Esta historia comienza en el año 1404 con el nacimiento de Josef, segundo hijo del médico judío, David ben Sahadia, y la muerte por parto de la madre del niño. Con el tiempo, Josef se convertirá al cristianismo, mientras que su hermano Joshua se mantendrá fiel a la religión de sus antepasados. Ambos crearán sus propias familias y sus destinos marcharán por caminos diferentes a lo largo de casi un siglo.
Las prédicas de San Vicente Ferrer, el antagonismo entre cristianos y judíos, los ataques a las comunidades judías y, finalmente, el decreto de expulsión de 1492, se mezclan en esta narración con el odio de Martín de Escoriaza hacia Pedro Sánchez de Bilbao – nombre adoptado por Josef Sahadia al bautizarse – el amor de éste y de su esposa, María Ruiz de Gaona, cristiana vieja perteneciente a una antigua familia alavesa, y el ascenso de su hijo Juan “el rico”. Todo ello en el marco del casco viejo de Vitoria-Gasteiz y, en especial, la Casa del Cordón, palacio de los Sánchez de Bilbao en el cual fueron alojados los Reyes Católicos, y que aún se conserva como muestra de su antiguo esplendor.
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El argumento de esta novela
El argumento de esta novela se desarrolla en la ciudad vasca de Álava, durante el siglo XV. Abarca pues los reinados de Juan II de Castilla y de su primo Juan II de Aragón que reinan de 1406 a 1454, así como de sus sucesores Enrique IV de Castilla, de 1454 a 1474 y su hermanastra Isabel I de Castilla, de 1474 a 1504. Isabel se casará con su primo Fernando, heredero de la corona de Aragón. Ambos firmarán el decreto de expulsión de los judíos del reino de España en 1492.
Como protagonistas del relato, una familia de judíos, cuyo patriarca, David, ejerce la medicina en Álava. El ejercicio de la medicina suponía el conocimiento de la botánica elemental como medio de sanación y la práctica quirúrgica que se concentraba en cortar y eliminar las partes enfermas del organismo, sajar inflamaciones de pus, etc.
Desde el decreto de la reina consorte Catalina de Lancaster, viuda de Enrique III y abuela de Isabel La Católica, los judíos vivían en barrios separados de los cristianos. Es difícil comprender, con la mentalidad del siglo XXI, que, para los cristianos del siglo XV, convivir con los judíos pudiera ser escandaloso.
El derecho que asistía a los monarcas a exigir de sus reinos la confesión de la religión del monarca como medio de unificación y pacificación social fue también ejercido por los monarcas españoles, aunque más lentamente por la dificultad añadida de la reconquista. Poco a poco se fue exigiendo a las comunidades musulmanas y judía más requisitos y, con la finalidad de facilitarles su conversión, se les ofrecía ventajas políticas o económicas. Pero, lo que en principio podría favorecer la integración de estas dos comunidades en el entorno cristiano, supuso la crispación y el enfado entre los cristianos viejos que vieron con envidia el trato de favor a sus vecinos judíos y musulmanes.
Toti Martínez de Lezea describe la vida y costumbres del pueblo judío errante, expulsado de Inglaterra en el siglo XIII y de Francia un siglo después. Su fidelidad a sus costumbres y su respeto a sus tradiciones. Y a través del relato de La calle de la judería, el lector se hace cargo del profundo desarraigo que pudieron sentir los cristianos conversos, la nostalgia de la unión con ese pueblo errante.
El primer converso en la novela de Toti Martínez de Lezea es Yehudá, el hermano del médico David Sahadia que, tras oír la predicación del dominico Vicente Ferrer, abandonó su estatus de rabino de la sinagoga de Vitoria y solicitó su ingreso en el convento de los franciscanos como fraile. Si fue duro para David Sahadia, más aún lo fue para Yehudá convertirse en fray Anselmo para los cristianos y, al mismo tiempo, en un “mesumad, un golem, alguien sin vida porque, a pesar de seguir respirando, su alma está muerta” (pág. 69) para los judíos: un doble extrañamiento.
Precisamente, esa situación de extrañamiento doble favorecía que los judíos ya convertidos siguiesen participando en las fiestas y costumbres judías y que pudiesen sentir la tentación de retornar a su comunidad judía, a sus raíces. Por eso las autoridades vigilaban a los conversos para asegurarse de la autenticidad de su conversión.
