En Berlanga de Duero, en una época pasada determinada con precisión, deciden contratar a un pintor alejandrino para encargarle la restauración de las deterioradas pinturas de la iglesia sobr el juicio final y sus consecuencias.
A lo ya dicho en las demás reseñas, añadiría como característica peculiar de este relato, escrito en excelente castellano, que es un ejemplo genuino del humor castellano. El autor va haciendo crítica humorística de cuanto toca, al hilo de la temática del cuadro que se quiere pintar: los efectos colaterales del juicio final.
Otra de Jiménez Lozano. Leyendo este breve relato he pensado en algún momento que el autor va inventando sobre la marcha. El nivel de lo absurdo llega a tal nivel que parece imposible que tenga un plan previo. Como en otras novelas parecidas, lo principal es el sentido del humor, de castellano viejo y retorcido, que involucra lo moderno disfrazado, con lo antiguo, para burlarse un poco de unos y otros. El lector pasa un buen rato leyendo si bien por momentos no sabe muy bien de quien está hablando o de donde provenía esta conversación. Seguramente el autor tampoco lo sabía.
La caída de Constantinopla en manos de los turcos otomanos el martes 29 de mayo de 1453 fue un suceso histórico que, en la periodización clásica y según algunos historiadores, marcó el fin de la Edad Media en Europa y el fin del último vestigio del Imperio romano de Oriente y de la cultura clásica.
Jiménez Lozano nos da como pista para situar este relato la edad de la anciana madre de la posadera en la que se hospeda el pintaiglesias alejandrino Teón: "…cayó Constantinopla cuando mi madre tenía quince o diecisiete años… así que echen ustedes la cuenta." (p.67)
Otro dato histórico interesante a la hora de encuadrar este relato son los años 1536-1541 durante los cuales, Miguel Ángel pinta El Juicio Final en la capilla Sixtina.
Decir Alejandría es apuntar a su famoso Faro además de rememorar su famosa biblioteca incendiada definitivamente en 641 dC por los árabes bajo las órdenes del califa Amrou. En el relato de José Jiménez Lozano ambos iconos quedan aglutinados en la palmera pintada por Teón "una palmera… que acogía al mundo entero bajo sus brazos, y además tenía en su cogollo como un cajón para guardar libros y por eso era el árbol de la sabiduría". (p.17)
La palmera también es la columna absidal que sostiene la bóveda de la ermita mozárabe de San Baudilio, en Berlanga, Soria. La descripción del templo en el que Juan Salinas, el protagonista del relato, encuentra a Teón, pintor de Alejandría, mientras pintaba podría corresponderse con la arquitectura de la mencionada ermita. Juan Salinas "…entró en la iglesia, y vio que esta iglesia tenía otra iglesia dentro, y ésta una tercera iglesia, y allí estaba un pintor subido a un andamio y pintando una bóveda o cúpula…" (p.28)
El argumento
El bachiller Juan Salinas, judío converso, que había peregrinado a Canterbury, que pagaba la cera del culto judío y que pretendía congraciarse con su párroco, don Absalón, mediante el pago de la cuarta parte de los dineros necesarios para reparar los frescos de la iglesia de Berlanga, Soria, emprende un viaje en busca de Tesón, pintor de Alejandría. Éste se aviene a trabajar en la creencia de que desean pintar el día previo a la finalización del Diluvio Universal. Sin embargo, don Absalón, le reconviene para que pinte el Juicio Universal y sus "efectos colaterales". Don Absalón nombra una comisión de feligreses significativos en la zona para que controlen el trabajo del artista y los gastos de materiales y de su manutención y alojamiento.
Los personajes
Por este relato de 125 páginas desfila una galería de personajes de cuya aspecto, vida e interioridades, José Jiménez Lozano informa al lector con breves pero intensas pinceladas.
Queda bien perfilado Juan de Salinas, judío converso que padece el mal de los suyos (ambigüedad religiosa). De fondo, el problema de la limpieza de sangre, de las genealogías mutiladas para demostrar que se es cristiano viejo, y la Inquisición. Todo, visto de la perspectiva del roce humano donde la comprensión, la disculpa, la ayuda, la clemencia, se desarrolla como fruto natural. Así, el párroco acepta la colaboración del judío converso dando por olvidada la falta de autenticidad de su fe. Juan de Salinas también es ambiguo en su relación matrimonial, y tiene hijos naturales de mocitas pero "Estas cosas no tienen por qué ser públicas. Contestó rápidamente Salinas." (p.70) Esa es la piedra de toque del relato: la autenticidad.
