Catedrático excedente de filosofía en un instituto madrileño, Doctor Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia, conferenciante y floricultor. Estudió filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, teniendo por compañero a su amigo, el futuro escritor Álvaro Pombo, y durante ese tiempo leyó apasionadamente a Unamuno, fundó varias revistas y dirigió varios grupos teatrales.
Su labor investigadora se ha centrado en el estudio de la inteligencia y el pensamiento divergente, en especial de los mecanismos de la creatividad artística (en el área del lenguaje sobre todo), científica, tecnológica y económica. Como discípulo de Husserl se le puede considerar un exponente de la fenomenología española. Ha elaborado una teoría de la inteligencia que comienza en la neurología y concluye en la ética. Sus últimos libros tratan de la inteligencia de las organizaciones y de las estructuras políticas.
Colabora en prensa (Suplemento cultural de El Mundo, El Semanal etc...), radio y televisión.
Para sus investigaciones recurre a un amplio número de colaboradores, que resultan coautores de sus libros. Como ensayista posee el secreto de la amenidad y el interés y sabe acercar al gran público los grandes temas filosóficos, adoptando formas genéricas como el diccionario, el dictamen o la novela didáctico-histórica. Como analista de la actualidad, resulta especialmente interesante su ensayo El misterio de la voluntad perdida, donde analiza la crisis de este valor en la sociedad y la educación contemporánea. En su Diccionario de los sentimientos, analiza la visión de éstos que se encuentra implícita en el lenguaje, descubre que los sentimientos negativos están más ampliamente representados en él que los positivos y plantea la necesidad de una educación temprana de las emociones. Dictamen sobre Dios, concluye en la necesidad de sustituir la religión tradicional por una ética civil. En Por qué soy cristiano (2005) defiende que existen dos tipos de verdades, las basadas en evidencias universalizables y las que provienen de evidencias privadas. El cristianismo se inscribe, a su juicio, entre las segundas. Marina enuncia el Principio Ético de la Verdad que supone que cuando las verdades privadas entran en colisión con las universales, deben primar las últimas. "Los integristas trasvasan sus verdades privadas al ámbito público. Es el problema al que nos enfrentamos". Detalla cómo se fue dogmatizando el cristianismo en su largo proceso de institucionalización eclesiástica. Las religiones tienden a hacerse dogmáticas blindando sus creencias. En el primer concilio del Vaticano, la Iglesia Católica se declaró infalible y desde ese error no puede retractarse de sus dogmas, aun sabiendo que algunos de éstos son fruto de las presiones culturales de épocas concretas. Según el autor, es preciso limitar el alcance de las creencias religiosas sin negar su importancia, y deben defenderse siempre en el campo privado, puesto que cuando una religión se ve amenazada apela a la libertad de conciencia, pero cuando llega al poder abandona la tolerancia. Lo universalizable son los principios éticos, no las creencias personales.