El Conde Lucanor es un libro medieval escrito por el infante don Juan Manuel en el siglo XIV. No es una novela sino una colección de moralejas que trata de dar consejos al lector en cuestiones de buen comportamiento, de buena fe y de buscar el equilibrio entre los deberes mundanos y religiosos. El libro está compuesto de cinco partes, una muy larga y las otras bastante cortas. La primera, larga parte es la más interesante. Consta de cincuenta y un ejemplos en los que el autor pone un problema y lo traslada a una situación parecida, que sirve de ejemplo, reflejando la solución a ese ejemplo al problema original. En el prólogo don Juan defiende el uso de ejemplos diciendo que al contar historias graciosas espera capturar la atención del lector sin que él se aburra del contenido moralizante con el fin de que se aproveche del buen mensaje.
Edición | Editorial | Páginas | ISBN | Observaciones |
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2003 | Cooperación Editorial |
127 |
"El Conde Lucanor y otros escritos" es una antología de la obra más famosa de don Juan Manuel y del resto de sus escritos. |
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2003 | Castalia Colección Odres Nuevos |
254 |
Está adaptado al castellano actual por Enrique Moreno Baez. Se incluyen en esta séptima edición la segunda, tercera, cuarta y quinta parte que no apareccían en anteriores ediciones. Estas partes ya no forman parte de la recopilación de cuentos, son reflexiones del autor y pensamientos, algunos de los cuales se han popularizado. Además son muchos más cortas. |
Comentarios
Como suele aconter en toda recopilación de cuentos, los hay de todas las calidades y para todos los gustos. A mí me han parecido soberbios los referidos al árbol de la mentira, lo que sucedió a una falsa devota y lo que sucedió al mal con el bien. Además, descubres que algunos cuentos que parecen como posteriores, son muy antiguos, como el de Doña Truhana, la mielera, que se convertirá con el paso del tiempo en el de la lechera, o el de los pícaros que hicieron la tela al rey.
Me parece que merece la pena acercarse a este libro y, que si no se tiene ansias de rigor, sino tan sólo el deseo de pasar un buen rato, leerlo en una versión que actualice el lenguaje sin pervertir el continente ni el contenido.
Cuando Borges escoge un cuento (el del deán de Toledo que acude a un mago para aprender de su oficio) no lo hace por fortuna; descubre en Juan Manuel a ese noble que escribía cuentos literarios, que se sabía autor de una obra artística y que tanto se preocupó en conservar sus obras -el destino quiso que el convento donde guardaba sus manuscritos originales se incendiara-. Allá por el siglo XIV, un noble se supo creador, y le dio a su obra ese toque medieval imprescindible; el elemento didáctico. Si hoy en día nos puede cansar la moraleja, la enseñanza explícita (tanto si va dirigida a nobles como a humildes labradores) no debe cansarnos ni dejar de asombrarnos la belleza de estos cuentos: aprendamos de ese gran lector que fue Borges. El sustrato de estas historias es en su mayoría popular, en concreto oriental, por eso no debe extrañarnos la similitud de alguno de los cuentos con alguno conocido como el de la lechera. Os animo a que os dejéis sorprender por un autor de hace siete siglos, para descubrir así que el arte tiene una cualidad; no caduca.