A lo largo de la historia reciente, no son pocos los científicos que han empleado su talento en escudriñar las claves del mundo natural, demostrando una honda religiosidad al tiempo que alcanzaban la cima de sus investigaciones.
El autor nos ofrece un libro de gran interés. Partiendo de una consideración de Einstein -«la ciencia sin religión es coja y la religión sin ciencia es ciega»-, nos muestra los relatos sobre un puñado de mujeres y hombres, todos ellos científicos ilustres, que logran una extraordinaria complementariedad entre sus creencias y sus decisivos descubrimientos científicos.
Por sus páginas discurren Lemaître y Roger Boscovich, John Eccles y Gaudí, Lejeune e Hildegarda de Bigen, Morgagni, Pasteur y tantos otros, siguiendo una clara línea argumental. Todos ellos conservan una enorme actualidad, a pesar de sus perfiles tan heterogéneos.
Comentarios
Este libro obedece a un único y fundamental convencimiento: No es cierto que la ciencia haya arrojado a la religión a la cuneta de la historia. La tesis de la oposición entre fe y ciencia es de creación reciente, pero se ha instalado en la conciencia colectiva. Partiendo del "accidente de Galileo" se ha querido crear un clima de oposición de la Iglesia al desarrollo de las ciencias. Para probar la falsedad de esta tesis el autor recuerda a los grandes científicos que han sido a la vez grandes creyentes. La conclusión es que el cristiano puede sentirse orgulloso de serlo junto al agustino Méndel, padre de la genética; junto con Louis Pasteur, microbiólogo, o con el valiente Jérôme Lejeune, investigador del ADN y amigo del pontífice Juan Pablo II; por sólo citar a unos pocos de los que desfilan por este libro. Nos encontramos ante una obra de síntesis y divulgación en la que su autor aborda el estado actual de las investigaciones científicas en cuestiones tan sensibles como el origen del universo y de la vida, deteniéndose especialmente en el estudio del evolucionismo. Ángel Guerra explica, no polemiza. Muestra como no existe oposición entre la verdad religiosa y la verdad científica si sabemos lo que podemos esperar de cada una de ellas. Aborda el evolucionismo en sus múltiples aspectos, desde la Paleontología o interpretación de los fósiles hasta la biología de la célula y su portentoso mecanismo de memoria: el ADN. Según avanzamos en la lectura de este libro nos viene a la cabeza una pregunta: ¿Cómo sabe tanto este hombre? Por sus páginas pasan desde el "Big Bang" hasta los alimentos transgénicos o los experimentos realizados por los científicos en sus laboratorios para "fabricar" la vida. Biólogo e investigador él mismo el autor no escribe para científicos sino para el hombre de la calle, para el cristiano corriente interesado en conocer lo que pueda haber de verdad en la presunta oposición entre fe y ciencia. También para cualquiera que, con curiosidad científica, quiera conocer el estado actual de las investigaciones sobre el origen de la vida o del universo. Guerra no se extiende innecesariamente, pero en ocasiones nos obliga a hacer un esfuerzo de memoria para recordar determinados conceptos científicos que teníamos medio olvidados. El autor se ha esforzado porque su escritura sea clara y lo ha conseguido. Sólo hay un reproche que hacerle y ese puede ser corregido en ediciones posteriores. El autor está especializado en el estudio de los cefalópodos (pulpo, calamar, sepia y pota) y dedica diez y ocho páginas a la evolución de estas especies y sólo trece, por ejemplo, al origen del universo. Está claro que hay una cierta desproporción en el espacio que dedica a una y otra cuestión de tan desigual importancia.