La orden del Templo fue creada en Jerusalén, a comienzos del siglo XII, para proteger a los peregrinos que acudían a los Lugares Santos. Sus integrantes se comprometían a observar votos de pobreza, castidad y obediencia, y a combatir al infiel en todos los campos. Conciliaron así por primera vez la vida militar con la religiosa.
La orden alcanzó rápidamente gran poderío militar y económico: en el siglo XIII de los templarios llegaban a 15.000 y sus propiedades comprendían fortalezas, castillos y fincas, y fueron banqueros de Papas, reyes y grandes señores. Despertaron por ello el resquemor y la codicia de algunos soberanos, como Felipe IV de Francia, quien en 1307 logró iniciar un proceso que culminó con la disolución de la orden y la distribución de sus bienes.
Este volumen expone estas alternativas, dramáticas unas, casi novelescas otras, con la ecuanimidad y el rigor que surgen del análisis desapasionado de una rica documentación.