Maurice Caillet ha escrito su
testimonio de conversión desde la masonería al Catolicismo en un libro valiente
titulado Yo
fui Masón. No es el primer libro que escribe sobre el tema, pero sí el
primero que ve la luz en España. Caillet es ahora un fiel católico relacionado
con el movimiento carismático, donde enraizó su fe tras un azaroso vaivén entre
las logias y su búsqueda de Cristo.
El libro tiene dos partes claras:
su participación en la masonería, descrita con todo lujo de detalles, y su
conversión al cristianismo, con todas sus dificultades. No sabría decir cuál de
ellas es más interesante. La literatura de testimonio ya ha recogido en varias
ocasiones la descripción de los ritos iniciáticos y la simbología masónica, por
lo que esa primera parte tiene un interés relativo, ciertamente grande para
aquellos que no la conocen. El relato de la conversión, como toda conversión,
es sorprendente.
Caillet es médico y siendo masón
fue de los primeros en practicar abortos, aun cuando se dudaba de su legalidad,
al igual que las esterilizaciones femeninas y masculinas, y no tiene reparo en
describir el proceso de legalización impulsado desde las logias siguiendo el
plan establecido de eliminación de la familia a largo plazo (estamos en los
años setenta). Se afilió al partido socialista, creció como la espuma en el
Gran Oriente de Francia y empezó a obtener beneficio personal de sus contactos
"fraternales".
Su conversión se produce en una
visita a Lourdes. A partir de ese momento su vida cambia radicalmente. Se
interesa por la fe, por la doctrina, y comienza su peregrinar hacia la Iglesia
Católica. Con el tiempo, como médico, trata de ayudar a las miles de personas
que sufren por su falta de fe, incluidas las mujeres víctimas de sus abortos.
En Francia, nos cuenta, hay un
0,2% de masones. Sin embargo, su influencia es mucha, sobre todo políticamente,
tanto como para sacar adelante una ley del aborto poniendo de acuerdo a los
diputados masones de la izquierda y de la derecha. Leyendo a Caillet, uno se
pregunta qué estamos haciendo de mal los cristianos como para que tan pocos
destruyan la inmensa obra del cristianismo, la dignidad del hombre y de la
familia. Tal vez sea que los cristianos nos hemos creído ese cuento de los
cristófobos de que cada vez somos menos y cada vez más anticuados, cuando en
realidad lo que pasa es que cada vez somos más débiles, porque cada vez nos
cuesta más ser cristianos.
Vidas como la de Caillet ponen de
manifiesto, aparte de la intervención de Dios en la vida de los hombres, que el
bien que puede hacer un cristiano que se toma en serio su relación con Dios es
inmenso y que el mal que puede hacer cuando se aleja también.
Da igual que la identidad del
Occidente cristiano se vea amenazada por el islamismo o por la masonería, los
enemigos del cristianismo son legión, y por eso no hay que desesperarse. Lo
peor, como nos invita a pensar Caillet, es que tengamos la luz tan cerca y no
la reconozcamos, y aún peor, que la busquemos donde no está.
Carlos Segade
Profesor del Centro Universitario
Villanueva