Durante 22 años, Kapuscinski (Polonia, 1932) fue corresponsal de la Agencia Polaca de Prensa, para la que cubrió 17 revoluciones en países de África, Ásia y América Latina. Colaborador permanente en el New York Times, Times y Frankfurter Allgemeine Zeitung.
Conceptualmente, Los cínicos no sirven para este oficio no ofrece novedad alguna a los interesados en el periodismo: el reportero debe comprometerse, simpatizar con los problemas sociales, jugarse el pellejo por dar voz a los más débiles, aun en contra de los intereses de los poderosos. Desde otro ángulo, sin embargo, la experiencia de Kapuscinski como corresponsal en el tercer mundo es difícil de igualar. Para poder escribir sobre la «parte infeliz de la familia humana» —los pobres— sin reflejar estadísticas sino vidas, entendió que debía vivir con ellos un tramo de su existencia.
El libro no es optimista sobre la evolución de los medios: constata que la información se ha convertido en espectáculo, que los directivos son ahora hombres de negocios, no periodistas, y que el espacio para analizar matices es cada vez más reducido. Y, a pesar de todo, afirma que no es una profesión para desencantados. Exige una especie de fe en que distribuir la información es redistribuir el poder, en que la buena labor periodística hace la diferencia, especialmente cuando indaga en la historia y las causas y el entorno de los conflictos.
Sin contar la última parte —una conversación deshilvanada e insípida—, el libro es un buen aperitivo para buscar las obras que han hecho la fama de Kapuscinski: El Emperador, El Sha, El Imperio y Ébano.
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De algún modo Kapuscinsky es una prueba de que la libertad, por lo menos la libertad básica, es interior al hombre y puede ejercitarse en las condiciones más desfavorables. Nadie apostaría por el periodismo ejercido durante la guerra fría, detrás del telón de acero y en un periódico comunista, sin embargo, el periodista polaco Kapuscinsky fue considerado como maestro de periodistas. Para ello eligió trabajar como corresponsal en África y Asia, en los ambientes más pobres del mundo, donde los hombres no tienen voz ni esperanza de ser escuchados. Nunca se conformó con darle a su empresa lo que ésta esperaba, sino que además quiso saber. Fruto de este conocimiento son media docena de libros sobre distintos personajes y lugares del mundo: “Un día más con vida”, sobre las guerras de África; “El Emperador”, sobre el etíope Haile Selassie; “El Sha o la desmesura del poder”, escrito en plena revolución jomeinista o “El Imperio”, sobre la decadencia de la URSS. Kapuscinsky se ve a sí mismo como un historiador de la contemporaneidad. Cree en la verdad de la información, que para él equivale a aplicar la ética en el ejercicio de su profesión. Su modelo de periodismo es lo que llama periodismo intencional, aquel que se fija un objetivo y busca suscitar una reacción, algún cambio. Defiende una información capaz de explicar el porqué de lo que ocurre, ejercida con visión global, sacrificio, estudio y deseo de comprender sobre todo a las personas. Por el contrario denuncia el periodismo concebido como espectáculo, negocio o instrumento al servicio de determinados intereses. Algunas de sus frases son lapidarias: “Las malas personas no pueden ser buenos periodistas”, “Una cualidad importante para nuestra profesión es la de no considerarla un medio para hacerse rico” y la que da título al libro: “Los cínicos no sirven para este oficio”.