Es usted un dogmático. En los
tiempos que corren, de tolerancia, antifanatismo y
diálogo, lo de dogmático suena a uno de los peores insultos. Y parece lógico.
La Iglesia Católica tiene dogmas, es fundamental dentro de su planteamiento
doctrinal y de fe. Pero otra cosa es imponerlos. Aunque hubo tiempos en que se
persiguió al hereje, la Iglesia no ha pretendido nunca imponer sus creencias. Y
siempre han existido individuos que han
pretendido avasallar ostentando la verdad revelada. La libertad religiosa,
oficialmente proclamada en el Decreto "Dignitatis
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", defiende la libertad de las conciencias. A nadie
se le puede imponer unos conocimientos ni unos modos de obrar.
Así que, por si hubiera alguna
duda o quedara algún integrista recalcitrante, en la Iglesia queda claro desde
hace ya bastante tiempo que no hay que blandir dogmas como amenaza en el
diálogo. Y en estas estamos, respirando tranquilidad y atisbos de auténtica
libertad cuando nos vienen los más puramente laicos, los que arguyen la
dificultad de conocer la verdad para encarrilar cualquier disputa,
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y nos obligan a adoptar sus verdades.
Ahora no se puede no aprobar la
práctica homosexual. Existe el dogma de la libertad para abortar. Es más, los
estudiantes de medicina se verán obligados a estudiar cómo practicar abortos,
porque se lo mandan nuestros tolerantes gobernantes. Y para no dispensar la
píldora abortiva no sirve ni la objeción de conciencia.
La Iglesia propone, y no impone a
nadie, unos dogmas que son verdades sobrenaturales no explicables por la razón
pero que considera reveladas y, por lo tanto, necesarias para la vida
cristiana. Verdades que no ofenden ni dañan al no creyente. A la persona ajena
al Iglesia Católica ni le va ni le viene si Jesucristo es verdadero Dios y verdadero
hombre. Simplemente no está dentro de su credo o de sus verdades vitales.
En cambio los dogmas laicos son
perversos, contrarios a las sensibilidades morales más universales, y nos los
imponen a todos. Hay verdades alcanzables por la recta razón de los hombres en
general: la práctica homosexual es antinatural: va contra el uso evidentemente
normal del cuerpo del hombre y de la mujer. La complementariedad sexual que
puede observar y entender cualquier niño, quieren negarla. Vale, que la
nieguen, allá ellos en su lucha contra la naturaleza. Pero es que además nos la
quieren imponer. Yo no puede pensar como han pensado todas las personas
normales que han existido en siglos y siglos en todas las culturas. Me imponen
sus dogmas.
Si hay algo que está en lo más
íntimo del sentir de cualquier hombre o mujer de todos los tiempos es que no se
puede matar a nadie y menos a los niños, y menos a seres totalmente indefensos.
Amparándose en que a ese ser vivo no se le ve, desde la antigüedad han existido
leyes encubridoras de esas prácticas. Por
lo tanto entendemos que pueda haber en algunos casos excusas o engaños.
Pero que traten de imponerme unos modos de hacer tan claramente antinaturales
es el colmo del dogmatismo laico.
Muchos países están presionando
fuertemente a Nicaragua y Kenia para que permitan el aborto en sus
legislaciones. Ya no sólo no respetan la independencia legislativa si no que
están queriendo imponer prácticas perversas. Y esto ha sucedido en marzo de
2010 en la sesión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. ¿Se puede
entender mayor barbaridad? Que se hable de Derechos Humanos y se conculque el
derecho a la vida y la independencia legislativa de los países. ¿Dónde queda la
tolerancia y el consenso que les llena la boca cuando les interesa?
Ahora que pensábamos que sólo
quedaban los musulmanes imponiendo verdades por la fuerza, resulta que los más
dogmáticos son los laicos no creyentes, que nos quieren imponer sus
style='mso-bidi-font-style:normal'>creencias.
Ángel Cabrero Ugarte
C. U. Villanueva