Inspirador de célebres estudios y películas de aventuras, nadie duda de la hombría de bien de El Cid Campeador. Era cristiano viejo por tradición, y supo convivir con los musulmanes. Desterrado por el rey, jamás se rebeló contra su autoridad ni quiso combatir contra sus tropas en el campo de batalla. Aguerrido y temible en la lucha, siempre fue generoso y dio muestras de humanidad con los vencidos. Era un hombre de principios, fiel vasallo y persona honrada. Al trazar aquí esta semblanza de su vida, dedicada a los jóvenes, hemos seguido sobre todo el inmortal Poema de Mío Cid, primera gran poesía de la literatura española, transmitida por los juglares hasta su fijación escrita a mitad del siglo XII.