El conmovedor testimonio de una adolescente que quita el aire, captura el corazón y revela la milagrosa naturaleza del espíritu humano.
La novela comienza cuando Lina y su familia son arrancadas a la fuerza de lo que había sido su plácida existencia hasta ese momento, y los acontecimientos se precipitan por una terrible espiral. Desde las primeras líneas, la poderosa voz de Lina, su joven y valiente protagonista, nos arrastra. Su fuerza y su voluntad de mirar siempre hacia delante nos impresionan. Pero, sin duda, su dignidad y su determinación de ser ella misma a pesar de las circunstancias son lo que nos conquista para siempre.
Entre tonos de gris nos muestra que incluso en la noche más oscura hay luz. que el amor es el arma más eficaz.
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Se narra la historia de una
Se narra la historia de una familia de Lituania en la época de J Stalin, que fue deportada a Siberia, en la gran purga que hizo el dictador Ruso para eliminar a los que consideraba antisovieticos cuando fueron invadidos los países bálticos. Acabó con un tercio de esas poblaciones. Los personajes son ficticios, los hechos, narrados por Lina, la hija de 16 años de la familia y gran dibujante, describen lo que la autora, con parientes de esos países, recopiló de entrevistar a víctimas y testigos de los hechos. Muy dura y emotiva.
Entre tonos de gris, de Ruta
Entre tonos de gris, de Ruta Sepetys, relata la historia de la familia de un intelectual lituano, un profesor de universidad, Kostas Vilkas. La novela tiene lugar en 1940, tras la anexión de Lituania a la URSS. Kostas ayudó a la familia de su cuñado a salir del país y así eludir el gobierno ruso. Alguien, del servicio de la casa, informó a los rusos y Kostas es considerado “cómplice” en virtud del artículo 58 que condenaba las actividades contrarrevolucionarias.
El ejército se presenta en la casa de los Vilkas y se lleva a la fuerza a Elena, la esposa y madre de Lina y Jonas. Son llevados a la estación de tren de Kaunas donde se reúnen con un grupo numeroso de gente que va a ser deportada a Siberia. La historia nos la narra Lina Vilkas, una joven artista que está a punto de comenzar sus estudios universitarios. Los momentos en los que Lina nos quiere mostrar su pasado feliz en Lituania, su vida anterior… son señalados por Sepetys con la letra cursiva y así se va enlazando el pasado y el presente.
Las personas que acompañan a los Vilkas en el viaje hacia un koljós donde tendrán que trabajar como auténticos esclavos mal alimentados y peor vestidos, sirven de referencia para que el lector comprenda la calidad moral de esta familia, de Elena Vilkas, quien es todo comprensión, generosidad y afabilidad con los demás, a pesar de que, rara vez, recibe de los compañeros de viaje igual trato.
Entre estos personajes, el judío Stalas llega con una pierna rota. Recibe la ayuda constante hasta llegar al destino; sin embargo, Stalas contesta con acritud y de mala manera. El lector llega a saber que se siente moralmente muy mal pues fue él uno de los que denunciaron a algunos prisioneros.
Un carácter antagonista de Stalas, un hombre discreto y capaz de pensar una salida a situaciones difíciles, es Lukas, el hombre del que da cuerda a un reloj de bolsillo. Es un personaje sensato e inteligente que encuentra consejos oportunos y es capaz de ayudar al grupo.
Andrius, de la edad de Lina, viaja con su madre tras recibir la noticia de que el padre y esposo ha muerto. No se resigna y acompaña a Lina y a Jonas en la búsqueda del padre desaparecido. Se hace pasar por retrasado para poder permanecer con la madre, la señora Arvydas, quien consentirá en sufrir abusos por parte de los soldados para proteger a su hijo. Con su generosidad conquista el corazón de los Vilkas.
Lina nos describe el terrible viaje a Siberia en un vagón de ganado, y posteriormente, la lucha por sobrevivir en el primer Koljós y el traslado al norte, a Trofimovsk, junto a las costas del mar de Láptev.