Agripina la consoladora de Medinaceli, no era bruja ni se juntaba con aquellas. Simplemente consolaba a los que se acercaban a ella con su alma rota por el desencanto y le pedían un ungüento con qué aliviarla, un filtro amoroso u otro para conseguir el olvido y no hacer daño… Agripina había dejado de ejercer porque ella misma había vagado en busca de su medio cántaro robado: el suyo propio que no admitía sucedáneo ni sustitución por muy pobre que fuese. Su alma partida, desengañada, ya no podía consolar a otros.
Don Absalón llama a una serie de notables para conformar el consejo que juzgará la labor del artista:
Doña Beatriz Paleóloga representa a la mujer que sabe reconocer la imposibilidad del amor del hombre. Rica y pretendida responde a las peticiones de sus pretendientes con una negativa y una cuerda, un veneno y un puñal para que éstos demuestren la autenticidad de su amor con la muerte que es la prueba suprema de autenticidad. Que ella bien sabe que fuera de "la reina Dido que era una mujer que realmente se mató por el amor de Eneas, por lo menos según cuenta la cosa el poeta mantuano Virgilio Marón" (p.85), ningún otro caso se ha dado.
Petrus Exiguus Oxoniensis, bachiller de Oxford, dado a las poesías que pretende ser representado entre los santos confesores, purificado tras tres años de penitencias tras haber asesinado a su suegro. No era eso lo único que no se correspondía con la caridad cristiana: mantenía a su esposa encerrada y le daba de comer por un ventanuco, amén de sus relaciones fuera del vínculo matrimonial.
Mancio Tartaja o Tartamudo, de profesión charlatán y vendedor de toda clase de productos y maestro de escuela que de tanto repetir conseguía fijar en las mentes de los que le escuchaban cualquier nombre. Tampoco él estaba libre de culpa: había asesinado "con sus fuerzas ciclópeas y centrífugas, a un hombre que venía en sentido contrario" (p.89). Fue absuelto por no escucharle las explicaciones. Tenía la virtud de poseer unas orejas grandes y finas, propicias para el secado de la pintura mural.
Su Excelencia el Conde Don Fierro, de tamaño físico pequeño pero de avaricia inmensa que le llevaba a apropiarse de los lugares por donde pasaba. Fue absuelto por "error de cálculo" pero se excusó por sufrir melancolía que sin duda se vería aumentada al considerar que con El Juicio Universal todo su patrimonio tocaría el fin. Se le había convocado por sus conocimientos del intríngulis de la política.
Don Rubén, un juez atípico: consideraba que el delito era siempre fruto de la ignorancia así que los castigos eran siempre años de estudio. En teoría parecía algo interesante pero en la práctica, tras unos años, habría demasiados licenciados y, a fuerza del conocimiento, los delincuentes terminarían por desaparecer, y con ellos, se "dejaría parados a los tribunales de justicia, que en una sociedad siempre son más necesarios siquiera por lo vistosos que resultan." (p.91)
El cura de Tajahuerce, aunque de clérigo sólo tenía tercio y mitad. Había ido a estudiar a París aunque no había recibido los grados. Era feminista y ecologista y convivía con tres mujeres: una mora, una cristiana y una judía. "Llevaba ya tres años enfrentándose a los cánones y leyes que le citaban los enviados del obispo que le prescribían que abandonase la estética femenina y que arreglase su situación canónica; y a todo respondía que el ya tenía hechos sus pliegos de descargos, y que ya vería todo el mundo cómo ganaba su causa si se llegara a acusarle de algo no canónico en el Juicio Final." (p.93)
Audencio, el tonto de Jadreque, de quien afirmaba don Absalón: "Este tonto sabe algo. Estos tontos tienen unas profundidades, que nosotros no alcanzamos". (p.95)
El estilo
El 27 de septiembre de 1547, en Alcalá de Henares, nace Miguel de Cervantes. El estilo de José Jiménez Lozano debe mucho al modo de escribir cervantino: frases largas mediante la coordinación, la yuxtaposición o la utilización de subordinadas de relativo principalmente; utilización paralela de sinónimos y gran riqueza de vocabulario culto…
Sobre todo la ironía del juego de palabras, del doble sentido. Una socarronería que provoca la sonrisa reposada. ¿Qué son si no las pretensiones de autenticidad de los personajes, los "efectos colaterales del Juicio Universal" que se pide al pintor que represente? ¿Cómo se contrata a un pintor realista, que sólo puede representar la realidad que ve, para realizar un fresco en el que aparecen los inocentes como representaciones de los personajes del relato? ¿Por qué se impide al pintor que concluya la parte del fresco en la que se representarían a los condenados?
