Un niño que va descubriendo poco a poco que es un gran artista, un pintor, pero eso no le impide mantener su mirada inocente. Esta es la historia que Simenon nos cuenta una vez que decidió abandonar momentáneamente a su comisario Maigret. Hay una inocencia tan dulce en la mirada de este niño que vive con su familia en un suburbio parisino que ni siquiera a la realidad le ha puesto una etiqueta. "-¿Dónde vives? -En la Rue Mouffetard. -¿A qué se dedica tu madre? -A vender verdura. -¿Tiene una tienda? -No. Un carretón. -¿Sois pobres? -No lo sé". Ni siquiera sabe que es pobre, no tiene conciencia de clase porque Marx no se había acercado a "sugerirle doctrina" al oído. "En el patio no jugaba. Se quedaba mirando en un rincón o recogiendo guijarros que se habían incrustado en la tierra endurecida. Los otros lo empujaban adrede cuando pasaban corriendo a su lado". Nadie entiende su mirada. "-¡Nunca había visto una mirada tan maliciosa como la de este niño!-. Louis lo oyó y no sonrió. Sabía, de forma confusa, que no era cierto, que no había en él malicia alguna, que se había limitado a mirar y a grabar la escena en su memoria". Al tiempo que la obra se nos ofrece como un retablo profundo de toda creación artística, hay análisis certeros sobre el peso de la familia que, aunque sostenida por la indignidad de la indigencia, es la columna vertebral de las relaciones humanas de la novela. "Louis descubría paulatinamente que los vínculos que unían a Gabrielle con sus hijos eran mucho más sólidos de los que él había imaginado. No se parecían al concepto de amor materno del que había oído hablar o que se enseñaba en el colegio. Daba más la impresión de que, sin saberlo ella, el cordón umbilical que la había unido a sus hijos no se había cortado del todo".
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Un niño que va descubriendo poco a poco que es un gran artista, un pintor, pero eso no le impide mantener su mirada inocente. Esta es la historia que Simenon nos cuenta una vez que decidió abandonar momentáneamente a su comisario Maigret. Hay una inocencia tan dulce en la mirada de este niño que vive con su familia en un suburbio parisino que ni siquiera a la realidad le ha puesto una etiqueta. "-¿Dónde vives? -En la Rue Mouffetard. -¿A qué se dedica tu madre? -A vender verdura. -¿Tiene una tienda? -No. Un carretón. -¿Sois pobres? -No lo sé". Ni siquiera sabe que es pobre, no tiene conciencia de clase porque Marx no se había acercado a "sugerirle doctrina" al oído. "En el patio no jugaba. Se quedaba mirando en un rincón o recogiendo guijarros que se habían incrustado en la tierra endurecida. Los otros lo empujaban adrede cuando pasaban corriendo a su lado". Nadie entiende su mirada. "-¡Nunca había visto una mirada tan maliciosa como la de este niño!-. Louis lo oyó y no sonrió. Sabía, de forma confusa, que no era cierto, que no había en él malicia alguna, que se había limitado a mirar y a grabar la escena en su memoria". Al tiempo que la obra se nos ofrece como un retablo profundo de toda creación artística, hay análisis certeros sobre el peso de la familia que, aunque sostenida por la indignidad de la indigencia, es la columna vertebral de las relaciones humanas de la novela. "Louis descubría paulatinamente que los vínculos que unían a Gabrielle con sus hijos eran mucho más sólidos de los que él había imaginado. No se parecían al concepto de amor materno del que había oído hablar o que se enseñaba en el colegio. Daba más la impresión de que, sin saberlo ella, el cordón umbilical que la había unido a sus hijos no se había cortado del todo".