En esta ocasión, el gran hispanista británico centra su atención, interés y erudición en uno de los personajes más desconocidos pero también más fascinantes del siglo XX español: el empresario del motor Eduardo Barreiros. Partiendo de una situación modesta en la Galicia rural, Barreiros se convirtió en uno de los grandes empresarios de la época franquista, un período de grandes dificultades: retraso económico del país, falta de valoración de la actividad empresarial, las propias trabas impuestas por el régimen, etc.
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Hugh Thomas es un historiador reconocido, entre otras cosas, por su certera elección de los temas sobre los cuales escribe. Su temprano libro sobre la guerra civil española constituyó un éxito editorial en todo el mundo, inclusive en la España franquista, en la cual su venta estuvo prohibida. Después, sus aproximaciones a la historia de Cuba, la conquista de México, la trata de esclavos o el Imperio español, corroboran su preferencia –muy característica de la historiografía anglosajona– de dirigirse, por derecho, a los problemas cruciales del pasado, sobre todo del mundo hispánico. Tras esta experiencia profesional, podría sorprendernos su disposición a emprender la historia de Eduardo Barreiros, un empresario muy notable en la España de mediados del siglo XX, pero cuya trascendencia internacional fue indudablemente modesta. Seguramente una de las razones de Thomas fue su interés por dos de los enigmas que plantea la larga historia del franquismo: ¿Cómo es posible que un régimen político tradicional y autoritario, aislado por sus vecinos más poderosos, pudiera sobrevivir 40 años? Y además: ¿cómo ese país pobre y casi rural logró modernizarse, entre 1960 y 1973, con una tasa de crecimiento anual del Producto Interior sólo inferior a la de Japón?
La activa presencia de Eduardo Barreiros y de su empresa de automoción, en los años 50 y 60 del siglo pasado, constituye un apasionante caso representativo de España en aquel período crucial: las dos décadas en que su economía se transformó. Este libro, además, presenta una buena descripción de la compleja relación entre el régimen de Franco y los empresarios privados. La confusa ideología económica del franquismo alentaba a empresarios y trabajadores a cooperar en paz –uno de los lemas más representativos del sistema en los 60–, pero, al mismo tiempo, las autoridades no se decidían a liberar el mercado de las tutelas del Estado, con lo cual se producían notables interferencias en los procesos de inversión, producción y distribución. En frase feliz de Manuel Jesús González, los empresarios no podían dedicar todo su tiempo y sus energías a competir en la reducción de costes y en la introducción de nuevas tecnologías, sino que lo hacían en el mercado político, buscando autorizaciones, franquicias y subvenciones.
Llama la atención la actitud fría del nuevo ministro tecnócrata López Bravo, que quizá no queda suficientemente explicada. Tampoco la banca, salvo casos aislados, facilitó la prestación de capital financiero preciso para ampliar la producción y rebajar costes. Finalmente, la escasez de financiación externa –que llegó a intrigar al propio Franco– obligaría a Barreiros a buscar una alianza con Chrysler, en 1963, con el fin de ampliar la producción a turismos. Seis años después, la sociedad americana se haría con toda la empresa española.
La historia empresarial de Barreiros ya había sido estudiada en un excelente libro de José Luis García Ruiz y Manuel Santos (¡Es un motor español!, Madrid, 2001). La actual monografía de Thomas tiende, sobre todo, a mostrar la interesante personalidad de Eduardo Barreiros, a describir –en unos capítulos magníficos– las difíciles relaciones entre el empresario español y sus socios americanos, y a trazar una visión general del peculiar mundo de la política y de los negocios del franquismo. El libro se cierra con las iniciativas de Barreiros, tras dejar su empresa automovilística, hasta su muerte en Cuba, cuando se ilusionaba con erigir otro emporio industrial en condiciones aún más difíciles.