Entre este variopinto grupo estaban periodistas, diplomáticos, hombres de negocios, banqueros, institutrices, enfermeras voluntarias y socialistas expatriados. Muchos guardaban diarios y escribían cartas a casa: desde una enfermera inglesa que ya había sobrevivido al hundimiento del Titanic, al ayudante de cámara afroamericano del embajador de los Estados Unidos, o a la líder del movimiento sufragista Emmeline Pankhurst, que había venido a Petrogrado para inspeccionar el indomable Batallón de la Muerte, formado íntegramente por mujeres y dirigido por Maria Bochkareva.
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Crónica interesante en la que
Crónica interesante en la que se describen de forma pormenorizada los hechos acaecidos en Petrogrado (o San Petersburgo) en el año 1917. Dividida en tres grandes partes, en la primera se detalla la revolución de febrero y la abdicación del zar Nicolás II; en la segunda, se narran los sucesos de julio con la llegada de Lenin y los bolcheviques contra el Gobierno provisional y, por último, se recoge la revuelta final de octubre que finaliza con la derrota definitiva del Gobierno frente a las fuerzas bolcheviques el día 2 de noviembre.
Para este relato, casi periodístico, la autora se basa en un valioso material, en gran parte inédito, formado por diarios, archivos, cartas, escritos, etc. de los testigos extranjeros que vivieron en primera persona aquellos convulsos momentos. De esta forma, el lector puede ver, sentir y oír la Revolución tal y como la vivieron ese grupo de personas que se vieron atrapados en aquellos terribles sucesos. Entre estos testigos de excepción, hay que destacar a los embajadores y a sus colaboradores, como G. Buchanan del Reino Unido, el americano D.R. Francis y el francés M. Paléologue, que se mantuvieron firmes en sus labores diplomáticos hasta finales de 1917. Así, sir G. Buchanan y su familia desembarcaron en Escocia en enero de 1918, y poco después convirtieron sus diarios en un libro titulado “Mi misión en Rusia y otros recuerdos diplomáticos”, publicado en 1923. Su hija Meriel también escribió posteriormente varios libros sobre sus años en Rusia, como “La disolución de un imperio” en 1932.
Por otra parte, hay que destacar la figura de los periodistas a lo largo de toda esta crónica. Como dice la autora, no resulta fácil cuantificar el número de corresponsales ingleses, americanos y franceses –sin contar otros periodistas extranjeros- que trabajaron en condiciones extremas (a veces, infrahumanas), soportando terribles privaciones, hambre y frío durante esos meses. Entre ellos, por sus importantes artículos y colaboraciones periodísticas, destacan el americano Fleurot y su colega Florence Harper, la primera mujer periodista que llegó a Petrogrado.
Así pues, en conjunto, se trata de una recopilación de vivencias atroces y conmovedoras ante una revolución incontrolable, quizá inevitable por las tremendas desigualdades que socavaban la sociedad rusa, porque como vaticinó la gran duquesa Vladimir: “Si la salvación no viene de arriba, se producirá la revolución desde abajo”.