Esta novela es una meditación sobre la naturaleza de la adolescencia y el poder de la imaginación, sobre las clases sociales y la guerra y, en espeicial, sobre el arte de narrar. A través de la narradora, Bryony Tallis, una chica de 13 años que sueña con ser escirtora, el autor traspasa la confusa frontera entre la mentira y la ficción.
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Esta larga obra contiene una
Esta larga obra contiene una novela tradicional inglesa de corte victoriano, una apología contra la guerra y una bella descripción del arrepentimiento y la expiación de una joven enfermera, perseguida por los remordimientos tras haber enviado a prisión con su testimonio a un joven inocente. Todo ello en torno a un personaje inolvidable como protagonista, la pequeña Briony Tallis, que de pequeña sueña con ser escritora y al final lo consigue. El libro es, al mismo tiempo, un homenaje a Virginia Woolf y, de algún modo, a Jane Austen. La primera parte de la novela transcurre en un solo día de verano en la casa solariega de la familia Tallis y es una obra de arte por su densidad y sus personajes. La segunda describe la retirada de las tropas inglesas hacia Dunkerke en el año 1940, con toda su carga de crudeza y desesperación. La tercera nos presenta a Briony trabajando de enfermera en 1940, poco antes de la entrada de Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial, y su deseo de expiación. El epílogo nos sitúa de nuevo en una perspectiva elevada, y anciana, con reflexiones acerca de la responsabilidad del autor por sus personajes y por los límites de la expiación por los propios errores.
Muy buena novela, que vale la pena leer con tiempo suficiente.
Obra maestra absoluta. De una sutileza genial. Bellamente escrito, hay páginas que son verdaderas maravillas. Dentro de 20 años, será un clásico, si no lo es ya.
El libro está dividido en tres partes claramente diferenciadas en que se desarrollan acontecimientos distantes en tiempo y lugar, y con estilos narrativos diferentes.
La primera parte es antológica. Desde mi punto de vista, queda claro que McEwan es un autor que -de verdad de verdad de la buena- vale la pena leer, uno de los grandes de la novel inglesa actual.
Las otras dos partes decaen, pero... da igual. Que le quiten lo bailao.
Antes de comenzar, unas cuantas preguntas que Expiación, de Ian McEwan, intenta responder: ¿tiene sentido escribir novelas a la antigua en el nuevo siglo? ¿Es la ficción una herramienta poderosa para analizar la siquis colectiva? ¿Puede la literatura, sin pecar de soberbia, hacerse cargo del horror y exorcizarlo? Las respuestas: sí, sí y más sí. Expiación puede ser muchas cosas, pero antes que nada es un relato perfecto que hace al lector empezar a renovar la fe en ese artefacto medio pasado de moda que es la literatura.
Ian McEwan (1948, británico, ganador del premio Booker, autor de Amsterdam y El Placer del Viajero, entre otros textos) se juega todo por esa premisa y arrasa. Expiación se demora más de 400 páginas para contar las tribulaciones de una púber que deseaba ser escritora y que, a pesar suyo, termina siéndolo. Para contar eso McEwan usa tres anécdotas tan sencillas como demoledoras: a) un largo día en una casa de campo inglesa donde Briony Tallis, de 12 años, descubre que las ficciones románticas que construye no pueden con la realidad, b) el largo retorno a casa de Robbie Turner, un soldado perdido en la Francia tomada por los alemanes y c) la rutina bestial de las enfermeras -Briony y su hermana Cecilia, la amante de Robbie, lo son- en tiempos de guerra. ¿Cuál es el sentido de todo esto?: Expiar la culpa que Briony Tallis, ya anciana y con un Alzheimer inminente, provocó con una mentira que destruyó a su familia, envió al mentado Robbie a la cárcel y -lo que es peor- definió para siempre su escritura como una forma oblicua de purgar sus pecados.
Lo maravilloso es que todo lo anterior no es confuso sino que se lee de manera sencilla y perversamente exquisita. Expiación es una obra excepcional que introduce al lector paulatinamente en un relato consciente de sí mismo pero apesadumbrado por eso. Así, la prosa de McEwan se desliza delicadamente para exponer las imágenes contrapuestas que narran, por debajo, la pérdida de un paraíso (la bucólica campiña inglesa) y la llegada de la realidad encarnada en la guerra (la pierna que Robbie ve prendida de un árbol).
En el medio está quizás lo más importante: la vuelta a la tradición novelesca que el autor contrabandea en la pluma de la narradora. Hacia allá tiende todo. Lo mejor de Expiación es la reflexión (parecida al final de Cuando Fuimos Huérfanos, de Kazuo Ishiguro) de que debajo de cualquier narración se esconde el vacío y que la ficción siempre es algo superfluo, fuera de lugar, una monstruosidad. Y que de eso se trata la literatura actual. La perfección formal de Expiación -y la razón por la que se le debe leer- está ahí, pues en la belleza de contar una historia se esconde la impotencia de no poder vivirla de nuevo. Y en ese ejercicio, el horror silencioso del escritor de no poder recibir perdón alguno por los pecados cometidos.