Yehudá, fray Anselmo, vivió su vocación de fraile con enormes penitencias encerrado en su convento, separado totalmente de su familia, hasta que una serie de circunstancias y, sobre todo, Juan de Mendoza, un noble de Álava y amigo de la infancia de Yehudá, llevará a Yosef, hijo de la segunda mujer de David, hasta el convento y será decisivo para la conversión de otro Sahadia al cristianismo. Yosef tomará el nombre de Pedro de Bilbao y se convertirá en el segundo protagonista de la saga familiar de los Sahadia.
Si la conversión de fray Anselmo se debió a las palabras de caridad y perdón de Vicente Ferrer, la de Yosef, también fue motivada por unas predicaciones de los dominicos sobre las semejanzas de las dos confesiones religiosas y por tanto la comprensión que debería reinar entre los miembros de ambas comunidades. Pero, además, lo que determinó la conversión de Yosef al cristianismo fue la reacción del rabino que tras escuchar la impresión que en el joven causaran las predicaciones la emprendió a golpes contra él hasta dejarle sin sentido. David Sahadia, padre de Yosef, con gran pesar, aceptó la decisión de Yosef y le condujo al convento de San Francisco, donde vivía su hermano, fray Anselmo, para que habitase junto su tío y fuese este quien le instruyese en la nueva fe.
Yosef tomó el nombre de Pedro Sánchez de Bilbao y, tras acabar su formación en el convento, acudió a la universidad de París donde, gracias al dinero de Juan de Mendoza, amigo de fray Anselmo, estudió medicina y obtuvo la máxima calificación.
A su regreso a Vitoria, trabajó en el mismo hospital que dirigía su padre David Sahadia y se ganó la admiración de todos cuantos precisaron de sus conocimientos, así como de su familia y de los miembros de ambas comunidades, judía y cristiana.
Solo tuvo un tropiezo profesional y del cual no tuvo culpa alguna. Se trataba del hijo mayor de una familia muy ilustre, Martín de Escoriaza, quien, por su vicio en visitar burdeles se contagió de una infección y Pedro dictaminó la necesidad de practicarle la circuncisión pues corría peligro de que la infección se extendiese y le dejase estéril. Tanto el padre como otro hermano que habían hecho venir al médico aceptaron la solución y Martín de Escoriaza pasó a llevar en su cuerpo el distintivo del pueblo judío.
No fue la única disputa que sostuvo que los Escoriaza. Ambos pretendieron a María Ruiz de Gaona, hija de una familia noble de abolengo y Pedro consiguió hacerla su esposa con la ayuda de Juan de Mendoza.
Fray Anselmo acompañó al superior del convento en sus destinos de Sevilla primero y de Toledo después. En Toledo, recordando sus años de estudios en la sinagoga, se adentraba por el barrio judío. Allí conoció al nuevo rabino con el que sostuvo discusiones amistosas sobre una y otra fe: “- Sin embargo- terció fray Anselmo-, no ha habido ningún hombre entro los de nuestro pueblo que predicara tanto el amor al prójimo como lo hizo Jesús de Nazaret, tanto que hasta dio su vida por redimirnos… Sólo puedo decirle que amo a Cristo. Él es el compendio de todas las virtudes, el cordero sacrificado por todos los hombres y creo en verdad que es el Hijo de Dios”. Págs. 218 y 219
En una pelea callejera de tres hombres contra un chiquillo judío, fray Anselmo se interpuso para salvar al judío. Murió recibiendo la admiración de los cristianos y de los judíos quienes robaron su cadáver tras ser enterrado en la catedral de Toledo y los enterraron en el cementerio judío porque “Dios sabe distinguir a los suyos”, según argumentó el rabino.
El segundo tercio de La calle de la judería lo protagoniza Pedro Sánchez de Bilbao, para la comunidad judía Yosef, casado en segundas nupcias con María Ruiz de Gaona y que además de las dos niñas nacidas de su primer matrimonio tuvo con su segunda mujer a Juan Sánchez de Bilbao quien será el protagonista de la segunda mitad de la novela.
Juan se decanta por los negocios y se convierte en el actor principal del comercio en el País Vasco. De hecho, obtiene privilegios del rey en este sector y con los privilegios exacerba las envidias que lo consideran hijo de un marrano converso. Este personaje encarna la situación de los conflictos entre los cristianos viejos y los conversos por razón de la envidia.
