Cinco pistas falsas

El sofisticado, culto y elegante lord Wimsey, el detective más refinado y sagaz de Inglaterra, se encuentra de vacaciones en Escocia, en Galloway, sede de una curiosa colonia de pintores. Uno de ellos, Campbell, el más impopular del grupo, se ha despeñado por un acantilado mientras pintaba. ¿Casualidad o asesinato? Una vez más la privilegiada mente de lord Peter no podrá descansar y tendrá que invertir todas sus habilidades en descartar, una tras otra, las pistas falsas que ocultan la verdadera identidad del culpable.

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2004 Lumen
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Imagen de wonderland

Esta es la tercera novela que se publica de la excelente escritora Dorothy L. Sayers. La autora ha sido ponderada como la más capaz de entre las de novela negra y el juicio seguramente es acertado. Tiene Sayers un saber hacer poco común porque sus novelas combinan la calidad de la escritura con la intriga bien dosificada y suelen carecer de defectos. Además consigue mantener la sorpresa hasta el final con lo que el lector si sufre es por no ser capaz de descifrar las pistas que le van dejando por el camino. Al final todo se aclara con deducciones perfectas que completan el gusto producido por una escritura cuidada e inteligente.
Meter Wimsey, un detective que nunca nos acabará de caer simpático porque es demasiado inteligente y algo creído, investiga la muerte de un pintor. Aunque parece un accidente en seguida hay indicios de asesinato. Lo más curiosos es que por una vez hay más candidatos a asesino que cadáveres. Por lo que sea todo el mundo se empeña en parecer sospechoso y así el asunto está muy embrollado.
Como además las coartadas dependen de los horarios, y aquí todo va por los pelos, incluyendo horarios de tren, el lector se lo pasa en grande intentando retener los datos y comprobando las indagaciones de la policía local y del propio Wimsey. En conjunto, una delicia.
Dorothy Sayers, que cita varias veces a Chesterton, es una autora cuidadosa. No abusa de su ingenio sino que además trabaja las obras. Así evita entusiasmar sin convencer. Cuando se cierra la última página, no se tiene la sensación de haber dedicado el tiempo a una lectura de mero entretenimiento, sino de haber gozado de buena literatura. Lo liviano también exige oficio.