Conclusión
"Al final del fresco estaba un pequeño grupo de gente, que parecían gorrioncillos ateridos un día de viento helado, y eran los historiadores y llevadores o anunciadores de noticias que habían escrito y dicho la verdad, y los padres y autores verdaderos de los libros, cuyo nombre sonaba por primera vez en los oídos y eran vistos también por primera vez a los ojos de la humanidad."(p.116)
Un relato para ser leído espaciadamente, reposadamente, saboreado. Una carga de profundidad que invita al lector a realizar una reflexión histórica como disculpa del análisis profundo de la realidad cotidiana.
Un nuevo regalo de Jiménez Lozano a sus incondicionales lectores, entre los que me cuento. Ironía suave, sensibilidad, conocimiento del alma y, siempre, esa esperanzada amabilidad antropológica que llama tanto la atención en estos tiempos desquiciados.
Esta breve novela es un "divertimento". La historia de la búsqueda y contratación de un pintor alejandrino, situada en tierras sorianas probablemente en torno a los siglos XV o XVI, con un tono ameno, lleno de ironía y de ternura, tiene también su parte de crítica a la sociedad actual, tan reacia a pensar en la muerte, en el juicio y en sus consecuencias. Prosa cuidada, con ese estilo tan personal de Jiménez Lozano, que de por sí ya da valor al libro.
Comentarios
A lo ya dicho en las demás reseñas, añadiría como característica peculiar de este relato, escrito en excelente castellano, que es un ejemplo genuino del humor castellano. El autor va haciendo crítica humorística de cuanto toca, al hilo de la temática del cuadro que se quiere pintar: los efectos colaterales del juicio final.
Otra de Jiménez Lozano. Leyendo este breve relato he pensado en algún momento que el autor va inventando sobre la marcha. El nivel de lo absurdo llega a tal nivel que parece imposible que tenga un plan previo. Como en otras novelas parecidas, lo principal es el sentido del humor, de castellano viejo y retorcido, que involucra lo moderno disfrazado, con lo antiguo, para burlarse un poco de unos y otros. El lector pasa un buen rato leyendo si bien por momentos no sabe muy bien de quien está hablando o de donde provenía esta conversación. Seguramente el autor tampoco lo sabía.
La caída de Constantinopla en manos de los turcos otomanos el martes 29 de mayo de 1453 fue un suceso histórico que, en la periodización clásica y según algunos historiadores, marcó el fin de la Edad Media en Europa y el fin del último vestigio del Imperio romano de Oriente y de la cultura clásica.
Jiménez Lozano nos da como pista para situar este relato la edad de la anciana madre de la posadera en la que se hospeda el pintaiglesias alejandrino Teón: "…cayó Constantinopla cuando mi madre tenía quince o diecisiete años… así que echen ustedes la cuenta." (p.67)
Otro dato histórico interesante a la hora de encuadrar este relato son los años 1536-1541 durante los cuales, Miguel Ángel pinta El Juicio Final en la capilla Sixtina.