Durante la deportación habrá momentos terribles como los descritos en la página 150: “Mi cabeza se llenó de imágenes, gritaban dentro de mí entre manchas de sangre, distorsionadas por la velocidad de mi carrera: Ulyushka sonriendo con sus dientes amarillos; Ona tirada en el suelo, muerta, con un ojo abierto; el guardia acercándose a mí, exhalando una bocanada de humo entre los labios apretados. El rostro magullado de papá mirándome por el agujero e el vagón; cadáveres junto a las vías del tren; el comandante extendiendo la mano para tocarme el pecho…”
Y algún momento de sosiego en los que se unían todos para celebrar alguna conmemoración típica de su país como “Kucios”, la cena de la víspera de Navidad con los doce apóstoles que eran 12 platos típicos y cuyo recuerdo les sirve para sobrellevar el hambre en su cautividad. Pág. 168
Lina es una artista y se siente identificada con Munch: “Pensaba en Munch mientras dibujaba, en su teoría de que el dolor, el amor, la desesperación eran los eslabones de una cadena sin fin.” Pág. 151
Lina quiere utilizar sus dibujos para dejar una prueba del maltrato que sufren los habitantes de los países bálticos por parte de los rusos y también, dejar un rastro que su padre pudiera seguir para llegar hasta ellos. Pero finalmente se enteran de que Kostas ha sido asesinado en la cárcel durante el primer invierno que pasan dentro del Círculo Polar Ártico. La madre, Elena, muere. Ha estado alimentando a sus hijos con la escasa ración de pan diaria que constituía su único alimento.
Jonas y muchos otros se encuentran enfermos de tifus, de escorbuto, de hambre y de frío. La salvación les llega de la mano de uno de los soldados rusos que informa al médico inspector de las condiciones en las que se encuentran los prisioneros.
A través de las reacciones de los miembros de esa familia entenderemos la forma de ver la vida y de afrontar tan extremas situaciones de este puñado de lituanos. También entreveremos lo que significa defender la propia libertad de pensamiento y de expresión.
Historia de Lituania
Lituania ha luchado por mantener su independencia y su identidad frente a sus poderosos vecinos Alemania, Polonia y Rusia. La primera constancia escrita de Lituania como entidad data de 1009. Sufrió la intromisión de los Caballeros Teutones procedentes de Alemania que pretendían sacarla del paganismo. Hasta el sigo XV es conocida como Gran Ducado de Lituania. Para defenderse de sus vecinos fragua una alianza dinástica con el Reino de Polonia. Su unión no es continua en el tiempo y se producen separaciones y reencuentros. Junto a Estonia y Letonia fueron ocupadas por os rusos, a principios del XIX.
Lituania aprovecha la crisis rusa de la revolución para declararse independiente en 1918. Y los alemanes apoyan la declaración. Durante la Segunda Guerra Mundial, en 1940, Rusia se la anexiona. Pero los alemanes pelearon junto a los lituanos por la independencia de estas pequeñas repúblicas. En 1941 consiguen vencer a los rusos. Los alemanes reciben como agradecimiento la incorporación a sus filas de jóvenes lituanos.
Sin embargo la independencia resulta de corto recorrido pues con la victoria militar de las tropas aliadas sobre el ejército alemán, Lituania pasó a formar parte de la URSS, hecho acordado en el tratado de Postdam, en 1945.
No obstante los lituanos lucharon hasta 1956. Una lucha de guerrillas que, junto al reconocimiento internacional de la anexión como ilegal, supuso un gran apoyo ya que muchos países Occidentales mantuvieron relaciones diplomáticas con los representantes del gobierno de Lituania en el exilio. Durante la ocupación soviética, que duró hasta 1991, los soviéticos intentaron diluir la cultura lituana, menoscabando la difusión de la lengua y cultura lituanas.
Los intelectuales fueron perseguidos, asesinados o deportados a Siberia como mano de obra para diferentes gulags.
Anne Applebaum ha reunido información sobre la actividad de los bolcheviques relacionada con estos campos de trabajo en condiciones extremas. El libro se titula “El gulag: Lo que ahora sabemos y por qué es importante”. Anne lo resume así:
“Abiertos los archivos soviéticos, sabemos que existieron por lo menos 476 sistemas de campos de concentración, cada uno conformado por cientos, incluso, miles de campos individuales, que en algunos casos se extendían sobre miles de millas cuadradas de lo que, de otra manera, sería tundra vacía.
También sabemos que la vasta mayoría de los prisioneros eran campesinos y trabajadores, no los intelectuales que luego escribían memorias y libros. Sabemos que, con unas pocas excepciones, los campos no eran construidos específicamente para matar personas: Stalin prefería usar pelotones de fusilamiento para conducir sus ejecuciones masivas. No obstante, a menudo los campos eran letales: cerca de un cuarto de los prisioneros de los Gulag murieron durante los años de la guerra. La población de los Gulag también era muy inestable. Los prisioneros se iban porque morían, porque escapaban, porque tenían cortas condenas, porque iban a ser entregados al Ejército Rojo o porque habían sido promovidos –como con frecuencia sucedía- de prisionero a guardia. Esas liberaciones invariablemente eran seguidas por nuevas olas de arrestos.
