La huella

En los sótanos del edificio de Medicina Forense de Richmond (Virginia), en el crematorio, trabaja un hombre insignificante, pero que al nacer recibió un nombre célebre: Edgar Allan Pogue. Tiene los pulmones destrozados por inhalación de formaldehido, el líquido en el que se conservan los cadáveres, y en sus ratos libres ensaya nuevas formas de conseguir clientes para la morgue, es decir es un asesino que hace desaparecer a sus víctimas en el crematorio y ocasionalmente las cede para la sala de disección. Ha sido jubilado por incapacidad respiratoria pero sabe a quién culpar por su enfermedad y tratará de acabar con ella hasta que es detenido por el ex-policía y colaborador de la forense, el capitán Martino.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2008 RBA
381
9788466619684

Copy de la autora 2004.

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Podríamos decir que leída una novela de Cornwell ya están leídas todas. Patricia Cornwell es una buena narradora, pero en sus novelas incluye tantos detalles ajenos al relato que acaban por cansar al lector. Como novelas policíacas que son incluyen una dosis de violencia y un fondo macabro, pero en "La huella" el componente sexual es excesivo e incluso desagradable.

Como en sus demás novelas la autora desarrolla varias historias simultáneas en diversos escenarios; es posible que trate de dar pistas falsas al lector, pero el resultado es que al final queda una gran cantidad de cabos sueltos y de detalles sin aclarar. En "La huella" las líneas argumentales del relato son sólo dos, lo cual supone un avance para la autora y le permite no pasar de las cuatrocientas páginas, lo cual también supone un éxito en ella.

Para esta novela Cornwell resucita a dos personajes que ya había eliminado en obras anteriores: la malvada Henri Walden, que había perecido en un accidente de helicóptero y a la que aquí tenemos ocasión de conocer más de cerca, y el ex-agente Benton, a cuyo entierro tuvimos ocasión de asistir en una novela anterior, pero al que en ésta encontramos muy recuperado. También Arthur Connan Doyle mató en una ocasión a Sherlock Holmes y ante las protestas de los lectores no tuvo más remedio que resucitarlo, pero al menos dio una explicación sobre cómo se había producido el "milagro".

La novela, sin ser la peor de la autora, compensa poco y levanta algo de dolor de cabeza.