Decir Alejandría es apuntar a su famoso Faro además de rememorar su famosa biblioteca incendiada definitivamente en 641 dC por los árabes bajo las órdenes del califa Amrou. En el relato de José Jiménez Lozano ambos iconos quedan aglutinados en la palmera pintada por Teón "una palmera… que acogía al mundo entero bajo sus brazos, y además tenía en su cogollo como un cajón para guardar libros y por eso era el árbol de la sabiduría". (p.17)
La palmera también es la columna absidal que sostiene la bóveda de la ermita mozárabe de San Baudilio, en Berlanga, Soria. La descripción del templo en el que Juan Salinas, el protagonista del relato, encuentra a Teón, pintor de Alejandría, mientras pintaba podría corresponderse con la arquitectura de la mencionada ermita. Juan Salinas "…entró en la iglesia, y vio que esta iglesia tenía otra iglesia dentro, y ésta una tercera iglesia, y allí estaba un pintor subido a un andamio y pintando una bóveda o cúpula…" (p.28)
El argumento
El bachiller Juan Salinas, judío converso, que había peregrinado a Canterbury, que pagaba la cera del culto judío y que pretendía congraciarse con su párroco, don Absalón, mediante el pago de la cuarta parte de los dineros necesarios para reparar los frescos de la iglesia de Berlanga, Soria, emprende un viaje en busca de Tesón, pintor de Alejandría. Éste se aviene a trabajar en la creencia de que desean pintar el día previo a la finalización del Diluvio Universal. Sin embargo, don Absalón, le reconviene para que pinte el Juicio Universal y sus "efectos colaterales". Don Absalón nombra una comisión de feligreses significativos en la zona para que controlen el trabajo del artista y los gastos de materiales y de su manutención y alojamiento.
Los personajes
Por este relato de 125 páginas desfila una galería de personajes de cuya aspecto, vida e interioridades, José Jiménez Lozano informa al lector con breves pero intensas pinceladas.
Queda bien perfilado Juan de Salinas, judío converso que padece el mal de los suyos (ambigüedad religiosa). De fondo, el problema de la limpieza de sangre, de las genealogías mutiladas para demostrar que se es cristiano viejo, y la Inquisición. Todo, visto de la perspectiva del roce humano donde la comprensión, la disculpa, la ayuda, la clemencia, se desarrolla como fruto natural. Así, el párroco acepta la colaboración del judío converso dando por olvidada la falta de autenticidad de su fe. Juan de Salinas también es ambiguo en su relación matrimonial, y tiene hijos naturales de mocitas pero "Estas cosas no tienen por qué ser públicas. Contestó rápidamente Salinas." (p.70) Esa es la piedra de toque del relato: la autenticidad.
Agripina la consoladora de Medinaceli, no era bruja ni se juntaba con aquellas. Simplemente consolaba a los que se acercaban a ella con su alma rota por el desencanto y le pedían un ungüento con qué aliviarla, un filtro amoroso u otro para conseguir el olvido y no hacer daño… Agripina había dejado de ejercer porque ella misma había vagado en busca de su medio cántaro robado: el suyo propio que no admitía sucedáneo ni sustitución por muy pobre que fuese. Su alma partida, desengañada, ya no podía consolar a otros.
Don Absalón llama a una serie de notables para conformar el consejo que juzgará la labor del artista:
Doña Beatriz Paleóloga representa a la mujer que sabe reconocer la imposibilidad del amor del hombre. Rica y pretendida responde a las peticiones de sus pretendientes con una negativa y una cuerda, un veneno y un puñal para que éstos demuestren la autenticidad de su amor con la muerte que es la prueba suprema de autenticidad. Que ella bien sabe que fuera de "la reina Dido que era una mujer que realmente se mató por el amor de Eneas, por lo menos según cuenta la cosa el poeta mantuano Virgilio Marón" (p.85), ningún otro caso se ha dado.
Petrus Exiguus Oxoniensis, bachiller de Oxford, dado a las poesías que pretende ser representado entre los santos confesores, purificado tras tres años de penitencias tras haber asesinado a su suegro. No era eso lo único que no se correspondía con la caridad cristiana: mantenía a su esposa encerrada y le daba de comer por un ventanuco, amén de sus relaciones fuera del vínculo matrimonial.
