Leyendo el discurso de Benedicto XVI dirigido a La Sapienza resulta fácil evocar la figura de Pablo en el Areópago de Atenas. Como el apóstol de las gentes, el Papa ha aceptado exponerse ante un auditorio en el que se mezclan la apertura y la sorna, la dureza de corazón y la seriedad humana, el drama y la frivolidad. El testimonio de Pablo plantó los cimientos de una amistad indestructible entre fe cristiana y filosofía. Como subraya con vigor el Papa, el cristianismo no es la vía de escape para los deseos insatisfechos, sino el testimonio de un Dios que es Razón creadora, y al mismo tiempo, Razón que es Amor. El gran peligro del mundo occidental hoy es precisamente la autocomplacencia en su saber y su poder, que le empuja a despreciar la cuestión de la verdad.
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“Diario de un pontificado” es un conjunto de artículos, de apuntes breves aunque precisos, que nos cuentan las vicisitudes papales en éstos sus tres primeros años. Parece leyendo este libro que, en nuestra cenicienta actualidad, hay quien testimonia un destino bueno para nuestra vida. Lo hace desde sus escritos: “Deus Caritas Est”, “Spe Salvi”, “Jesús de Nazareth” y “Caritas in Veritate”. Pero también desde sus arduos y misioneros viajes (Brasil, USA, ...) y desde sus sabios, innovadores, minuciosos y bellos discursos (Ratisbona, La Sapienza,...). Su estrella polar es Cristo. Lo dice una y otra vez, y lo recoge el articulista biógrafo Restán: “sólo el vínculo vivo con el Señor, dentro de la gran compañía de la Iglesia, permite un compromiso incansable para construir la ciudad del hombre, sabiendo que ésta nunca será perfecta y siempre necesitará nuevas correcciones.”
Se trata de no perder de vista al astro que ilumina la humana navegación. Porque, como nos decía Su Santidad en su primer mensaje navideño: “Sin Cristo, la luz de la razón no basta para iluminar el camino del hombre y del mundo”. Esto es precisamente lo que intenta tener y dejar claro el escritor de este libro. Por eso nos habla del constante y lumínico testimonio de Benedicto XVI, que, entre otras perlas, le ha dicho a sus curas: “la amistad con Jesús no es una amistad con una persona irreal, con alguien que pertenece al pasado o que está alejado de los hombres, a la de derecha de Dios, que él está presente en su cuerpo, que es un cuerpo de carne y hueso: es la comunión de la Iglesia.” Abajo las abstracciones.
Quien quiera ahondar o simplemente entender esto último, puede empezar con esta lectura ligera pero sustanciosa, que se desliza ante los ojos como un litúrgico mosaico, hecho de haikus católicos.