Frossard da explicaciones sobre su anterior libro: Dios existe, yó me lo encontré. Narra la experiencia de Alphonse Ratisbonne, que considera paralela a la suya propia, judío converso en el siglo XIX gracias a una visión intelectual, como Frossard la denomina. Finalmente cuenta su historia posterior a la conversión.
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La obra tiene un gran valor ya que chorrea teología en todas sus páginas. Una teología del sentido común, ya que, como afirma Frossard, Dios le había hecho ver que todo lo que la Iglesia enseña es verdadero. Yo ya creía en las verdades de fe antes de saber en qué consistían –dice. Ironiza sobre la teología racionalista y afirma que se saludó al pasar con los católicos que se dirigían hacia el marxismo, extrañados de ver que él hacía el camino inverso. La ironía es amable en Frossard y él mismo es su primer destinatario. Cataratas de adjetivos e imágenes luminosas, con las que el autor trata de nombrar al que no tiene nombre que pueda abarcarle, dan a la obra valor literario y despiertan en el lector un sentimiento entrañable. Si no tuviera otro valor esta obra lo tendría por el momento en el que fue escrita, en plena contestación católica. Quizás el momento tenga algo que ver con el título que ha recibido la obra en español: ¿Hay otro mundo? El título francés es una frase afirmativa, sin interrogaciones. Así traducido tiene el aire de un acertijo. Es de esperar, si se hace una nueva edición, que la obra recupere su título original.