Este libro es un ameno paseo por la lingüística, provocado por la urgente necesidad de recuperar sus raíces humanas tras los excesos del estructuralismo. Según el autor, el lenguaje, más que un perfecto código, es presencia del mundo en nuestra subjetividad, permite que nos comuniquemos, es base de nuestro comportamiento voluntario, nos pone en relación con los demás, exterioriza nuestros afectos y funda las creaciones humanas que ennoblecen nuestra vida. Una de las conclusiones de Marina es que el lenguaje debe buscar y comunicar verdades, por lo que queda englobado entre las funciones de la inteligencia ética.