Otros hijos de Pedro Sánchez de Bilbao que conviene recordar por el giro que introducen en la novela son Teresa, casada con un comerciante borracho y pendenciero a quien Juan, el hermano mayor, se ve en la obligación de parar los pies y echar de la ciudad y Pedro llamado el Mozo, inseguro e inconstante, quien no tiene muy claro si pertenece a los cristianos o a los judíos. Su hermano Juan le permite participar en el negocio como representante de él, lo que le lleva a pasar temporadas fuera de Vitoria donde tiene casa y mujer. Sin embargo, se compromete con una muchacha judía de la aljama de Viana donde actúa como si fuera judío y soltero, bajo el nombre de Pedro Sahadia.
Pedro Sánchez de Bilbao descubre por los síntomas que padece que tiene un tumor en el cerebro y, como médico, sabe perfectamente las etapas que tendrá que pasar. Para impedir tanto sufrimiento decide preparar unos venenos que irá tomando progresivamente a medida que la enfermedad avance. Hace partícipe de su situación a su esposa María quien le asegura que por el amor que le tiene hará todo cuanto le indique. Para Pedro Sánchez Bilbao, médico escéptico en cuanto a la moral tanto de judíos como de cristianos, la eutanasia no le ocasiona ninguna duda.
Toti Martínez de Lezea construye esta novela sobre el antagonismo de la familia de Martín Escoriaza y el de Pedro Sánchez de Bilbao. El primero un noble rancio que tiene la mala suerte de tener un primogénito poco inteligente, borracho, pendenciero y que empeña la fortuna familiar en el juego. Es este vicio el que aprovecha Juan el Rico, el primogénito de Pedro y María de Gaona, que rápidamente intuye que la compra de todos los pagarés que va firmando su rival como pago de las deudas de juego algún día le serán de utilidad. Y así será.
Cuando arrecia las persecuciones de los conversos y comienzan a denunciarse por seguir costumbres y usos judaizantes, Martín Escoriaza consigue información de la vida que el hermano menor de Juan Sánchez de Bilbao, Pedro, mantuvo en Viana, conviviendo con una judía y que circuncidó a Tobias nacido de la judía y que asistía a la sinagoga… Conseguida la información, envió a Calahorra todos los datos y formuló la denuncia. El hermano mayor de Pedro, Juan Sánchez Bilbao se presentó en casa del padre, Martín de Escoriaza y le instó a retirar la denuncia aviniéndose a respetar parte del patrimonio familiar de los Escoriaza, perdido en el juego por el primogénito. Así el padre, Martín de Escoriaza, retiró la denuncia y desheredó al hijo a favor del nieto mayor.
Pedro tuvo que renunciar a la judía Débora y a su hijo Tobías a quienes Juan Sánchez de Bilbao, el hermano mayor entregó una cantidad suficiente de dinero para vivir dignamente. La envidia que siempre tuvo de su hermano mayor ahora se vio acrecentada por la nueva intervención. Así pues, se pasaba el día bebiendo junto al desheredado Escoriaza y murmurando de los Sánchez de Bilbao. Fue el propio Pedro quien informó al vengativo Escoriaza de que el mejor momento para encontrar solo a Juan y poder vengarse era cuando visitaba a su amante, cuando solo le acompañaba un criado que le esperaba fuera.
Y en una de esas visitas a Catalina, su amante, Escoriaza hijo le atravesó con su espada, a la luz del día y con testigos. Así que fue preso, juzgado y condenado a morir de igual forma. Y Martín Escoriaza suplicó a la madre de Juan, a la viuda ya de Pedro Sánchez de Bilbao. María se negó a conceder clemencia y como venganza el anciano Martín de Escoriaza denunció a Pedro Sánchez de Bilbao de costumbres judaizantes con la finalidad de que se quemasen sus huesos en el lugar público, se desacreditase a la familia Sánchez Bilbao.
En definitiva, la conversión de los hijos y nietos de David Sahadia, posiblemente se viese favorecida por el lenguaje de comprensión y amor previo a su bautismo, pero el odio que existía entre los cristianos viejos y los conversos creó un ambiente de revanchismo y especulación, nada cristiano, por supuesto.