El aspecto rudo de Rasputín, su tosca forma de vestir y su oratoria rústica lo acercaron a la zarina Alejandra como si encarnase la originaria espiritualidad rusa.
Henri Troyat (pseudónimo de Lev Tarassov), es autor de varias biografías de figuras rusas que han alcanzado notable éxito. Entre ellas cabe destacar Ivan el terrible o Las zarinas. Siguiendo la estela de esta última ha aparecido Rasputín. De sobras es conocida la figura de este siniestro personaje y la biografía apenas aporta nada nuevo. Sin embargo, la pluma fácil del autor, reconocido por su especial forma de salpicar las biografías con anécdotas y una entretenida narración, hace agradable su lectura.
Edición | Editorial | Páginas | ISBN | Observaciones |
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2004 | Ediciones B |
208 |
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Pueden servir estas páginas para recordar el ambiente de la corte del Zar Nicolás II antes de la llegada de la revolución rusa. No es de extrañar que la monarquía rusa cayera fácilmente pues había perdido toda su capacidad de reacción política. Rasputín no fue más que una anécdota en la caída del Zar y la zarina.
Pero, ¿quién fue Grigori Rasputín? Perteneciente a una acomodada familia del pueblo siberiano de Pokróvkie, nuestro personaje fue conocido en su juventud por sus vaivenes vitales que fueron desde las tropelías a las peregrinaciones por los monasterios griegos. Su fuerte carácter y temperamento le convirtieron pronto en un líder que congregaba a su alrededor a paisanos y, especialmente, paisanas. Algunos le acusaron de pertenecer a los jlysti (o flagelantes). Esta era una secta conocida y perseguida por sus arrebatos místicos que derivaban fácilmente en orgías sexuales disfrazadas de entusiasmos motivados por el Espíritu Santo.
Con este currículum, Rasputín se vio obligado a marchar de su pueblo y recalar en San Petersburgo. Por una serie de avatares pudo acceder a monseñor Teofán, inspector de la Academia de Teología de San Petersburgo. El prelado encontró en Rasputín una especie de místico venido de la Siberia profunda; una especie de encarnación de la originaria espiritualidad rusa.
A decir verdad, el aspecto rudo de Rasputín, su tosca forma de vestir y su oratoria, rústica -casi analfabeta- y potente, ayudaban a crear esa imagen. Teofán -místico y ferviente creyente- vio en Rasputín una especie de enviado de Dios para regenerar la corte. Teofán pensaba sobre todo la extraña conducta de la zarina Alejandra Fiódovna y su círculo de influencia, cuyos extravíos místicos le alarmaban. Pudo así Rasputín acercarse al entorno del Zar.
El siberiano pudo ganarse con sus extravagancias -entre las que solía incluir predicciones sobre vidas ajenas- un lugar en la alta sociedad rusa. Más aún, las exaltadas mujeres de la alta sociedad manifestaron por él un verdadero culto. Incluso se instituyó una asociación, la “Nueva Galilea”, de mujeres y jovencitas entregadas en cuerpo y alma a Rasputín. Los escándalos sexuales se sucedían a la par que crecía su fama de santo, profeta y curandero. Cuentan , por ejemplo, que la cortesana Olga Lojtiná, acudía por las noches a su casa y se arrojaba a sus pies clamando: “Santo, Santo, Padre Santo, bendíceme, ¡Quiero ser tuya! ¡Tómame padrecito!”.
Poco a poco las envidias y los recelos surgieron en la Corte. Hasta tal punto fueron virulentas las presiones que Rasputín hubo de huir de San Petersburgo. Nuevamente el azar le congració con la Corte del Zar. La hemofilia del hijo del Zar tenía preocupada a toda Rusia y muy especialmente a la zarina. Un pequeño accidente puso en peligro su vida y la zarina acudió a las oraciones de Rasputín. La “milagrosa” curación del heredero a trono de Rusia, permitió que “místico” pudiera volver triunfante a San Petersburgo.
Los círculos más conservadores y patriotas de la nobleza rusa desesperaron al ver la pasividad de Nicolás II ante la Guerra Mundial. El débil comportamiento del Zar fue atribuido a la influencia de Rasputín. Interpretaron, y no sin motivo, que su influencia sobre la zarina había apartado a Nicolás de sus responsabilidades de gobierno. Bien es cierto que Rasputín siempre desaconsejó la guerra pues veía en ella el fin de la dinastía de los zares. Desde ese momento Rasputín estaba sentenciado a muerte. Es harto conocido el complot y la ejecución de Rasputín y su diabólica energía que asombró incluso a sus asesinos que creían que no podrían matarlo. En fin, tras su asesinato, Rasputín pasó macabramente a la historia de Rusia. Un año después la dinastía de los zares caía en manos de los bolcheviques.
Javier Barraycoa (www.forumlibertas.com)