"Ni siquiera en unas historias tan racionalistas como las de Rouletabille eludió Leroux los aspectos misteriosos y fantasmales de la trama. Le faltaba un teatro y un fantasma para cerrar el círculo. El primero lo encontró en un edificio de Ópera imposible; el segundo, en un tenebroso personaje, atormentado al mismo tiempo por la deformidad y la hermosura: la fealdad de su propio rostro y la pasión por la belleza, encarnada en la música y en una joven cantante. Un romanticismo tardío posa sus huellas en esta obra, que con artificios de la novela gótica y de la policíaca introduce al lector en un espacio siempre fascinante: el de los misterios que habitan al otro lado del telón."