El libro de Juan Rulfo "El llano en llamas" es
difícil para el lector español. Aunque Rulfo sea uno de los mejores prosistas
hispanoamericanos del siglo pasado a algunos lectores les cuesta su lectura, no
tanto por su estilo, o por los mexicanismos, las metáforas punzantes y recursos
estilísticos, sino por la rudeza áspera de lo relatado.
Lo que le es necesario entender al lector de España
es que los cuentos de Rulfo encierran el alma mexicana. La narración de Rulfo
no cuenta cosas más o menos llamativas o paradójicas, como suelen ser los típicos
relatos breves, que les suceden a los mexicanos; él prefiere penetrar en el alma,
para diseccionarla y mostrarla tal como es. Un alma expuesta a la arbitrariedad
de sus gobernantes, a la ignorancia, a la indiferencia ante la muerte, vecina y
compañera de la vida; un alma guiada ciegamente por una religión ancestral que
lucha con el cristianismo por hacerse un hueco en el corazón. Un alma femenina
vejada, apartada, alcahotada.
La dureza de los paisajes, el polvo de la sequedad desértica
se le mete al lector entre los ojos mientras tiene que sufrir la ironía casi
malévola de los que se ríen mientras una desgracia y otra pasa por la vida de
los personajes. No hay salida ni esperanza.
Al lector español peninsular le duele enfrentarse a
este tipo de literatura árida, tan ajena al contexto de la narrativa
contemporánea. Más aún, la literatura social en España, aquella de los años
cincuenta, no llegaba tan lejos en su introspección del ser español, sino que
se limitaba a denunciar, a veces de una forma magistral, como es el caso de
Aldecoa, una situación social determinada. La denuncia de Rulfo es no solo
social en este sentido, sino que también pretende ser introspectiva del ser
mexicano. Una lectura de Rulfo pasa de la protesta porque "me sucede algo
penoso y me rebelo" a la denuncia del "soy así, me conformo y, además, me
sucede esto tan terrible".
Desde el punto de vista técnico cada relato es
prácticamente perfecto. Su estilo es aparentemente sencillo, indicador
inconfundible de muchas horas de trabajo narrativo. Los comienzos buscan siempre
o la impresión pictórica o la interpelación al lector, directamente con un
diálogo o una interjección, de forma que los relatos comienzan in media res
para dotar de una mayor fuerza y verosimilitud a lo que va a continuación. Los
personajes, cada uno de ellos descrito a grandes pinceladas, también de forma
impresionista, son definidos hasta lo grotesco: "vestidas de negro, sudando
como mulas bajo el mero rayo del sol. […] Negras todas ellas. Venían por el
camino de Amula, cantando entre rezos, entre el calor, con sus negros escapularios
grandotes y renegridos…" (Anacleto Morones), de forma que la repetición,
en este caso del color, marca la pauta de la escena y del relato entero.
En definitiva, una técnica cuidadísima con
maestría, pero con un alma bien distinta a la europea que, precisamente por
ello, merece conocerse y apreciarse.
Los españoles de la península hemos vivido demasiado
de espaldas a los españoles de ultramar y su literatura más claramente
autóctona es bastante desconocida a pesar de ser brillante. Nuestros escolares
apenas leen literatura en español, salvo el otro libro de Rulfo "Pedro Páramo"
y alguna que otra excepción, que no sea hecha en Europa con el punto de vista
europeo. Es bueno asomarnos por una rendija a esas almas tan ajenas,
atribuladas y luchadoras, cultas e incomprendidas, que componen el amplísimo
panorama literario cincelado por los españoles de América.
Carlos Segade
Club del Lector