José
Miguel Pero-Sanz, director de la revista Palabra, es bien conocido por ser autor
de diversas obras de espiritualidad. La biografía, que ahora
presentamos, sobre San Nicolás de Bari (255-335), es una extensa e
interesante investigación acerca de un obispo que vivió entre el
final de las persecuciones romanas y el Emperador Constantino. San
Nicolás de Bari o San Nicolás de Myra,
según se hable de él en la Iglesia latina, por el lugar donde
reposan sus restos y recibe la veneración de los fieles, desde 1087, o
de Myra localidad de Asia Menor donde fue obispo a
comienzos del siglo IV. Es uno de los primeros santos no mártires y lo
veneran todas las iglesias cristianas desde entonces hasta la actualidad.
En el año 300
falleció el obispo de Myra y la comunidad
cristiana se reunió para elegir a su sucesor. Eran tiempos
difíciles y se necesitaba un pastor fuerte, piadoso y plenamente fiel a
la Regla de la
fe. San Nicolás, entonces un cristiano corriente, fue
elegido por una particular inspiración del Espíritu Santo.
Recibió enseguida las órdenes sagradas y se entregó al
estudio de las Escrituras y de la doctrina de la Iglesia. En el 303 estalló
en la región, con gran virulencia, la persecución de Diocleciano.
San Nicolás fue apresado. Su generosa aceptación de la muerte
antes que negar a Cristo, le hizo padecer muchas pruebas físicas y
humillaciones morales y una dura prisión hasta el 311. Posteriormente, se tuvo que enfrentar a la herejía arriana que afectó
con gran intensidad a todo el orbe cristiano y a su diócesis. El Papa
San Silvestre, con el apoyo del emperador Constantino, convocó el
Concilio de Nicea en el 325. Asistieron 318 obispos. Entre otros San
Nicolás.
La fama de santidad y
signos que le había acompañado en vida, se incrementó
después de su muerte. Comenzaron loas peregrinaciones a su tumba y la
narración de favores y milagros concedidos por Dios a través de
su intercesión. Los testimonios hablan de “muchedumbres de
enfermos, ciegos, sordos y de cuantos se sentían oprimidos por los
espíritus malignos”.
Precisamente, hablando de los abundantes milagros
de San Nicolás a lo largo de la historia, y de las posibles
exageraciones que se hayan podido introducir por el pueblo sencillo,
decía Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI: “Sólo uno
sería absolutamente inequívoco y no permitiría
engaño alguno: ser bueno durante toda la vida, vivir la existencia
cotidiana la fe a lo largo de la vida entera y conservar el amor. Este milagro
vieron en Nicolás los hombres del siglo IV. Las posteriores historias de
los milagros del santo, que las leyendas han ido creando posteriormente, son
simplemente variaciones de este único milagro fundamental, que los
hombres recibieron con asombro y agradecimiento” (Cooperadores de la Verdad, ed. Rialp, Madrid 1991, pp.461-462).
En
cualquier caso, y como testimonio de la extensión de su devoción,
hay que resaltar que sólo en Europa están dedicados a su
advocación unos seis mil templos. Además es Patrono de
países enteros, pueblos y ciudades.
José Carlos Martín de la Hoz
José
Miguel Pero-Sanz, San
Nicolás, ed. Palabra 2007, 316 pp.