El trágico éxodo del pueblo armenio, iniciado en coincidnecia con la Primera Guerra Mundial y originado por los deseos de reafirmación nacional de Turquía, llega a nosotros en toda su viveza con este relato que recoge el testimonio de varias generaciones, donde las mujeres son especiales protagonistas. Una sugestiva crónica que aspira a presrevar esa 'memoria oscura' de los sufrimientos y las esperanzas de un puelbo que no se resigna a desaparecer. Texto que es testimomio real de una tragedia, pero se lee como una novela, donde los hechos políticos se entienden gracias a las peripecias vitales de hombres y mujeres de carne y hueso. Una odisea que celebra el sentido práctico de las mujeres frente a la tragedia. Un testimonio que, aun hablando del pueblo armenio, puede extenderse a todos los pueblos oprimidos
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El trágico éxodo del pueblo armenio, iniciado en coincidencia con la Primera Guerra Mundial y originado por los deseos de reafirmación nacional de Turquía, nos llega mediante esta obra que recoge el testimonio de varias generaciones, donde las mjeres son especialmente protagonistas. La obra, que es el testimonio real de una tragedia se lee como una novela, donde los hechos políticos se entienden gracias a las peripecias vitales de hombres y mujeres reales. La dureza de la situación, que va aumentando con el desarrollo de los hechos no se ha traducido en odio ni resentimiento. La autora, libre de estas mserias, muestra un corazón donde no cabe, por un lado, esos nefastos sentimientos, y por otro, solo se ocupa de poner de manifiesto el holocausto femenino del pueblo armenio. Y todo ello narrado con gran atractivo y sencillez, sin "super dramatizar", enfatizando en la puesta de manifiesto de los valores de un pueblo-el armenio- y de sus mujeres: su entereza, amor y ayuda al prógimo, amistad, lealtad , solidaridad y otros muchos más. Una excelente obra que permanece en la memoria del lector.
El exterminio de los armenios a manos de los turcos fue el primer genocidio del siglo XX. Había sido precedido por algunas escaramuzas contra el pueblo cristiano entre 1894 y 1896, pero fue en 1915, aprovechando los inicios de la Primera Guerra Mundial cuando Enver Pachá, ordenó el aniquilamiento sistemático de los armenios. Quizás porque le sucedió el Holocausto judío, más sofisticado y numeroso, o simplemente porque Turquía nunca a pertenecido a Europa y una extraña cortina de humo y desinformación se ha extendido entre su mundo y el nuestro, o quizás simplemente porque nadie llora su ausencia… el caso es que casi nadie habla de ese genocidio. Aunque sólo sea para romper la dictadura silenciosa de lo históricamente correcto, hay que saludar con alegría y respeto la aparición de esta novela de Antonia Arslan.
La autora desciende de uno de los pocos que logró huir de la catástrofe. Después de mucho tiempo ha logrado reconstruir la historia de su familia y conocer el destino de su pueblo. También a ella, como a la humanidad en general, le había sido negado conocer la verdad de los hechos. La casa de las Alondras parte de esa mansión que Sempad quería construir como lugar de paz en el que poder reunir a la familia pero que no llegó a inaugurar. Aún más, donde iba la pista de tenis se cavó la fosa común donde yace con sus amigos, algunos salvajemente mutilados. La casa de las Alondras era el signo de un pueblo floreciente y pacífico en medio de un gran imperio. Pero ese pueblo era trabajador y cristiano y el gobierno turco no podía soportarlo. Bajo la falsa acusación de traición se dispuso a acabar con él. Muchos murieron salvajemente, pero a la mayoría se les reservó una lenta agonía. Dispuestos en caravanas, a las que se había robado todo, hubieron de avanzar hacia el desierto mesopotámico. Como puede suponerse la mayoría murieron de hambre y sed y no pocos como diversión de sus guardianes. Los caminos, cuentan algunos supervivientes, se convirtieron en sucesiones de cadáveres mientras una masa informe de mujeres, ancianos y niños, cada vez más disminuida, proseguía su camino hacia la muerte.
La novela de Antonia Arslan es sobria. No tiene esa rabia de Tres manzanas cayeron del cielo, de Micheline Aharonian Marcom, ni el carácter épico de Los cuarenta días de Musa Dagh de Franz Werfel. Es más bien la suya una memoria dolorida por los muertos y el relato de cómo tres niñas y un niño lograron evadirse de la persecución y llegar vivos a Italia. De alguna manera los tres libros ayudan a dibujar un escenario de dolor y terror, de sufrimiento inenarrable y de tiranía desmedida. En medio sorprende esa imprevisión de los armenios, su confianza tranquila, signo sin duda de que no conspiraban contra el estado sino que se sentían súbditos fieles de su Estado. El primer país cristiano de la historia estuvo a punto de desaparecer del mapa. Lamentablemente son pocos los que quieren recordarlo. Por eso vale la pena acoger este libro, que es una voz ajena a la venganza, que sólo intenta recordar a quienes algunos hubieran querido que no existiera nunca.
Juan Hernández (en www.archimadrid.es)