Francis Kennedy está terminando su primer mandato como Presidente de los Estados Unidos. Se siente fracasado porque el Congreso ha rechazado todas sus propuestas para introducir mejoras sociales en el país; además está enemistado con los hombres más poderosos de la nación que le vigilan en defensa de sus intereses. Finalmente algo, el secuestro de su hija en Extremo Oriente, le hace reaccionar. Una novela sobre los límites éticos del poder, especialmente de la Presidencia de los Estados Unidos.
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En el año 1991 esta novela tenía algo de premonitorio: terrorismo internacional, secuestros y atentados en los Estados Unidos. Con el título de "La cuarta K" el autor trata de prolongar la serie de los Kennedy comprometidos con la política. Nos encontramos ante una novela sobre la ética del poder. Yabril, terrorista internacional, reprocha a Kennedy: "Si alguien comete un atentado contra los Estados Unidos es un terrorista, pero si ustedes bombardean una aldea y matan a todos sus habitantes es un triunfo para la libertad". La novela pone de relieve cómo la obsesión por la seguridad puede ser eficaz contra redes organizadas, pero no sirve frente al hombre de la calle, un "don nadie" que se ha levantado con mal pie o acaba de ser despedido de su trabajo. La novela refleja aquello que ya empezamos a conocer durante el mandato del Presidente Nixon y es la importancia de "los hombres del Presidente" en el gobierno del país. El autor denuncia la influencia de los poderes económicos sobre la política de partidos y la vulnerabilidad de los políticos frente a los medios de comunicación. Los límites éticos de la política también afectan a la Ciencia: el doctor Annacone, un asesor científico del Presidente, ha desarrollado una técnica para leer directamente el cerebro mediante TAC; el sistema es eficaz pero se desconocen sus efectos a largo plazo sobre el sistema nervioso. Por último la novela resulta premonitoria sobre esos Presidentes que son puro marketing electoral: jóvenes, ojos hermosos, una voz bien modulada y excelente imagen televisiva, sin embargo no están preparados para gobernar un país. Exteriormente intachables, no les preocupa tener el armario lleno de "cadáveres" siempre que ello no trascienda, ya que en el fondo piensan que la política es una actividad sucia. Sus principios admiten excepciones y matices hasta resultar incomprensibles. Pacifistas, son incapaces de no utilizar las armas que el país les ha puesto en las manos para su defensa. Al final terminan como rehenes de sus colaboradores o de las circunstancias. Estos Presidentes son malos para el país al que no saben gobernar; malos para sí mismos puesto que han alcanzado su propio nivel de incompetencia y malos para la oposición de la que desconfían y en la que hacen aflorar los gestos más agrios. Aunque la tesis de la novela está clara sus episodios resultan dispersos; eso sí, Mario Puzo mantiene nuestra atención hasta el final con un desenlace inesperado.