Vida y doctrina de San Bernardo de Claraval en la Europa del siglo XII. Luchó por la paz entre los reinos, en defensa de la Sede Apostólica, contra la simonía y los malos Obispos. No dudó en poner a los reyes y a los pueblos frente a sus obligaciones y ordinariamente fue escuchado. El volumen contiene un capítulo referente a la disputa teológica sobre la Inmaculada Concepción de María y otro sobre los órdenes angélicos, la naturaleza divina y la Santísima Trinidad. Se incorporan en los apéndices algunos sermones del santo y testimonios del aprecio que ha merecido a lo largo de los siglos. La obra del Cister en Francia desapareció casi por completo a causa de la revolución francesa, y sobre la abadía de Citeaux, que fue su cuna, se construyó una prisión.
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Hace tiempo que tenía curiosidad por leer este volumen sobre San Bernardo y su tiempo. Si algo se desprende de su lectura –ardua lectura- es lo poco que cambia la historia. Creemos vivir en la "plenitud de los tiempos" y apenas se trata de unos siglos aburridos y repetitivos. Nada cambia menos que la naturaleza humana, la misericordia de Dios y las necesidades de su Iglesia –"semper reformata, semper reformanda"- siempre necesitada de reformas. Bernard Tiscelin nació en 1090, cerca de Dijon (Francia). Desde los ocho años estudió los clásicos latinos, las Sagradas Escrituras, Retórica y Dialéctica. Bernardo fue uno de los primeros frutos, si se quiere el principal, de la reforma del monaquismo benedictino que tuvo su inicio en la abadía de Citeaux y que se conoció como reforma cisterciense. En pocos años las abadías cistercienses se extendieron por toda Europa y dieron a la Iglesia Pontífices, Cardenales y Obispos. Bernardo ingresó en Citeaux en el año 1112 y tres años más tarde salió para dirigir la erección de un nuevo monasterio cerca de Chalóns. Los monjes lo llamaron Clairvaux –valle claro- o Claraval y Bernardo sería su Abad hasta el final de sus días. El Espíritu renueva su Iglesia a través de hombres y mujeres extraordinarios dispuestos a cumplir la voluntad de Dios en sus vidas. Bernardo, que había elegido para sí el claustro, tuvo que salir de él para asistir a Concilios, negociar tratados de paz e incluso para sostener al papa Inocencio II contra el cismático Anacleto II. Había elegido el silencio y predicó en Francia, Italia y Alemania para defender la paz o, por el contrario, a petición del Pontífice, impulsar la Cruzada a favor del Reino cristiano de Jerusalén o contra los pueblos eslavos que presionaban Europa oriental. Bernardo, que había renunciado a los saberes de este mundo, fue un teólogo seguro que tuvo que enfrentarse al racionalismo incipiente que surgía en la Universidad de París en la persona de Pedro Abelardo. El abad de Claraval fue llamado Doctor Melifluo por la intensidad de su devoción y la dulzura de sus comentarios a la Sagrada Escritura, sobre todo sus comentarios al Cantar de los Cantares y a los Salmos, compuestos para edificación de sus monjes. El papa León XIII diría de él que "ocupa un lugar preeminente en la exposición alegórica de la Sagrada Escritura". Sus escritos alcanzaron gran difusión y resulta encantador, por ejemplo, el Tratado que compuso a petición de Urbano III, "De consideratione", sobre la vida y las obligaciones del Romano Pontífice. Fue un enamorado de la Pasión del Señor y de la Virgen Santísima y aún hoy se reza una oración suya a la Madre de Dios, el ‘Acordaos’ u oración Memorare. Fue devoto de San José y de los Ángeles Custodios –"guardianes" los llama él-. Su teología espiritual para la vida de los monjes, extraordinariamente positiva, se encuentra en sus sermones y cartas.