En
las últimas semanas ha cobrado renovada importancia la siempre triste violencia
que se ejerce normalmente sobre las mujeres, en un alto porcentaje en parejas
inestables, que ha venido a llamarse de forma eufemística "violencia de
género". Con esa habilidad de la progresía de dotar de un nombre complicado a
lo simple, se esconde la ideología "de género", esto es, la concepción del
hombre y de la mujer como objetos de un rol de género femenino o masculino.
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En
primer lugar habría que subrayar que ante todo estamos ante una ideología, o
sea, algo subjetivo, sin ninguna base científica ni antropológica. Pero además
de eso, el género se está convirtiendo en sinónimo de sexo, algo realmente
inaudito.
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Los
ideólogos del género presuponen que el hecho masculino o femenino trasciende lo
meramente sexual, diríamos lo orgánicamente sexual; por tanto, la sexualidad
como tal está sometida a la elección del sujeto. Por supuesto esta ideología
viene muy bien para justificar posiciones homosexuales de todo tipo, ya que la
consecuencia inmediata es que la identidad sexual no es más que un producto
cultural y, como tal, se puede cambiar aceptando otros patrones culturales distintos
de los naturales, que ellos llaman tradicionales.
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Sin
embargo, la realidad se impone. El sexo de cada uno es una categoría
class=SpellE>ontológicamente determinante de la persona, por lo que es
imposible sustraerse de él. No es algo optativo, sino consustancial a la propia
persona, que será más persona en tanto que cumpla con los deberes y derechos
propios que le otorga su sexualidad.
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Por
el contrario, el género remite a una realidad opcional. En cualquier lengua, lo
sabemos de sobra los que hablamos lenguas derivadas del latín, el género de las
palabras cambia, es opcional. Incluso los latinos tenían un género neutro, que
con el tiempo ha desaparecido o ha sido asimilado por uno o por otro por efecto
de la economía del lenguaje.
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Entonces,
¿quién decide el género? Estrictamente, el género, según esa ideología, sería
una construcción cultural impuesta al individuo, pero también este mismo
individuo se puede imponer a sí mismo una realidad diferente. No obstante, debo
añadir que en cuestiones de género en lingüística, dado su carácter optativo,
el que marca el género de las palabras y las cosas no son éstas sino un agente
externo. Esto quiere decir que el género también es algo que se puede imponer a
otros. De hecho, la ideología de género está pensando desde hace años cómo
hacer entender a los padres que deben elegir el "género" de los hijos, o sea,
su sexo.
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Tras
esta idea hay un poso indudablemente totalitario, donde el individuo no
responde solo ante la ley natural, único señor al que está sometido, sino que
también otros pueden decidir por él, o ella.
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Desgraciadamente,
hay muchos que creen que la violencia de género puede acabarse el día en que
las leyes la condenen. El caso español es muy representativo de esa lucha
vacía. Hay leyes que la persiguen, pero la tasa de abusos aumenta cada día. Los
positivistas, los adoradores de la ley positiva, no lo entienden. Si hay ley,
se dicen a ellos mismos, no puede haber delito.
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Otros,
dentro de esos defensores de la ideología de género, entienden que la lucha
entre el hombre y la mujer es parte de la violencia de la lucha de clases, es
decir, es el objetivo último de la humanidad y el comienzo de la liberación del
ser humano y, en consecuencia, algo inevitable.
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Todos
estos disparates tienen su fondo en no darse cuenta de que el problema no
reside en la ley sino en la dignidad de la persona y en su educación moral. Los
ideólogos del género, sin embargo, apoyan esas leyes con la vana esperanza de
que les den la razón, mientras que lo único que consiguen es aumentar la
confusión de una humanidad cada vez menos conocedora de sí misma y de su
naturaleza.
Carlos
Segade
Profesor
del Centro Universitario Villanueva
Para leer más
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Aquilino: Sexo y cultura. Análisis del
comportamiento sexual
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class=SpellE>Mary Beth: Tus preguntas y las respuestas sobre amor y sexo
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Choza,
Jacinto: Antropología de la sexualidad
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