José Miguel Pero-Sanz Elorz, a partir de 1990 viene investigando sobre la figura de Isidoro Zorzano: ha estudiado el ´Proceso Informativo´ para la Causa de Canonización del Siervo de Dios, se ha entrevistado con numerosos testigos y ha trabajado personalmente en archivos de todos los lugares donde vivió Isidoro (Buenos Aires, Logroño, Madrid y Málaga, principalmente), así como en los de la Prelatura del Opus Dei. Esta biografía, la primera de cierta extensión publicada en castellano, resume con estilo accesible algunos de los resultados de ese trabajo, con interés para el público en general. José Miguel Pero-Sanz Elorz, nacido en Bilbao (1939), es licenciado en Filosofía y Letras, así como en Ciencias de la Información, y doctor en Filosofía. Desde que fue ordenado sacerdote, en 1963, desarrolla un intenso trabajo pastoral (en Madrid, a partir de 1966). Ha sido profesor en las Facultades de Filosofía y Letras y de Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Desde febrero de 1969 hasta julio de 2009 ha sido director de la revista PALABRA. Es autor de numerosos libros. El autor ha revisado la presente edición.
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Escribir la vida de un santo
Escribir la vida de un santo en 400 páginas no debe ser tarea fácil pero en este caso lo hace de una forma magistral José Miguel Pero-Sanz. Con un estilo sencillo la biografía está llena de anécdotas y vivencias que deja muy clara la vida santa de Isidoro Zorzano, uno de los primeros miembros del Opus Dei, hijo y amigo de san Josemaría. Merece la pena su lectura para comprender mejor el espíritu del Opus Dei, su difícil desarrollo en tiempos de la Guerra Civil y sobre todo la forma de santificar una vida corriente.
Cuando tiempo atrás leíamos vidas de santos, pudimos admirarlos pero difícilmente sentirnos identificados con ellos: Mártires, predicadores, vírgenes o taumaturgos son hoy vocaciones que Dios concede a muy pocos. Por el contrario la vida del Siervo de Dios Isidoro Zorzano (Buenos Aires 1902-Madrid 1943) fue una vida corriente, en la que el lector puede encontrar situaciones cercanas a las que tiene que vivir cada día. Pone de relieve su biógrafo que, de niño, a Isidoro le costaba asimilar las materias y suplía esta dificultad con una gran constancia en el estudio. Su padre había fallecido y la familia quedó en mala situación económica. Isidoro se plegó a las nuevas circunstancias, viviendo austeramente, pero no renunció a su objetivo de estudiar Ingeniería Industrial. Terminó esa carrera en Madrid en 1927 y comenzó a trabajar en la Compañía de Ferrocarriles de Andalucía, con sede en Málaga, en 1928. Por las tardes daba clases en la Escuela de Maestría Industrial. La mayor parte del dinero que ganaba en ese momento era para su madre y hermanas. Al caer la tarde Isidoro se dirigía a un orfanato y centro de acogida de menores de la ciudad, donde dialogaba con los jóvenes y ayudaba a dar la cena a los más pequeños. Allí su alma se ensanchaba, igual que cuando hacía salidas con la Sociedad Excursionista. Desde 1930 Isidoro se dirigía con el joven sacerdote Josemaría Escrivá y trataba de seguir sus enseñanzas acerca de la santificación del trabajo. En 1931 Málaga era un hervidero político: el Palacio Episcopal había sido incendiado y el Obispo expulsado de su Diócesis. Isidoro había contribuido a fundar la Federación de Estudiantes Católicos y colaboraba con la Acción Católica, por lo que fue perseguido. Como diría más adelante un trabajador de los ferrocarriles: "Como católico era un enemigo, como persona excelente". En 1936 Isidoro abandona Málaga y vuelve a Madrid. Pasará la Guerra Civil española (1936-1939) en la capital, más o menos protegido por su condición de súbdito argentino. Con esta débil salvaguarda ayuda a los miembros del Opus Dei que están refugiados en la embajadas y les sirve de correo con sus familias en el exterior. Cuando termina la guerra civil y todo podía haber vuelto a la normalidad se le diagnostica un linfoma de Hodgkin. Serán dos años de enfermedad durante los cuales seguirá trabajando mientras le duren las fuerzas. Finalmente es hospitalizado y, después de siete meses de sufrimientos, entregó su alma a Dios. Humildad, sacrificio, trabajo, servicio a los demás y obediencia a su director espiritual fueron sus principales cualidades. ¿Quién no se ha sentido alguna vez defraudado ante el desvanecerse de planes e ilusiones cuando se han presentado las dificultades económicas o la enfermedad? ¿Quién no ha sufrido alguna vez por la situación del país o por las relaciones de trabajo? ¿Quién no podría hacer más por servir a la Iglesia y a los necesitados? ¿O tener un director que le anime a recorrer caminos de espiritualidad? De todo ello es modelo Isidoro, un católico sin estridencias. Su biografía, escrita por Pero-Sanz, se lee con el interés de una novela.