Billar a las nueve y media

"Billar a las nueve y media" pertenece a ese género de novelas que cuentan pocas cosas con muchas palabras. El fuerte de la novela reside en la creación de los ambientes: De dolor y falta de libertad a partir del advenimiento del nazismo; sólo unos pocos se mantendrán fieles al "sacramento del cordero"; la mayoría comulgarán con el "sacramento del búfalo". Después de la guerra el ambiente es de oscuridad y sobreentendidos: los antiguos nazis, aquellos que causaron tanto dolor, los que denunciaron e hicieron desaparecer a los jóvenes resistentes siguen ocupando los mismos lugares en la sociedad, ahora reconvertidos a la democracia. A los que resistieron al nazismo, ya fuera desde unos principios católicos o de izquierdas, y sobrevivieron, no les queda más que cerrar el corazón a lo que les rodea, aislarse y añorar a los compañeros perdidos. La Abadía, que un día proyectó y construyó el arquitecto Fahmel, opera como elemento simbólico, ya que durante la guerra va a ser destruida por su hijo, experto en demoliciones, en un gesto de rabia. El nieto e hijo de ambos decide que ahí hay un misterio familiar en el que no vale la pena profundizar. El clímax de la amargura de Böll contra la iglesia católica aparece cuando el autor, antes de la conflagración, hace entonar a los monjes las canciones patrióticas puestas en boga por el régimen. La novela se deja leer aunque algunos pasajes se hacen pesados y aun poco inteligibles. Los hechos, que indudablemente tienen su interés como denuncia de una situación todavía vigente en 1958, surgen aquí y allá desordenadamente, en medio de monólogos y reflexiones interminables. El dibujo de lugares y personajes es escaso pero convincente.