En esta conversación, hasta ahora inédita, Viktor Frankl y el teólogo Pinchas Lapide se interrogan acerca de los motivos por los que ambas se han enfrentado e ignorado durante tanto tiempo. "Ya va siendo hora -afirman en el prólogo- de abrir un sincero diálogo entre quienes dedican todo su esfuerzo a conseguir, bien la salvación, bien su curación". Este libro recoge su contribución a este diálogo, que arranca del común convencimiento de que la fe y la ciencia "son dos caminos de una misma búsqueda de la verdad que nos impulsa poco a poco hacia adelante, aunque probablemente nunca hallemos aquí abajo su meta"
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La personalidad y experiencia
La personalidad y experiencia de Victor Frankl son conocidas: Psicólogo de renombre, vienés aunque no freudiano; sobrevivió a la experiencia de los campos de exterminio durante la Segunda Guerra Mundial donde murieron sus padres, su esposa y su hermano. El hecho de que fuese capaz de superar sin rencor esa dolorosísima prueba y continuase después dedicando su vida al servicio de los enfermos le ganó fama de justo. Pinchas Lapide se dedicó la estudio comparado de las religiones, especialmente del judaísmo y el cristianismo. Ambos fallecieron en el año 1997.
Por sus estudios Lapide es conocedor de la Teología mientras que Frankl se nos presenta como un judío piadoso, un hombre sencillo que accede a mostrar su interior: qué piensa de Dios, cómo reza y cómo ve al hombre desde su perspectiva de psicólogo. La conversación comienza tratando de la logoterapia o búsqueda del sentido de la vida. Frankl afirma que éste se alcanza atendiendo en cada momento y para cada acto el dictado de la propia conciencia. El hecho de admitir que el hombre tiene una conciencia separa al psicólogo de cualquier tipo de materialismo. Su terapia ha sido tachada por ello de religiosa, algo que él niega.
Frankl estudia en la vida del hombre dos baremos: uno horizontal entre el éxito y el fracaso y otro vertical que conduce por un lado a la autorrealización y hacia abajo a la desesperación. No son el éxito o el fracaso (“esos dos impostores” que decía Kipling) los que dotan o privan al hombre de su humanidad, sino la aceptación –y la superación a través de ella- del sufrimiento, de la culpa y de la muerte. Contrapone al “homo sapiens” el “homo patiens”, el hombre sufriente que se realiza a sí mismo en el dolor. Ello es acorde con su experiencia en los campos de concentración: “Allí encontraron su fe muchos más de los que la perdieron”.
Tanto Frankl como Lapide se muestran acordes en que la felicidad no se puede buscar por sí misma, ya que rehuye a quien la busca pero se entrega a quien actúa siguiendo los dictados de su conciencia. La teología de ambos es judaica, por lo tanto precristiana, pero no hay que olvidar que el judaísmo ha producido muchos hombres justos. Es relevante la concepción de Frankl del acto de fe como “existencial”, en contraposición a “intelectual”. El acto de fe existencial es compromiso y obediencia a ese Dios que podemos “presentir”, pero también rechazar.
Como creyentes se niegan a entronizar la razón frente a Dios, pero Frankl advierte que lo que se cree ha de ser razonable, lo que se ama debe ser digno de amor y lo que se espera posible. Rechaza así cualquier tipo de irracionalismo. La fe tiene que ser capaz de confrontarse con la ciencia, pero donde ambas se encuentran es en el interior del hombre, y éste comprueba que no son incompatibles. Para Frankl la búsqueda de un sentido en la vida del hombre no es algo ideológico, sino una realidad comprobada en la práctica clínica. Cuando abandonó a Freud –se nos dice en la interesante introducción- los enfermos fueron sus maestros.
A pesar de todo lo dicho el libro necesita de una formación teológica para ser leído y entendido correctamente.
Viktor Frankl es mundialmente conocido por su famosísimo libro “El hombre en busca de sentido”. En ese libro se une su tremenda experiencia del terror nazi, con una teoría trabajada y útil en la psiquiatría, la logoterapia. Nos habla fundamentalmente del sentido. Y esta idea podría ser de una gran utilidad para muchas personas de hoy que apenas consiguen reflexionar sobre su propia vida. En otro obra, mucho más densa, “La presencia ignorada de Dios”, explica como se encuentra a Dios precisamente en la conciencia de los hombres. En este libro que reseñamos trata de ambos temas, en una conversación con un teólogo judío. Como era de esperar, esta charla resulta muy sugerente por los temas que se tratan, pero en seguida se da uno cuenta de que la aportación de Lapide es de un teólogo con ideas bastante distantes de una planteamiento católico, y que, en ese ámbito teológico, las ideas de Frankl son también muy dispares al sentir cristiano. En dos aspectos, de un modo claro, se percibe esta distancia. En la moral, donde se da pie a un planteamiento nítidamente utilitarista. Por una razón: para el pensamiento judío la vida es sagrada, pero en un sentido distinto al cristiano. Cuando dicen que es sagrada están diciendo que es lo último. Hay que salvaguardarla a cualquier precio. Y como anécdota nos dice Frankl que a su mujer, al entrar en el campo de concentración, le dio permiso para hacer “cualquier cosa” con tal de conservar la vida. Si tenía que prostituirse –dice explícitamente- que no tuviera dudas. No hay un planteamiento trascendente. La predicación del Reino, lema central de Jesucristo, no está en su perspectiva. Por otra parte, al no tener la revelación de Dios Trino, hacen mucho hincapié en que no se puede conocer nada de Dios. En definitiva, este libro no puede aportar nada a una persona con fe y doctrina cristianas. Las ideas positivas de Frankl sobre el descubrimiento de Dios o del sentido de la vida, son útiles a un nivel bajo, de quien está lejos de Dios. Pero el Dios que estos interlocutores encuentran se ha quedado en la revelación del Antiguo Testamento.