"La guerra ha terminado". Esta frase del parte del 1 de abril de 1939 daba por terminada oficialmente la Guerra Civil española. Sin embargo podría decirse que por entonces no terminó toda la guerra y, desde luego, no terminó para todos. Un enorme contingente de españoles partidarios de la República, combatientes o no, -los exiliados- se tuvieron que marchar de la nueva España en la que no tenían cabida. La mayoría se instalaron en Francia y, poco más de un año después, se desencadenó un nuevo conflicto bélico que complicó más su difícil situación: la invasión alemana de 1940.
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La guerre est finie, como recordarán los cinéfilos, fue un guión autobiográfico de Jorge Semprún que Alain Resnais llevó a la pantalla en 1966, con Yves Montand haciendo de comunista español refugiado en el país vecino. Resulta curioso que cuarenta años después, y ya en una democracia asentada, se utilice la misma frase, pero en negativo, para trazar un cuadro del “exilio español en Francia”. Más allá de ese apunte anecdótico, lo cierto es que uno y otro, título y subtítulo, y hasta la propia ilustración de la portada, inducen a un cierto despiste sobre el contenido real del libro.
Aquí el protagonismo no corresponde propiamente ni a la guerra civil ni a los años inmediatamente posteriores, pues el estudio tiene como punto de arranque 1944, fecha en que se produce la liberación del hexágono por las tropas aliadas, y se prolonga hasta 1953, es decir, el fin simbólico del aislamiento franquista con la firma del tratado con Estados Unidos. La propia acotación antedicha nos da una clave fundamental para entender el sentido de esta investigación: no es sólo el exilio español al otro lado de los Pirineos lo que le interesa al autor sino también –y, me atrevo a añadir, sobre todo– la actitud francesa ante ese fenómeno.
Aunque pueda parecer brutal, el primer y principal problema era algo tan obvio como que los exiliados españoles eran muchos, demasiados para ser absorbidos por un país destruido material y moralmente. Jugaba en contra de los refugiados el factor tiempo: mientras Franco se mostraba cada vez más asentado en Madrid la presencia de los desterrados amenazaba con tomar carácter indefinido. No es extraño, por tanto, que la percepción dominante de los años 40 de un “exilio simpático” pasara a convertirse a comienzos de la década siguiente en un “exilio problemático”.
Cervera ha manejado documentación de primera mano –sobre todo procedentes de archivos franceses– para componer una obra monumental, casi exhaustiva, a la que sólo se le puede reprochar paradójicamente esa prolijidad, que hace fatigosa la lectura en sentido convencional. Se aprecia, no obstante, en su lenguaje y en su claridad expositiva una voluntad por trascender las fronteras del especialista e interesar a todo tipo de lectores.