Es un texto cuya entidad y definición literaria quizás sólo se expresan adecuadamente en el mismo título. Es una narración que se ofrece como texto dado "encontrado", perfectamente objetivo y literariamente ambiguo porque es a la vez oralidad y escritura, fábula y poesía.
Su protagonista es un judío medieval, docto y hombre de frontera y de correrías interiores por mil caminos como los que recorre en su oficio de buhonero o ajetreado por la vida. Es un rabí enseñante, pero sobre todo un interrogador o hermeneuta no sólo de los mitos bíblicos, de los que hace una relectura personal y de límites, sino de los terribles acontecimientos que le toca vivir.
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A partir de una anotación documentada sobre una inscripción sepulcral de una lápida hoy desaparecida, procedente del cementerio judío de Toledo, José Jiménez Lozano reconstruye la vida de Rabí Isaac Ben Yehuda.
Rabí Ben Yehuda huyó a Colonia. Parece que el motivo fue sobrevivir a los pogromos contra las juderías en la península Ibérica, durante la segunda mitad del siglo XIV.
De profesión buhonero, vendedor ambulante de lo que hoy conocemos como géneros de mercería, su entendimiento del Talmud y de la Torá era tal que “desataba muchos nudos del entendimiento de los discípulos” (pág. 103), en las escuelas rabínicas a las que acudía.
José Jiménez Lozano, en este trabajo, da cuenta de cómo Rabí Isaac Ben Yehuda nació en Évora, Portugal, en 1325. A los 76 años vive en Colonia, donde sus vecinos juzgaban poco ortodoxos sus discursos, interrumpidos con frecuencia, y donde fue apedreado hasta la muerte, quemado su cadáver y esparcidas sus cenizas con el fin de que sus discípulos no se quedasen con reliquia alguna.
Sin embargo, se conservan las transcripciones de algunas de sus lecciones, parábolas y circunloquios. Contamos con la transcripción que hizo Moisés Ibn Tibon hacia 1483 quien relata “ciertas noticias o momentos de la vida de Rabí Isaac Ben Yehuda, procedentes de otro discípulo, Isaac el Mudos cantor de historias por las aldeas, los días de fiestas” (pág. 9)
El que fuera cantor por las aldeas era, de aquella, frecuente. Pero el que cantase un mudo implica una ironía del autor para señalar al lector la invención de lo que a continuación se va a relatar, aunque el personaje aparezca en una inscripción sepulcral.
Apunta a la genealogía de Rabí Ben Yehuda para argumentar que desde varias generaciones anteriores a él mismo, el cabeza de su familia era el elegido cada Viernes de Pasión para representar a la comunidad judía, y como tal, para recibir el escarnio, la bofetada y el castigo con la fusta porque “bueno es que los judíos tengan que inclinar su cabeza para recibir el golpe de los cristianos puesto que ellos se negaron a arrodillarse ante Cristo” (pág. 15)
Y aunque en su infancia presenció tales afrentas en la persona de su padre, y fue enviado fuera de la Península Ibérica para evitar que continuase en él la tradición, resultó que andando los años, las afrentas recibidas de los judíos ortodoxos fueron tales que terminaron en el apedreamiento, la quema de su despojo y el esparcimiento de sus cenizas.
¿Qué sostuvo a Rabí Ben Yehuda firme en su fe en Yahvé?
José Jiménez Lozano explica, no sin falta de ironía, algunos pasajes de las Escrituras como la torre de Babel, el sacrificio de Caín y el de Abel, la paternidad de Abraham, la actuación de Judas, la reacción de Gestas, el ladrón malo del Calvario, etc. Lo explica como lo haría Rabí Ben Yehuda, un hombre íntegro, con un fe coherente que le lleva a desentrañar el significado de las Escrituras, del dolor humano y de la muerte.
“-¿Dios del universo –le dijo-. Tú me has hecho mucho mal a fin de que yo reniegue de Ti. Pero a pesar de todo, Tú que reinas en el Cielo puedes estar seguro de que soy judío y judío permaneceré! (pag. 47)
La fe de Rabí Ben Yehuda en Yahvé tiene su parangón en el sufrimiento del pueblo judío a lo largo de la Historia, en el abandono y la sordera en que los tiene Yahvé.
“A nadie deja vivo para que testifique de qué es y cómo es, parece interesado en que le neguemos, quiere desengañarnos de su fidelidad, inventó el sufrimiento para eso. Y el ateísmo es también un invento de su desesperación y de su propio sufrimiento” (pág. 47)
Para el autor, la vida de Rabí Ben Yehuda es un símbolo de la epopeya del pueblo Judío en su lucha por permanecer fiel a Yahvé, a pesar de los pesares. No obstante, Rabí Ben Yehuda da un paso más: comprende el abandono de Yahvé a su pueblo judío, ante el crucificado, ante Jesús en la cruz, abandonado de los hombres a quienes redime y del propio Dios Padre.
No entiende que los cristianos estén alegres porque su redención conlleva el patíbulo para Jesús. Antes bien, considera más razonable el odio al patíbulo, a la cruz, porque en ella murió Jesús. Y así llegó al amor a Jesucristo. Y por esto fue encontrado blasfemos por los judíos ortodoxos.
Tras su asesinato “comenzaron a dar enormes alaridos y trajeron grandes jofainas de agua lustral para purificarse, llamando a voces a Yahvé que tenía que justificarlos necesariamente” (pág. 104)