Dictamen sobre Dios

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2001 Anagrama
286
84-339-6760-2
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La crítica de JOL es perfecta, pero donde escribe "soslayar la tentación del reduccionismo" yo pondría "soslayar el afán de protagonismo" que mueve a José Antonio Marina. Al profesor le gusta dar una de cal y otra de arena, poner una vela a Dios -en el que no cree- y otra al diablo; por eso pienso que lo que busca es impresionar. Me gustaría saber si cree, en realidad, en lo que escribe o sólo construye castillos filosóficos. Por otra parte Marina no crea un sistema filosófico desde sus principios, sino que se limita a hacer una crítica superficial y nada original, lo cual no es propio de un filósofo que plantea cuestiones tan profundas. Puestos a leer a autores que se declaran no creyentes prefiero leer a Savater (se ve más facilmente por dónde va) o a Gustavo Bueno, que es más sólido filosóficamente y trasluce una mayor sinceridad personal, por mucho que se contradiga (al fin y al cabo el hombre es una pura contradicción).

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Como es sabido no basta la buena intención para hacer el bien; incluso con buenos materiales se puede hacer una obra imperfecta. Marina comienza haciéndose tres preguntas (11), ya bien conocidas: 1) ¿Podemos saber algo seguro sobre la existencia de Dios? La respuesta será que no; 2) Si no existiera ese objeto cultural, ¿lo inventaríamos ahora? La respuesta será que sí; 3) ¿Es inteligente a estas alturas ser religioso? La respuesta es matizada: sí, a condición de someter la religión a las críticas de la ética humana. La primera parte lleva por título “Negación de la Teología”, y la segunda “Teología afirmativa”. El dictamen consiste en un elenco de catorce afirmaciones que consideran la religión y Dios como un fenómeno cultural generado por los hombres (223-228). Las “religiones de segunda generación” deberían someterse a los criterios de una ética transcultural. Pero si esta utopía se alcanzara alguna vez ¿quién garantiza que algunos no la rompan al día siguiente? La historia está plagada de pactos entre poderosos que hacen trampas y manipulan a los pueblos. Parece más lógico creer en Dios -y razonarlo seriamente por medio de la teología- que en los príncipes del mundo. Nuestra dignidad humana, desde la cuna a la tumba, está garantizada por Dios autor de la naturaleza humana y fin de la historia. No hay que inventar la religión porque ya está inventada por Dios en favor de los hombres y para bien de la sociedad. En suma, no hace falta contraponer religión y ética porque la fe genera un comportamiento, y en particular la fe cristiana funda la moral más universal conocida; porque una fe sin obras sería una esquizofrenia, y unas verdades privadas no serían verdad.
Marina considera que la religión cumple un papel positivo en la sociedad pero tienen su riesgo “a los hombres modernos y críticos nos parecen creaciones demasiado humanas. (...) Las religiones pretenden que sus afirmaciones son verdaderas” (61-62). Hoy la religión sería una eficaz maquinaria de adoctrinamiento cultural -poder, rutinas, falta de experiencia vital-, que deberían evolucionar a lo que llama “religiones de segunda generación”, cuando dejan el lastre que se opone a la crítica ética (270-271). Pero es preciso añadir que la religión no tiene esa naturaleza, al menos en nuestra tradición judeo-cristiana, y en particular la Iglesia católica que actualmente vive la teología del Vaticano II y de Juan Pablo II, en continuidad con la vida y el Magisterio durante veinte siglos. Por eso no podemos reconocernos en ese modo de entender la religión y menos en su crítica: “Tan alegre manera de tratar los problemas, de sumar textos de contextos tan distintos y de enhebrar bibliografía tan heterogénea tendrá como consecuencia que los creyentes no se reconozcan en esta presentación de su fe y por tanto, tampoco en la crítica a ellas; que los filósofos de raza no encuentren el rigor y la hondura que el problema requiere, al comprobar que el autor realiza una trivial secularización de Dios, consistente en reducirlo a objeto cultural” (Olegario González de Cardedal, ABC Cultural, 9-2002,21).
Un ensayo sobre la cuestión mas importante de la vida humana tiene que ser muy ecuánime y soslayar la tentación del reduccionismo poniendo todas las religiones en el mismo plano: no es lo mismo el cristianismo que el animismo o que la New Age. Para quienes quieran profundizar, un tratado sistemático de estos problemas puede encontrarse en la obra de Juan de Sahagún Lucas, “·Fenomenología y Filosofía de la religión”, Madrid 1999, como un tratado serio sobre la religión.