Alfonso López Quintás es un destacado representante del personalismo español, al tiempo que un fervoroso creyente. Las aproximaciones a sus personajes son apasionadas y entusiásticas, y hacen ver los aspectos positivos y los negativos como una excusa para la exposición de su propio pensamiento, que serviría para explicar adecuadamente la evolución de estos personajes en sus intentos de alcanzar a Dios. La teoría de los ámbitos relacionales de sentido es una de las más recurrentes en su obra y viene ampliamente expuesta en este libro.
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El más largo de estos análisis biográficos, y el primero de ellos, está dedicado a Miguel de Unamuno. El enfoque resulta apasionante, pues desvela no sólo las inquietudes más íntimas del personaje sobre el tema de Dios, sino también sus contradicciones. La tesis de López Quintás consiste en explicar cómo en el fondo del pensamiento unamuniano late un problema que no se ha sabido resolver correctamente: de un lado está el acercamiento a las cosas de un modo analítico y posesivo –"egotista", como el mismo Unamuno se definía-, y por otro el ansia de unión con lo infinito de un modo pasional dejando aparte los recursos de la razón. El resultado de esa aproximación a Dios es que deja a su protagonista insatisfecho, por no entablarse un ámbito comunicativo real entre Dios y la criatura. Unamuno volvía una y otra vez a la angustia que le producía la imposibilidad de admitir a través de la razón, a un Dios que necesitaba y cuya plenitud se le presentaba a la vez como un deseo apasionado. "El Unamuno agónico intenta unir tensionalmente lo que no supo integrar armónicamente" (p. 100). Por tanto, no hay "dos Unamunos", dos etapas sucesivas contradictorias en el personaje, sino un ser escindido que no atina a posicionarse en un campo de sentido entre los polos opuestos que le atraen de modo alternativo. Todo esto es debido a no haber logrado aunar principios básicos de la existencia humana: razón y voluntad. "Al quedar desvinculados los diversos aspectos de la realidad, ésta se puebla de dilemas" (p. 77); son los dilemas típicos de la modernidad racionalista que acaban terminan en uno especialmente falso: o Dios o el hombre. En este caso la aplicación más fructífera del análisis de López Quintás consiste en el ámbito que se crea en la relación de la persona con Dios. La consideración de la vida como relación del hombre con Dios la que puede proporcionar la salida del falso dilema. Unamuno fue incapaz de entablar ese ámbito por pasar de un extremo a otro: primero por procurar abarcar la realidad divina de un modo extremadamente racionalista y posesivo; en segundo lugar, al enfatizar una voluntad separada de la razón que tendía a esa misma realidad divina a modo de inmersión: Dios, para Unamuno, no sería más que una emanación de la voluntad humana de alcanzar el bien y la felicidad. Es un Dios creado y determinado por el hombre y no al revés. Aunque López Quintás no desciende a analizar concretamente la influencia de Kant en este planteamiento, una profundización en este tema sería sin duda iluminadora. De todos modos, en el fondo de su teoría de los ámbitos relacionales está una fructífera visión de que ni el distanciamiento entre la criatura y el creador (del tipo agnóstico-racionalista) ni tampoco una unión en falso de tipo fusionante pueden entablar la adecuada relación que pueda satisfacer los ideales vitales de una persona. Nos encontramos con que la verdadera religión es una relación en la que ninguna de las partes anula a la otra, pese a que se aproximan una a otra y entablan una comunidad. "No se debe confundir la unidad del relax con la del éxtasis" (p. 111) y esto que en Unamuno pretendía ser espiritualidad, vemos que en la actualidad se ha transformado en modos espiritualistas de tipo oriental, cuando no se ha renunciado completamente a la dimensión trascendente de la religión a causa al relax que proporcionan los bienes de consumo o se ha caído en los sucedáneos de "éxtasis" que prometen las drogas. La obra de López Quintás también emite un juicio sobre la historia de la filosofía contemporánea: se trata de un juicio negativo respecto al imperio de la razón analítica y posesiva que se entroniza en la modernidad, concretamente respecto al positivismo. Este juicio no renuncia a algunos logros del pensamiento moderno, y buena prueba de ello es que utiliza muchos de los recursos de la modernidad para iluminar sus explicaciones filosóficas originales. Pero sí es suficientemente explícito en cuanto a la necesidad de un punto de partida diferente, más acorde con realidades que la razón pura moderna no puede explicar. El argumento de los hechos históricos sobrevenidos en la civilización moderna que se había puesto como modelo de progreso no sólo en el mundo científico sino también en el moral y político, es apoyado con aproximaciones filosóficas que muestran que cabe una racionalidad distinta de la positivista. El empeño por justificar esas distintas aproximaciones racionales al mundo, al hombre y a su relación con la divinidad, llevan al autor a la filosofía de Husserl creador de la fenomenología, que está en la raíz de su propio pensamiento personalista. Aunque, claramente, el Husserl de López Quintás es el desarrollado por