La
reciente reedición de la famosa biografía de Evelyn Waugh sobre el
mártir inglés Edmond Campion de finales
del siglo XVI en Inglaterra presenta con toda su crudeza la persecución
de la Iglesia católica en las Islas Británicas a lo largo de los
siglos XVI y XVII.
La
persecución la desarrollaron directamente los tribunales civiles, pues
la monarquía inglesa se había constituido en cabeza de la
Iglesia, y por tanto se había erigido en la máxima autoridad no
sólo civil sino también espiritual. Waugh presenta magistralmente
la destrucción sistemática de la presencia católica en un
lugar donde tanto arraigo había tenido el catolicismo: prohibición
de la Misa, pena de muerte para quien se presentara como católico, etc.
Seguidamente
se estudia la puesta en marcha en el continente europeo de un seminario
católico en los Países Bajos. Allí se impartía una
sólida formación teológica y litúrgica a
jóvenes ingleses dispuestos a afrontar el martirio al regresar
ocultamente al Reino Unido. Con el paso de los años y la pérdida
del dominio de España de aquellas tierras, los seminarios se
instalarían en Roma y España; Valladolid, Sevilla y Madrid.
Eso
sí los datos fueron escalofriantes desde el principio: “Unos
años después de su fundación, el seminario ya estaba
enviando cerca de 20 sacerdotes al año a Inglaterra, de los cuales,
antes del final del reinado de Isabel, ciento sesenta habían sido
ejecutados” (p.71).
La
presencia detectada por los espías infiltrados entre los fieles
católicos hizo saltar la alarma de las autoridades inglesas. De
ahí la Proclama del 10 de enero de 1581: “los parientes de los
seminaristas estaban obligados a traerlos de vuelta bajo pena de pérdida
de todos sus derechos civiles. Los jesuitas y los sacerdotes deben ser entregados;
cualquiera que fuera encontrado albergando conscientemente a uno de ellos, era
reo de sedición y alta traición” (p.165).
En
la última parte de la biografía Waugh narra el proceso al que
fue sometido Campion en cuanto fue capturado. La
Reina era la cabeza de la Iglesia y nadie podía creer en nada distinto,
de ahí que fuese considerada apostasía la obediencia a Roma.
“Bajo el sistema de gobierno de los Tudor no había lugar para la
oposición legítima, sino que la oposición se veía
confinada a las conspiraciones o a la rebelión” (p.41).
La
acusación que se le hace: “hombre desnaturalizado de su
país, degenerado de la condición inglesa, apóstata de su
religión, fugitivo de este reino, desleal a su Reina que había
vuelto solo para implantar secretamente la Misa blasfema”(p.214).
Según las leyes más recientes, su puesto de sacerdote le
hacía culpable de alta traición. Una vez condenados a muerte, Campion se dirigió al Tribunal:
“Condenándonos, estáis condenando a todos vuestros
ancestros –a todos los viejos sacerdotes, obispos y reyes-, a todo lo que
alguna vez fue la gloria de Inglaterra, la isla de los santos y la más
devota criatura de la sede de Pedro” (p.232).
José Carlos Martín de la Hoz
Evelyn WAUGH, Edmund Campion,
ed. Homolegens,
Madrid 2009, 269 pp.