Como resultado, entre 1929, cuando los campos de prisioneros por primera vez se volvieron un fenómeno masivo, y 1953, el año de la muerte de Stalin, cerca de 18 millones de personas pasaron por el sistema. Adicionalmente, unos 6 o 7 millones de personas fueron deportados a países, en el exilio. El número total de personas con alguna experiencia de encarcelamiento y trabajo forzado en la Unión Soviética estalinista pudo haber estado cerca de los 25 millones, o cerca del 15 por ciento de la población.
También sabemos dónde estaban los campos de concentración –concretamente, en todas partes. Aunque todos estamos familiarizados con la imagen del prisionero en una tormenta de nieve, excavando carbón con un pico, existieron campos de concentración en el centro de Moscú en los que los prisioneros construían bloques de apartamentos o diseñaban aviones, campos de concentración en Krasnoyarsk donde los prisioneros dirigían plantas de energía nuclear, campos de pesca en la costa Pacífica. De Aktyubinsk a Yakutsk, no había un solo centro de gran población que no tuviera uno o varios campos de concentración locales y no existió una sola industria que no empleara prisioneros. Por años, los prisioneros construyeron caminos, ferrocarriles, plantas de energía y fábricas químicas. Fabricaron armas, muebles, repuestos para máquinas e, incluso, juguetes para niños.
En la Unión Soviética de la década de 1940, cuando los campos de concentración alcanzaron su cenit, habría sido muy difícil en muchos lugares cumplir la rutina diaria sin tropezar con prisioneros. Ya no es posible argumentar, como algunos historiadores occidentales hicieron, que los campos eran un fenómeno marginal o que ellos sólo eran conocidos por una pequeña proporción de la población. Al contrario, eran centrales al sistema soviético en general.
También entendemos mejor la cronología de los campos de concentración. Por mucho tiempo hemos sabido que Lenin construyó los primeros en 1918, durante la Revolución, pero los archivos ahora nos han ayudado a explicar por qué Stalin decidió expandirlos en 1929. En ese año, él lanzó el Plan Quinquenal, un intento extraordinariamente costoso, tanto en vidas humanas como en recursos naturales, para forzar un incremento del 20 por ciento anual en la producción industrial soviética y para colectivizar la agricultura. El plan llevó a millones de arrestos a la vez que los campesinos eran expulsados de sus tierras; eran encarcelados si se rehusaban a irse. También llevó a una enorme escasez de mano de obra. De repente, la Unión Soviética se encontró con necesidad de carbón, gas y minerales, la mayoría de los cuales se encontraban únicamente en el lejano norte del país. La decisión se tomó: los prisioneros serían utilizados para extraer los minerales.
Cuando los campos de trabajo se dedicaban a la agricultura recibían el nombre de Koljós.
Para los agentes secretos que estaban a cargo de la construcción de los campos de concentración, todo tenía sentido. Así es cómo Alexi Laginov, antiguo comandante suplente de los campos de Norilsk, al norte del Círculo Ártico, justificaba el uso de prisioneros como mano de obra en una entrevista en 1992:
Si hubiéramos enviado civiles, primero hubiéramos tenido que construir casas para que vivieran en ellas. Y, ¿cómo gente común y corriente podría vivir aquí? Con prisioneros, es sencillo. Todo lo que se necesita es una barraca, una estufa con una chimenea y de alguna manera ellos sobreviven.
Nada de esto quiere decir que los campos de concentración no intentaban también aterrorizar y subyugar a la población. De hecho, los regímenes de prisiones y campos, que eran diseñados hasta el último detalle por Moscú, estaban diseñados definitivamente para humillar a los prisioneros. Se les quitaban los cinturones, botones, tirantes y artículos elásticos. Los guardias los veían como “enemigos” y les prohibían utilizar la palabra “camarada” incluso entre ellos mismos. Esas medidas contribuyeron a la deshumanización de los prisioneros”[i]
Los crímenes de Stalin no inspiran la misma reacción visceral en el público occidental como lo hacen los crímenes de Hitler. Pudiera deberse a la defensa de las reclamaciones ante tribunales internacionales que Israel, como nación, ha promovido, apoyado, sostenido. Una defensa que cuenta con el respaldo de una nación independiente y con el dinero necesario para reclamar indemnizaciones no sólo por las muertes de 6 millones de judíos sino también por las horas de trabajo de los judíos en los campos de concentración. Además del apoyo de imágenes fotográficas de los campos de concentración, imágenes que todos tenemos en la memoria.
En los gulags rusos trabajaron unos 18 millones de rusos la cuarta parte se estima fallecida por las terribles condiciones climatológicas en las que trabajaban y a la escasez de alimentos. ¿Pero quién va a sostener la reclamación ante los tribunales internaciones? ¿Quién va a respaldar económicamente esas peticiones contra los bolcheviques? ¿El gobierno ruso contra sí mismo?
[i] http://www.elcato.org/publicaciones/articulos/art-2004-04-07.html