Scheler, Reinach y Santa Edith Stein. Del capítulo dedicado a esta Santa tan reciente que el autor escribe antes de su beatificación y canonización, discurre más por la filosofía de Husserl, y Scheler que por la de la propia protagonista vital del capítulo. Quizás el estudio sobre la filosofía original de Edith Stein hubiera necesitado más extensión y profundidad. Pero es un buen ejemplo para lo que el autor pretende: el cambio de enfoque de la razón respecto al mundo puede ser decisivo para una nueva forma de aproximación filosófica y vital a Dios, que está necesitando desesperadamente la civilización occidental. La contribución de Juan Pablo II a la extensión de este enfoque podría haber sido traída a colación, precisamente por algunas afinidades que se pueden encontrar entre el Pontífice y la Santa, aunque su exposición necesitaría más de un libro completo. La explicación fenomenológica de la relación humano-divina resulta más que sugerente. El punto de partida "contemplativo" de la fenomenología, entablando una relación entre sujeto y entorno, es plenamente asumible, e incluso indispensable para la correcta puesta en marcha del proceso racional. Pero también uno se pregunta si hace falta algo más, ya que algunos de los representantes de la fenomenología que aparecen de refilón, no lograron plantearse adecuadamente el su dimensión religiosa. Sin quitar mérito al resultado, la obra resulta desigual: mientras que el pensamiento religioso de Unamuno –sobre todo- y de Santa Edith Stein aparecen enmarcados en su trayectoria vital, los hechos biográficos que se tratan de Guardini y García Morente, si bien son relevantes, resultan insuficientes para dibujar a los personajes. Guardini es casi sólo una excusa para seguir avanzando en la historia del siglo XX y llegar a un análisis más pormenorizado de la relación entre los acontecimientos sociales, la desmoralización de la sociedad y el proceso de secularización europeo. De él, no se narran demasiados acontecimientos vitales, pues parece que su genio se escondía en la aparente monotonía de la vida académica, eso sí acompañada de un notable éxito en cuanto a capacidad de convocatoria en la juventud universitaria de su tiempo. Pero la riqueza de la vida intelectual no necesariamente está ligada a acontecimientos destacados, que sin duda Guardini protagonizó. Más bien el énfasis de López Quintás se pone en este caso en el poder de convocatoria de las ideas y experiencias genuinas. En primer lugar, para lo que al tema principal del libro importa, Guardini aporta una nueva aproximación a la liturgia, partiendo de que "la aceptación humilde de los elementos mediacionales –en este caso los signos litúrgicos- permite una profunda unidad sin fusión" (p. 91); en segundo término, el tema de Guardini es la fortaleza y progreso ético que deben ir paralelas al poder y progreso técnico. Es la disolución del optimismo moderno en el desarrollo ilimitado, y por amenaza que esos mismos progresos arrojan sobre el hombre. Y la respuesta en positivo a esos retos, supone un nuevo concepto de hombre como ser relacional, dotado de la palabra que le dota de una apertura de sentido y de respuesta, y configurado por lo que está llamado a ser. La relación más importante y la llamada más perentoria provienen de Dios. La afirmación más pesimista de López Quintás se sitúa precisamente en la comprobación de que las esperanzas de superación que vislumbraba Guardini como un nuevo despertar de Europa no se hayan materializado años después. Frente a esta situación de poco nos sirve "el hecho extraordinario" de García Morente. Un hombre intelectualmente alejado de las corrientes de pensamiento acordes con la visión cristiana del hombre como las de Guardini y Stein, que experimenta una conversión instantánea, mientras escuchaba, sólo en su habitación del exilio en París una pieza de música culta. López Quintás introduce la conversión de Guardini para llegar a una teoría de la analogía de la experiencia estética musical con al experiencia religiosa. Importante tema para que la fe se haga cultura, siempre que el que cree o reciba la obra de arte esté dotado de una específica sensibilidad. Pero la experiencia religiosa no puede reducirse a la artística. Puede valorarse una formación estética como "preambulum fidei", pero no podemos dejar de ver la compatibilidad entre una difusión creciente de "las artes" y un progresivo alejamiento de Dios. Es importante no dejar de hacer énfasis en la iniciativa divina en toda verdadera relación con Dios y, por tanto, no dar pasos en falso. La música puede proporcionar elevadas experiencias y satisfacciones, pero no necesariamente conduce a la religión. Al igual que el encuentro con la naturaleza puede favorecer tanto el acceso a un Dios creador, como el ecologismo más intramundano o el panteísmo naturalista. Toda realidad humana puede resultar ambivalente. Por tanto, podría objetarse que no todo el mundo tiene acceso al tipo de experiencias de López Quintás y sus personajes, ni la perspectiva suficiente para valorarlas. Y aunque así fuera, no necesariamente conducirían al encuentro con Dios sin una verdadera apertura religiosa. Sin embargo, es encomiable el esfuerzo educador de este libro para poner al hombre en condiciones de percibir y responder a la llamada amorosa de Dios.