Amador Guallar se vió obligado a aterrizar en Afganistán en 2008 con un contrato precario en una productora audiovisual local de dudosa reputación; el peaje necesario para emprender la aventura, sin duda descabellada, de convertirse en corresponsal de guerra y de hacerlo directamente sobre el terreno.
Acabó viviendo diez años allí.
Viajó y convivió con las tropas estadounidenses, diseñó operaciones de propaganda militar para la OTAN y campañas para la ONU, visitó campos sembrados de minas antipersona y sufrió a diversos atentados terroristas. Una experiencia que destila en esta obra en primera persona sobre la vida en una democracia más cerca del fogonazo que de la luz estable, doblegada por los ataques terroristas, las desigualdades sociales, la violencia extrema hacia las mujeres y el éxodo de una juventud hastiada del conflicto.
Pero éste no es solamente un testimonio sobre la guerra. También es una inmersión en una tierra que se sale de los márgenes de la historia, en sus paisajes de leyenda que esconde mundos que prosperaron, en sus joyas arqueológicas olvidadas y habitadas por muyahidines transformados en ascetas.. Afganistán no es solo un país, también es un estado mental. Este libro lo demuestra.
Edición | Editorial | Páginas | ISBN | Observaciones |
---|---|---|---|---|
2019 | ediciones Península |
431 |
978849942-828-4 |
(Col. Península Odiseas) |
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Interesante narración
Interesante narración autobiográfica, entre crónica de guerra y libro de viaje.
El protagonista es el propio autor, periodista y aventurero, fotógrafo profesional, que aterriza en el convulso Afganistán para realizar un trabajo en duras condiciones y está en este país durante diez años, viendo horrores, injusticias, etc… a la vez que conoce la maravilla del país, lleno de historias milenarias que se adentran en la leyenda.
Narra muy bien. Y es fácil meterse en el ambiente de lo que acontece. Él es una persona sensible, culta, pero a la vez tenso en muchos momentos llenos de adrenalina. Lo que quizá puede “justificar” en parte su vocabulario ordinario, a veces blasfemo, y tacos, muchos tacos que pueden molestar a algunos lectores. Él se considera, y casi presume de ser, ateo o agnóstico. Cosa que le merma poder apreciar el valor del sentido religioso de la vida y su grandeza trascendental (103: “¿A quién pertenece Dios? ¿A ellos o a nosotros? Seguramente a ninguno. La verdad es que no me importa lo más mínimo” “…Dios o los dioses, hace tiempo que se olvidaron de estas tierras”; Cuando mataron a Charles, él hace sus cavilaciones: 110 “… su crimen fue practicar su religión abiertamente. Esto y ser buena persona”; 113: “¿dónde estaba ese Dios que todo lo puede,…?”; aprecia superficialmente la misa de los domingos, considerando que solo es una ocasión de encuentro y chismes. 115: …si algo saben hacer los italianos es atraer al público, cosa que es clave para cualquier religión. Después del aburrido servicio,…”; 117, etc...).
Tal vez la tensión de la crueldad de las guerras, y de la observación de tantas injusticias, le hacen sacar esa manera de hablar, por otra parte no exclusiva suyas. También entre los soldados se da.
Ha visto de todo: corrupción en muchas ONGs, ansias de libertad en los jóvenes que se van de su tierra, aprecia el sentido de amistad y lealtad que tienen los afganos; le horroriza lo que ve de la explotación y maltrato hacia la mujer (135, 153 (la mujer, una vez casada, es propiedad de su marido en el sentido más literal de la palabra…); la venta de niñas para la prostitución; etc.. calibra la intervención internacional en ese país, y su fracaso, pues no ha logrado cambiar muchas cosas. La falta de libertad; 160; 161: compara las minas antipersonales con Dios; sin embargo compara a los desactivadores de minas personales con los ángeles de la guarda… Piensa sobre los “parches en la vida” (290…), se debate en la delgada línea roja de lo real y lo debido entre tanta desgracia, él no deja de pensar (319…), hay en su planteamiento algo de burla, sorna y deseo. Tal vez el contexto sea demasiado cruel permanentemente. Salvo en esos paréntesis de amistad y compañerismo, en los que puede escapar y adentrarse en la cultura afgana, milenaria, profunda, bellísima.
Gustará a los que aprecien este tipo de libros intensos bélicos en una tierra que Dios hizo bellísima.