A través de seis o siete personajes, y saltando de uno a otro, entrelazando sus historias, el autor va pintando un cuadro costumbrista que rinde homenaje a la aldea donde Palacio Valdés vivió su infancia.
La relativa placidez de la vida rústica se ve alterada por la llegada de la minería y de los mineros. Ellos ponen fin a ese mundo de la infancia del novelista.