Todas las maravillas del saber humano se dan cita en la gran exposición universal de París, en 1889, una ocasión que hace de la ciudad un lugar luminoso, brillante, moderno, cuyo símbolo es una extraña torre de hierro desde cuya altura parece posible comprenderlo todo, explicarlo todo, desvelar el misterio. Y a ello va a dedicarse también la reunión de la orden de los Doce Detectives, los famosos investigadores llegados de todos los lugares del mundo que han decidido revelar al público los diversos métodos utilizados en la resolución de intrincados enigmas.
Pero también el crimen ha decidido exponer sus artes, lo que obligará a los Doce a afinar sus habilidades, a pensar de una forma nueva, a tratar de resolver lo que parece según todos los indicios la actuación de un criminal en serie. Aunque tal vez las coincidencias no signifiquen nada y se trate sólo del afán tan humano de poner orden al caos buscando en todo correspondencias secretas. Porque quizás inventamos el enigma para no resignarnos a la propagación informe del mal. El mal que ha tomado la ciudad de París y que amenaza incluso a la orden de los Doce.
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Pablo de Santis es un escritor que cultiva la literatura juvenil y se interesa por el cómic. De aquélla viene una escritura que busca la comunicación directa y de las historietas gráficas la capacidad para plasmar la materia en imágenes visuales impactantes. Estos factores explican la inmediatez anecdótica de El enigma de París a pesar de su denso fondo abstracto. La otra clave formal de la novela se deduce del título y salta a la vista desde su primera página: es una historia criminal cuyo protagonismo, además, recae en unos afamados detectives. La obra tiene un contenido bastante complejo pero de desarrollo claro. Varias muertes traban el enigma parisién al que se da un desenlace sorprendente, por supuesto, y cargado de ambigüedad. Los enigmas están narrados al mismo nivel de conocimiento de los hechos que el lector. Esta implicación del destinatario en la trama supone un gancho que asegura el suspense y el interés, e implica un mérito básico de la obra, ser un relato que mantiene viva la atención, y asegura esa cualidad básica del género, el entretenimiento. A este recurso se suman otras meditadas trampas: concebir la trama como novela de novelas y fabricar una muñeca rusa con un rosario de casos que con frecuencia detienen la línea principal para interpolar curiosos sucesos criminales, empleo desinhibido de variedades de la literatura popular: historias góticas, esotéricas… Entremezclado con esta materia cruda y efectista aparece algo de ironía postmoderna proporcionando al libro un aire de gran modernidad, pero su modelo, es clásico, cervantino, en su voluntad de hacer un Quijote de la narrativa de misterio.
La novela es cualquier cosa menos un artefacto simple y la complejidad de la forma anuncia que no se busca la evasión. En efecto, intenciones especulativas se mueven bajo la capa del enigma. Los rifirrafes entre los detectives tienen valor existencial y, además, la novela dispersa verdaderos aforismos que son pensamientos serios, aunque presentados con sencillez.
Este equilibrio entre la amenidad y el alcance intencional se logra también por la gracia de otros recursos. La carga especulativa se supedita a un componente emocional muy fuerte, y, en realidad, esta novela negra disimula una hermosa historia de amor. Las rutinas del género se someten a una sutil manipulación por medio de otro componente básico, lo fantástico. El habitual realismo del relato policiaco toma un camino de pura inventiva. Y la realidad inmediata, el París de la euforia positivista, toma una dimensión espectral. Casi da igual dónde ocurran los hechos: en el escenario fantasmagórico crece una novela de atmósfera, un espacio cerrado, opresivo.
El enigma de París tiene un final abierto. El fracaso de la sociedad detectivesca sugiere una elegía de tiempos pasados que acentúa la evocación de los sucesos cargada de melancolía. Pero no estoy seguro de que éste sea el mensaje, porque también es una obra muy estimulante respecto de su significado: creo que deja en manos del lector el que éste dé a la historia su personal sentido.
Quizá es que he leído ya mucha novela de policias, pero esta me ha dejado frío. Es interesante el intento de darle un toque crepuscular, sugiriendo que el avance de la técnica y el positivismo harán desaparecer una profesión basada en el ingenio y la intuición (si algún crítico de cine me lee que me diga si "crepuscular" se usa sólo para los westerns de Eastwood o para cualquier cosa). Le he puesto una C en mi cuaderno.
La trama del libro es original. Se nota que el autor no ha escrito demasiados libros porque vuelca muchos nombres y muchos datos que en algún momento hacen que el lector pase de largo. Un joven que le da igual jugar con lo más sublime o viceversa.