La autora, madre de diez hijos, relata con mucho humor y enérgico optimismo sus peripecias; y también su vibrante campaña en defensa de la responsabilidad de los padres en la educación de sus hijos.
Una madre valiente, consciente de sus derechos como madre frente a una Administración relativista que se considera con derecho a invadir la intimidad de los jóvenes. La historia está contada con precisión; no faltan momentos de dolor y desaliento. El mensaje final es esperanzador. Si hubiera cien familias como esa, aquellas leyes no habrían salido adelante. Se puede además de apreciar el que tuvieron, aprender a luchar por defender derechos esenciales de la familia.
Gordon y Victoria son una pareja inglesa de artistas que, en 1967, contraen matrimonio sin apenas medios económicos. El matrimonio llega a tener diez hijos, ninguna televisión y pocas cosas más. Gordon rechaza trabajar en medios que prostituyan su arte, pero no rechaza restaurar casas, recoger remolacha o dar clases de religión para mantener a su familia. Porque los Gillick son católicos. Se quieren, quieren a sus hijos y hacen gala de un espléndido sentido común y sentido del humor.
Con los medios económicos que hemos visto, Victoria se embarca en una lucha contra el Ministerio inglés de Sanidad y Seguridad Social. Quiere que se anulen las instrucciones que permiten a los médicos recetar anticonceptivos a las jóvenes menores de dieciséis años sin conocimiento de sus padres. Con Victoria se posicionan algunos grupos de padres, los llamados "padres de Norfolk", los movimientos "provida" con los que ella colabora, el Gran Rabino de Londres y los dirigentes de las minorías raciales de Gran Bretaña, que ven como su juventud se deteriora sin que nadie haga nada por impedirlo.
No consigue, sin embargo, que los dirigentes de las iglesias cristianas del Reino Unido quieran comprometerse en esa lucha. El pleito llega hasta la Cámara de los Lores que falla a favor del Ministerio. El libro termina con una luz de esperanza: Los niños crecen y Victoria y Gordon pueden volver a sus actividades artísticas.
"La población envejece - escribe la autora -, los mayores tienen sentido común y poco a poco las aguas volverán a su cauce".
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Una madre valiente,
Una madre valiente, consciente de sus derechos como madre frente a una Administración relativista que se considera con derecho a invadir la intimidad de los jóvenes. La historia está contada con precisión; no faltan momentos de dolor y desaliento. El mensaje final es esperanzador. Si hubiera cien familias como esa, aquellas leyes no habrían salido adelante. Se puede además de apreciar el que tuvieron, aprender a luchar por defender derechos esenciales de la familia.
Gordon y Victoria son una
Gordon y Victoria son una pareja inglesa de artistas que, en 1967, contraen matrimonio sin apenas medios económicos. El matrimonio llega a tener diez hijos, ninguna televisión y pocas cosas más. Gordon rechaza trabajar en medios que prostituyan su arte, pero no rechaza restaurar casas, recoger remolacha o dar clases de religión para mantener a su familia. Porque los Gillick son católicos. Se quieren, quieren a sus hijos y hacen gala de un espléndido sentido común y sentido del humor.
Con los medios económicos que hemos visto, Victoria se embarca en una lucha contra el Ministerio inglés de Sanidad y Seguridad Social. Quiere que se anulen las instrucciones que permiten a los médicos recetar anticonceptivos a las jóvenes menores de dieciséis años sin conocimiento de sus padres. Con Victoria se posicionan algunos grupos de padres, los llamados "padres de Norfolk", los movimientos "provida" con los que ella colabora, el Gran Rabino de Londres y los dirigentes de las minorías raciales de Gran Bretaña, que ven como su juventud se deteriora sin que nadie haga nada por impedirlo.
No consigue, sin embargo, que los dirigentes de las iglesias cristianas del Reino Unido quieran comprometerse en esa lucha. El pleito llega hasta la Cámara de los Lores que falla a favor del Ministerio. El libro termina con una luz de esperanza: Los niños crecen y Victoria y Gordon pueden volver a sus actividades artísticas.
"La población envejece - escribe la autora -, los mayores tienen sentido común y poco a poco las aguas volverán a su cauce".