Mancio Tartaja o Tartamudo, de profesión charlatán y vendedor de toda clase de productos y maestro de escuela que de tanto repetir conseguía fijar en las mentes de los que le escuchaban cualquier nombre. Tampoco él estaba libre de culpa: había asesinado "con sus fuerzas ciclópeas y centrífugas, a un hombre que venía en sentido contrario" (p.89). Fue absuelto por no escucharle las explicaciones. Tenía la virtud de poseer unas orejas grandes y finas, propicias para el secado de la pintura mural.
Su Excelencia el Conde Don Fierro, de tamaño físico pequeño pero de avaricia inmensa que le llevaba a apropiarse de los lugares por donde pasaba. Fue absuelto por "error de cálculo" pero se excusó por sufrir melancolía que sin duda se vería aumentada al considerar que con El Juicio Universal todo su patrimonio tocaría el fin. Se le había convocado por sus conocimientos del intríngulis de la política.
Don Rubén, un juez atípico: consideraba que el delito era siempre fruto de la ignorancia así que los castigos eran siempre años de estudio. En teoría parecía algo interesante pero en la práctica, tras unos años, habría demasiados licenciados y, a fuerza del conocimiento, los delincuentes terminarían por desaparecer, y con ellos, se "dejaría parados a los tribunales de justicia, que en una sociedad siempre son más necesarios siquiera por lo vistosos que resultan." (p.91)
El cura de Tajahuerce, aunque de clérigo sólo tenía tercio y mitad. Había ido a estudiar a París aunque no había recibido los grados. Era feminista y ecologista y convivía con tres mujeres: una mora, una cristiana y una judía. "Llevaba ya tres años enfrentándose a los cánones y leyes que le citaban los enviados del obispo que le prescribían que abandonase la estética femenina y que arreglase su situación canónica; y a todo respondía que el ya tenía hechos sus pliegos de descargos, y que ya vería todo el mundo cómo ganaba su causa si se llegara a acusarle de algo no canónico en el Juicio Final." (p.93)
Audencio, el tonto de Jadreque, de quien afirmaba don Absalón: "Este tonto sabe algo. Estos tontos tienen unas profundidades, que nosotros no alcanzamos". (p.95)
El estilo
El 27 de septiembre de 1547, en Alcalá de Henares, nace Miguel de Cervantes. El estilo de José Jiménez Lozano debe mucho al modo de escribir cervantino: frases largas mediante la coordinación, la yuxtaposición o la utilización de subordinadas de relativo principalmente; utilización paralela de sinónimos y gran riqueza de vocabulario culto…
Sobre todo la ironía del juego de palabras, del doble sentido. Una socarronería que provoca la sonrisa reposada. ¿Qué son si no las pretensiones de autenticidad de los personajes, los "efectos colaterales del Juicio Universal" que se pide al pintor que represente? ¿Cómo se contrata a un pintor realista, que sólo puede representar la realidad que ve, para realizar un fresco en el que aparecen los inocentes como representaciones de los personajes del relato? ¿Por qué se impide al pintor que concluya la parte del fresco en la que se representarían a los condenados?
Conclusión
"Al final del fresco estaba un pequeño grupo de gente, que parecían gorrioncillos ateridos un día de viento helado, y eran los historiadores y llevadores o anunciadores de noticias que habían escrito y dicho la verdad, y los padres y autores verdaderos de los libros, cuyo nombre sonaba por primera vez en los oídos y eran vistos también por primera vez a los ojos de la humanidad."(p.116)
Un relato para ser leído espaciadamente, reposadamente, saboreado. Una carga de profundidad que invita al lector a realizar una reflexión histórica como disculpa del análisis profundo de la realidad cotidiana.
Un nuevo regalo de Jiménez Lozano a sus incondicionales lectores, entre los que me cuento. Ironía suave, sensibilidad, conocimiento del alma y, siempre, esa esperanzada amabilidad antropológica que llama tanto la atención en estos tiempos desquiciados.
Esta breve novela es un "divertimento". La historia de la búsqueda y contratación de un pintor alejandrino, situada en tierras sorianas probablemente en torno a los siglos XV o XVI, con un tono ameno, lleno de ironía y de ternura, tiene también su parte de crítica a la sociedad actual, tan reacia a pensar en la muerte, en el juicio y en sus consecuencias. Prosa cuidada, con ese estilo tan personal de Jiménez Lozano, que de por sí ya da valor al libro.